Es más largo que la Cuaresma el inventario de activistas y luchadores políticos que a lo largo de la historia han conocido la hospitalidad y el confort de cárceles y sentinas por cortesía de padres de la patria, hombres fuertes e indulgentes caudillos preocupados por resguardar la pureza de sus pueblos.
Entre esta pléyade de tanto en tanto encontramos un tipo de prisionero especial: el que encuentra en la paz de la cárcel el ambiente para escribir, ya sea obra literaria, científica o política.
Desde el gran Galileo, condenado a cadena perpetua por el Santo Oficio en 1633 por apóstata hasta los cientos de periodistas y escritores que hoy purgan condenas en muchas cárceles del mundo contemporáneo, cientos de obras han sido paridas tras barrotes.
(Vaya, en el extremo, incluso el sanguinario cabo del bigote ridículo a quien Dios tenga en su santo rescoldo, dictó al cejudo Rudolf Hess su Mein Kampf cuando purgaba prisión de 1923 a 1925 luego del fracaso del golpe de Estado de la cervecería Burgerbräukeller, el “Putsch de Munich”.)
En el caso de Galileo, a consecuencia de la condena que le fue impuesta, de 1633 a 1642, año de su muerte, su obra se desarrolló técnicamente bajo la condición de encarcelamiento, aunque se encontraba en lo que hoy llamaríamos arresto domiciliario. En esos nueve años el pisano escribió su Discursos sobre dos nuevas ciencias donde se ocupa de los fundamentos de la mecánica, piedra angular de los desarrollos posteriores en física.
La Inquisición también llevó a la cárcel a Fray Luis de León, el religioso agustino renacentista, poeta y humanista, por traducir a la lengua vulgar el Cantar de los Cantares, arrebatador pasaje que da ñáñaras a los religiosos más ortodoxos convencidos de que la sensualidad no debería estar en El Libro. Durante los años que Fray Luis de León estuvo encarcelado escribió De los nombres de Cristo y otros poemas. Se dice que antes de dejar la cárcel escribió en sus paredes la siguiente décima:
Aquí la envidia y la mentira / me tuvieron encerrado /
¡Dichoso el humilde estado / del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado / y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso / con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa /ni envidiado ni envidioso!
Utilizar las paredes de la chirona como cuaderno es algo muy extendido.
Acá en tierra santa el cura Miguel Hidalgo y Costilla plasmó en los muros del Colegio de los Jesuitas en Chihuahua -habilitado como cuartel y cárcel-, dos décimas dedicadas a sus carceleros Ortega y Melchor por haberle brindado un trato comedido y respetuoso a pesar de órdenes al contrario.
Activistas políticos que realizaron valiosas aportaciones a la teoría social las trabajaron en muchas ocasiones confinados a una mazmorra. Un caso emblemático es el del teórico marxista italiano Antonio Gramsci, quien fue encarcelado en 1926, tomando como pretexto un atentado sufrido por Mussolini. En el momento de su detención Gramsci era diputado al Parlamento, pero esto a don Benito no le importó: además disolvió los partidos políticos de oposición y canceló la libertad de prensa. (Por cierto, Il Duce se llamaba Benito en honor a nuestro Juárez, a quien su padre admiró profundamente).
Gramsci era periodista además de teórico y usaba los medios para dar difusión a sus reflexiones y alimentar el trabajo político. El ministerio público que pidió 20 años de cárcel para él dijo en el juicio que por lo menos ese tiempo debían “impedir a ese cerebro funcionar”, así de peligrosos eran considerados sus escritos. Casi 24 meses tomó a Gramsci lograr que le dieran papel y pluma, con lo que el creador de conceptos como “bloque histórico” e “intelectuales orgánicos” pudo plasmar su legado a las ciencias sociales en los famosos Cuadernos de la cárcel.
Los 27 años de encarcelamiento de Nelson Mandela y su incansable lucha contra el apartheid lo convirtieron en un símbolo que lo condujo de la condición de ex presidiario a la de galardonado con el premio Nobel de la Paz. Su libro autobiográfico El largo camino a la libertad es otra faceta de su activismo.
Fue tras barrotes que Fidel Castro escribió el encendido texto que conmovió a las juventudes de muchos países, La historia me absolverá, al mismo tiempo defensa legal y denuncia social y política contra el régimen de Fulgencio Batista. Incluso quienes no comulgaban con sus ideales no dejaron de reconocer la valentía -cargada de la imprudencia que dan la convicción y la juventud- que suponía denunciar a un régimen corrupto, autoritario y controlador como el de Batista. Castro era en ese tiempo un Quijote tropical que después envejeció y llenó las cárceles de escritores cuando éstos ponían en duda las bondades de la Revolución. Ecos de Manuel Fuentes, “contrarrevolucionario”.
En México, un ejemplo de persistencia periodística al servicio de la lucha política es Ricardo Flores Magón. Regeneración, el periódico que fundó junto con sus hermanos y con Librado Rivera, literalmente iba a donde iba Flores Magón, incluso la cárcel, lugar que pisó en numerosas ocasiones y que fue también escenario de su muerte. Otro latinoamericanista que padeció cárcel no sólo por su activismo político sino por complementarlo con el trabajo periodístico fue el peruano José Carlos Mariátegui que utilizó la revista Amauta como aglutinadora de los simpatizantes e intelectuales que abrazaron su marxismo e indigenismo.
Los espíritus libres y creativos siempre han sido percibidos como amenazadores para las mentes pequeñas y autoritarias, por eso han sido numerosos los casos de creadores literarios que a raíz de su obra han sido perseguidos por sus gobiernos.
El escritor ruso Isaac Bábel fue víctima de las purgas con las que el padrecito Stalin intentó acallar a muchos intelectuales que podían poner en tela de juicio su particular concepción revolucionaria. Daniel Defoe, el autor de la conocidísima novela Robinson Crusoe, estuvo encarcelado por sus actividades políticas y especialmente por haber escrito El camino más corto con los disidentes, un texto irónico, y por ello más leído, sobre el combate a la disidencia. Fue sentenciado a la picota, en tierra de la Pérfida Albión el equivalente de la guillotina francesa, que servía para exponer al escarnio público a los condenados. Defoe, lejos del arrepentimiento, escribió un poema llamado “Himno a la picota”, porque cuando estuvo expuesto, los curiosos le arrojaban flores en lugar de piedras como era la costumbre.
Para algunos escritores la cárcel no fue sino un acicate para la creación: Cervantes comienza el Quijote en la prisión de Sevilla en 1597; Miguel de Unamuno, encarcelado por sus críticas al rey de España y autor de la famosa sentencia: “venceréis pero no convenceréis”; Miguel Hernández, víctima del franquismo, que escribe “Nanas de la cebolla” cuando preso se entera que su mujer y su hijo no tenían más alimento que cebolla y pan. Oscar Wilde escribe De profundis en su celda.
El poeta colombiano Álvaro Mutis estuvo encarcelado en México por una acusación que surgió en su tierra natal cuando trabajaba para la petrolera Esso por haber destinado recursos a obras culturales en lugar de hacerlo para obras de caridad. En prisión recurrió a la prosa para escribir Diarios de Lecumberri.
Otros han hecho coincidir el trabajo político con el literario, como el caso de José Revueltas, quien preso por su participación en las movilizaciones del 68, escribió El apando, novela que describe una de las partes más oscuras del sistema penitenciario mexicano.
Ezra Pound, quizá el mayor poeta en lengua inglesa del siglo XX fue acusado de propagandista de Benito Mussolini por unas desafortunadas transmisiones de radio. Durante su estancia en la cárcel escribió parte de sus Cantos. Después de la guerra el ejército lo tuvo seis meses encerrado en una jaula hecha de tiras de acero, con un foco permanentemente encendido, una cubeta en vez de W.C. y dos sábanas. Luego lo declararon peligroso y loco y lo confinaron en el hospital psiquiátrico Saint Elizabeth de Washington D.C. durante 14 años. Es decir, igual que Alexander Solyenitzin en su Archipiélago Gulag, el mentor de James Joyce tuvo su propio archipiélago a orillas del Potomac, en donde ondea Old Glory.
El escritor uruguayo Mauricio Rosencof, preso político de 1973 a 1984 narró, en un texto publicado en 1988 en el suplemento México en la cultura de la revista Siempre, la experiencia de crear en la cárcel, donde escribió la obra de teatro Y nuestros caballos serán blancos. Rosencof describe la cotidianeidad de la falta de información que por aquel tiempo padecían los presos políticos y los recursos para suplirla. Un dato curioso y hasta divertido es que los presos hayan instalado una agencia de noticias en el baño, gracias al periódico que dejaban los policías que usaban el mismo servicio sanitario que los presos. Rosencof y sus compañeros de cárcel se enteraron de la muerte de Salvador Allende tres años después de ocurrida, aunque también un trozo de periódico espiado en el baño los enteró del derrocamiento de Somoza. La escritura, dice Rosencof, sirve para dominar el fantasma de la locura. “La ley era durar, durar era resistir. Y hay una sola manera de resistir: resistir con dignidad. Aunque a un hombre lo traten como a un perro, no tiene por qué ladrar”.
Los libros de Ngugi wa Thiongo fueron prohibidos en Kenia en 1977 por el “padre de la patria” Jomo Kenyatta y su vicepresidente Daniel arap Moi y el escritor fue gentilmente confinado a una celda, en donde sobre pedazos de papel sanitario escribió la primera novela moderna en kikuyu, su idioma materno: Caitaani Muthara-ini (Diablo crucificado). Ecos del Knut Hamsun de Hambre y del Julius Fucik del Reportaje al pie de la horca.
Esta lista no se agota aquí por desgracia. Hoy, todavía son muchos los periodistas y escritores que sufren cárcel por su obra o sus declaraciones. Ante esta realidad parecen nada los miles de años transcurridos desde que los gobernantes griegos encarcelaron y condenaron a muerte a Sócrates acusado de no creer en los dioses atenienses y corromper a la juventud.
Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
29/2/11
@sanchezdearmas
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