El Presidente, el o la Jefa de Gobierno, Primer Ministro, las reinas o reyes, los Califatos, y demás cabezas de poder son para unos las bujías que mueven a las instituciones gubernamentales. Para otros son instituciones que tienen poderes exceso depositado en una persona; demasía que tiene como riesgo principal el abuso de esa prodigalidad.
Ese riesgo, que en ocasiones se convierte en temor, a causa de experiencias lamentables, como la que ahora se vive en Nicaragua debido a la desmesura de Daniel Ortega, dictador que ha reprimido a los manifestantes con brutalidad al grado de matar a más de 300 personas que, según él, han orquestado el “golpe de estado” que lo quiere derribar, declaración que, por supuesto, nadie le cree.
Unos y otros tienen razón, la cabeza de gobierno puede ser la bujía o el exceso de poder. Pero entonces, ¿de que manera confiar en la decisión del pueblo que otorgó tanto poder a un solo individuo?
La democracia no se queda estancada en las decisiones electorales que el pueblo sufraga como ahora se pretende hacer creer, luego de que las urnas arrojaron resultados abrumadores que le dieron la mayoría, casi absoluta, a un hombre y a su Movimiento político.
Se consultará al pueblo repite con frecuencia Andrés y sus colaboradores, a fin de dar respaldo popular a sus decisiones aunque estén equivocadas.
Sin embargo, este barniz populista que se le da a las declaraciones cae por su propio peso ante la realidad, pues una vez que el pueblo expresó su voluntad, a través del sufragio, éste, el voto, se convierte en voluntad general depositada en las instituciones, es decir, el pueblo es representado y convertido en las instituciones de gobierno.
Ya no se trata de un solo individuo, o de cien, o de mil, o de millones de personas, se trata del pueblo convertido en gobierno merced a su propia voluntad expresada en las urnas. En consecuencia, la consulta popular ya no es necesaria porque el pueblo voto y eligió.
Gobierno representado por tres poderes de la Unión, el Ejecutivo representado por el presidente, el Legislativo integrado por dos cámaras, diputados y senadores y el Poder Judicial integrado por las cortes, ministerios públicos y la Suprema Corte de Justicia, a la que, por cierto, en estos tiempos de cambio, se debería considerar el que dicha institución esta sobrada de privilegios, canónigas y hasta del nombre virreinal con el que se le conoce; le sobra lo de Suprema y Justicia, bastaría con llamarla: Corte Federal, así de simple.
Además, y dado a que el próximo presidente ha expresado su deseo de corregir excesos en los salarios de los funcionarios públicos, la Suprema Corte de Justicia debería hacerle honor a su rimbombante título haciendo justicia en los salarios que devengan los ministros que la integran, pues el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) del 2018 estipuló que el presidente de la República recibiría un salario mensual de 207 mil 591 pesos, pero en cambio a los ministros de la Suprema Corte de Justicia se les fijo un salario base mensual de 651 mil 741 pesos. Este exceso hizo que son los ministros de la Corte sean los mejor pagados en todo México.
¿Es justo eso? Por supuesto que no, por eso le sobra el nombre a esa institución en la que la distribución de la riqueza no existe. Es obsceno ganar esa cantidad de dinero en tanto más de la mitad de la nación vive en la pobreza.
¿Consultará Andrés al pueblo para bajar el salario a los ministros supremos en los salarios?
El pueblo convertido en gobierno deberá ser consultado, pero en las cámaras legislativas por el gobierno de quien fue elegido como presidente de la República y heredero de una montaña de facultades y graves responsabilidades, pero con la fuerza suficiente de las instituciones para la resolución de los problemas.
De esta forma y no con exclamaciones propias de las plazas públicas, el presidente simboliza la voluntad general del pueblo convertido en gobierno, pues a él, como jefe de estado, le corresponde guiar y dirigir a quienes lo eligieron y a quienes no votaron por él, a fin de cumplir los objetivos políticos para bien de la nación.
La tarea presidencial es cosa seria, complicada y delicada. Requiere todo el entusiasmo, dedicación, coraje y valor. Ser cabeza de gobierno requiere ser “zorro y león al mismo tiempo”, escribió el florentino, sabio fundador de la Ciencia Política contemporánea. Y, tuvo razón, pues los lobos siempre están al acecho de los errores cometidos a causa de las trampas bien colocadas para hacerlo caer.
Es por ello, que se hace necesario que el proceso de mutación de líder de masas a presidente de México se manifieste ya, pero no proponiendo consultas populares como arenga frente a las masas, sino por las vías institucionales para lograr los cambios que se necesitan en seguridad, honestidad, equilibrios salariales, corte radical de privilegios a los funcionarios públicos, abolición de la corrupción y lucha inteligente contra el narcotráfico.
Es la hora de un Jefe de Estado, porque el líder de partido ya cumplió su cometido en la justa electoral.
@luis_murat
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