Se ha dicho y escrito hasta el cansancio en materia de información y análisis respecto a las acciones que llevaron a Ulises Ernesto Ruiz Ortiz a la debacle a partir del 2006, lo cual terminó en un cobro de facturas en las urnas hasta el 2010; sin embargo, sigue sorprendiendo encontrar nuevos datos, confidencias y reflexiones sobre esos hechos, sin duda, convertidos en una marca del Oaxaca contemporáneo, a grado tal de haberse logrado el actual gobierno del cambio con la llegada de Gabino Cué Monteagudo a la gubernatura, por supuesto, en buena medida como consecuencia del repudio a Ulises. En plática de esta columna con diferentes actores políticos de esos tiempos, todos coinciden en algo: la gente votó por odio y repulsión en contra de Ulises, mucho más que a favor de Gabino, y si hacemos un poco de memoria, el gran error de Eviel Pérez Magaña, candidato delfín de Ruiz Ortiz, fue hablar durante su campaña precisamente de continuidad; incluso el propio Eviel lo reconoció como un error en pláticas a sus cercanos. Señalan algunos expertos en teología a la soberbia como el pecado favorito de Satanás, por ser la condición inequívoca para provocar el caos, nunca reditúa a favor de quienes la detentan, y al menos en el caso del sexenio pasado, su brutal derrota fue consecuencia de una soberbia exacerbada. Hasta nuestros días, muchos de los funcionarios de esa época se pasean por las calles de la ciudad en un abierto reto ya no al gobierno actual, pues es evidente que no los perseguirán ni juzgaran de corruptos, sino en burla y mofa a la ciudadanía local, la cual conoce perfectamente todas sus fechorías, y eso son resabios de esa soberbia sexenal. Hoy, la presente columna intenta comentar hechos incontrovertibles combinados con anécdotas imposibles de comprobar, pero de muy alta probabilidad de ser verdaderas, con la intención de tratar de entender la historia actual, pero sobre todo, para tratar de generar conciencia en Usted, amigo lector, porque si bien no puede nadie cambiar el pasado, si se puede decidir sobre el futuro.
LOS PRIMEROS MITOS
Si algo ha rodeado las acciones del sexenio de Ulises son los mitos. El primero es que habría dejado actuar solo a Jorge Fernando Franco Vargas, es decir, se ha difundido la idea de acciones de Franco sin consultar a Ulises, incluso se le culpa al entonces secretario General de Gobierno del desalojo de maestros en el zócalo capitalino el 14 de junio del 2006, punto de quiebre de todo el conflicto posterior. Nada más erróneo, según nuestras fuentes consultadas, pues nada se movía sin la aprobación directa de Ulises, aunque también se reconoce la manera ladina de actuar del ex mandatario al empujar a sus subordinados a tomar decisiones para luego culparlos si las cosas salían mal. Otro mito es la ruptura del diálogo entre el gobierno del estado de ese tiempo y la federación con el presidente, Vicente Fox Quezada, pero sobre todo con el secretario de Gobernación, José Carlos María Abascal Carranza; la verdad fue la existencia permanente de una intercomunicación entre ambas entidades, incluidos legisladores del PRI nacionales apuntalando el gobierno oaxaqueño en los niveles federales. Un mito más fue el supuesto rompimiento del diálogo con la dirigencia de la Sección 22, no sólo con Enrique Rueda Pacheco, sino con las dirigencias de ese momento en corrientes como la Unión de Trabajadores de la Educación, UTE y Praxis, al menos, grupos extremadamente radicales y determinantes para el estallamiento exponencial del conflicto en los días subsecuentes, a pesar de existir diálogo y entendimiento. Si todo estaba más o menos planchado, de bote pronto uno no puede explicarse lo sucedido hasta la creación de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, APPO. Sin embargo…
LOS PRIMEROS ERRORES
Las acciones emprendidas por el gobierno de Ulises comenzaron a desgastar su relación con los maestros de la Sección 22 y otras organizaciones, pero según se relata a esta columna, una estrategia utilizada por el ex gobernador y sus operadores fue corromper líderes a través de otorgarles diversas cantidades de dinero; el método usado además, fue pensar que al tenerlos maiceados, no se moverían en su contra. Si a estas consideraciones agregamos el hecho de haber sido grabados en video varios de ellos en varias oficinas alternativas a dónde presuntamente acudían por el billete, la certeza de tenerlos amarrados era muy alta entre las esferas gubernamentales ulisistas. Ese fue el primer error. Con el tiempo se demostró como a muchos de esos líderes les importó un cacahuate los acuerdos financieros pactados anteriormente con el mandatario y a la hora de la confrontación muchos de esos aliados del pasado fueron los más feroces enemigos. Otro error no calculado fue pensar que los líderes manejaban a las bases y a las corrientes, asunto también desbordado con el crecimiento del conflicto; en varios acuerdos pactados con los líderes y los funcionarios, al llegar a la consulta de las bases no eran aceptados; esto generó un gran desconcierto porque a medida del paso de las semanas, no había forma de lograr consensos para desactivar el crecimiento de la insurrección, los líderes no eran interlocutores confiables. Ya avanzado el conflicto, se cometió también el error de no aceptar la propuesta inicial de Carlos Abascal en el sentido de entregar el control de la ciudad a la federación, en un modelo propuesto muy parecido al actual en Michoacán, donde los mandos federales tomarían el control policial de las acciones y las fuerzas estatales se subordinarían mientras se apaciguaban las aguas; al parecer esta propuesta no encontró eco en el gabinete estatal y se perdió la oportunidad de una intervención temprana, allá por el mes de junio, principios de julio. De esta manera, la suma de estos errores provocó una situación ingobernable, en la cual crecieron los enemigos de Ulises y se unificaron en su contra, aunque algunos parecían tratar de apoyarlo.
CON ESOS INTERMEDIARIOS…
Hay una referencia sobbre un intento de arreglo previo a la precipitación de los acontecimientos, aunque ya con la APPO conformada y según una narrativa realizada a este columnista, un personaje político de alto nivel habría convocado un encuentro entre la gente de confianza de Ulises y dirigentes de la APPO, entre ellos, Flavio Sosa Villavicencio. Según esta versión, se reunieron todos ellos en el restaurante Los Guajolotes ubicado en Insurgentes Sur esquina Avenida Eugenia de la Ciudad de México, y el intermediario los conminó a arreglar sus diferencias: “¿En cuanto sale acabar ya con estos problemas?”, preguntó el conciliador entre ambas partes, “Unos…9 millones de pesos”, respondieron los rebeldes. Las partes acordaron obtener respuesta en una segunda reunión, y según la misma versión, el intermediario llegó a ese segundo encuentro con 2 millones de pesos los cuales entregó bajo el comentario de ser eso lo enviado. Lo grave del tema es que Ulises sí envió los 9 millones completos, por lo cual, el ganón fue el gestor, con el consecuente agravamiento de los hechos posteriormente. Al escuchar las narrativas a la distancia, uno no puede dar crédito a las referencias contadas, pero al provenir de ex funcionarios de primera línea en ese momento, ahora ya sin intereses para inventar historias, el flujo de los millones para ese conflicto explica, en buena medida, por qué el dinero no llega al combate de la miseria oaxaqueña, pues entre lo robado por los propios funcionarios y estos gastos para mantener supuestamente la gobernabilidad, ningún presupuesto alcanza. Por ejemplo, el cálculo de lo entregado al dirigente de la Sección de ese tiempo, Enrique Rueda Pacheco, alcanza los 50 millones de pesos, tan sólo durante el conflicto ¿Será?
LA SOBERBIA, EL PECADO FAVORITO
La conclusión de esos terribles conflictos vividos por todos los oaxaqueños durante el 2006, pero sin duda con consecuencias fatales hasta nuestros días, es una suma de todas las acciones, las cuales fueron creando las condiciones para un rompimiento generalizado de todos los sectores sociales, a partir del gobierno del estado, los maestros, pero alcanzaron las organizaciones y una buena parte de otros sectores no vinculados directamente y terminaron participando en forma activa. La cereza del pastel en todas las acciones positivas y negativas fue la soberbia de los principales funcionarios, para empezar el propio Ulises, pero quien no recuerda a Jorge Franco, insufrible; Miguel Ángel Ortega Habib, déspota y despectivo con sus pares y peor con sus subordinados; José Manuel Vera Salinas, represor y torturador; Bulmaro Rito Salinas con la marca acentuada del nuevo rico, quien de no tener nada, le cae de pronto el alud de dinero; en fin, casi todo el gabinete se caracterizó por su soberbia. Como comentamos, todos estos factores mencionados propiciaron el rechazo para la llegada de la nueva clase política, la de Gabino Cué y sus nuevos funcionaros, pero eso ya será motivo de otro análisis.
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