Simbólicamente, el tercer informe presidencial representa la mitad del camino sexenal y el inicio de una segunda parte que estará determinada por la siguiente elección presidencial. Sin embargo, el presidente Peña Nieto podría estar a la mitad del río proceloso que amenaza con inundaciones.
La caracterización del tiempo político presidencial tiene dos medidas: la de las realidades y circunstancias de gobierno y la de la falta de una estrategia política de comunicación. Al final, los éxitos se ahogan en sí mismo y los fracasos se dinamizan en las redes sociales sin control.
La economía ha entrado en declive, la política sigue descomponiéndose por efecto de la crítica en las redes y los aspectos sociales no encuentran caminos de solución; sin embargo, el PRI ganó, luego de un cuarto de siglo, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, el presidente Peña Nieto logró al arranque de su gobierno la alianza con la oposición para aprobar las reformas estructurales y el relevo en el PRI evitó una crisis de gobernabilidad.
La segunda mitad del sexenio aparece sin expectativas, aunque la primera entró demasiado rápido en una crisis de expectativas. Pero la evaluación de los escenarios del gobierno federal priísta se deben dar en el contexto de la oposición: el PRD se dividió con Morena, el PAN se achicó políticamente y López Obrador comenzó a pelearse contra todos.
Los tres años que vienen estarán dominados por tres variables: la evolución de la economía, la elección de gobernador en doce estados con cinco conflictivos y el proceso adelantado de sucesión presidencial. En los tres, sin embargo, no hay indicios de pérdida de control. En lo económico se buscará evitar la debacle devaluatoria y del PIB, en las elecciones encontró Peña Nieto en Manlio Fabio Beltrones al operador político que le dará resultados y en los tiempos adelantados de la designación del candidato presidencial habrá un espacio positivo para el presidente de la república por el desgaste de la oposición.
En los tres casos tendrá el presidente Peña Nieto márgenes de maniobra porque la oposición se encuentra desinflada; PAN y PRD culpan al Pacto por México que ellos mismos no sólo firmaron sino que vendieron positivamente y perdieron la oportunidad de capitalizar; todavía se recuerda esa frase de Gustavo Madero, hoy expresidente del PAN, diciendo que las reformas tenían el ADN panista. El problema fue que la oposición no entendió el sentido de las reformas y por ello no supo capitalizarlas.
La segunda parte del sexenio ya no será de resultados capitalizables, sino de mecanismos de control político. Con liderazgos menores y sin estructura partidista, la oposición buscará ganarle al PRI algunas gubernaturas; sin embargo, esas posible victorias no cambiarían el escenario nacional. La apuesta del PRI para el 2018 se basará en una estructura electoral aceitada, un priísmo sin fracturas y una economía sin PIB negativo ni macrodevaluación. La oposición agotará la veta argumentativa que no siempre genera votos.
El problema de la oposición ha sido su incapacidad para construir una opción por sí misma y descansar su discurso sólo en el fracaso de Peña Nieto. Sin alianzas fuera de sus estructuras y con una opinión crítica en redes que no se ha articulado a la oposición, el PAN y el PRD han carecido de mecanismos de consenso. Al final, la crítica desahoga pasiones pero no se convierte en opción de gobierno.
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