Juana Barraza Samperio, la Mataviejitas, fue sentenciada a 759 años de prisión y una multa de 100 mil 453 pesos por su responsabilidad en la muerte de 16 mujeres de la tercera edad y 12 robos calificados. “La Mataviejitas”, en libertad se dedicaba al comercio y a la lucha libre. Las autoridades mexicanas pasaron varios años buscándola hasta que dio con ella en 2006. El juez la sentenció por 16 asesinatos, pero se estima que sus víctimas pueden ser más de 40.
Lo que ha trascendido es que Juana se ganaba la confianza de las abuelas que vivían solas. Pero en enero de 2006, Barraza cometió un error en su estrategia: apuñaló y estranguló a Ana María de los Reyes Alfaro, de 80 años. Pero en ese caso la víctima no estaba sola: tenía un inquilino. El hombre solicitó ayuda y la policía la detuvo minutos después.
Hoy Juana Barraza tiene 59 años, es la asesina serial más famosa de México. Pero ¿qué ha sido de ella a 11 años y 11 meses de estar recluida en el penal femenil de Santa Martha Acatitla?
Ciudad de México. Son las 10:50 de la mañana, es día de muertos, la gente comienza a llegar a las puertas del penal de Santa Martha, hoy también es día de visita.
El edificio es lúgubre, en su grisura se alcanza a identificar un territorio de desesperanza y pesadumbre. Ingreso por la puerta 1 cumpliendo el protocolo de visita: no usar en ropa oscura ni beige, los celulares no están permitidos.
En las filas se ven mujeres y hombres que en su mayoría llevan comida en trastes de plástico. Dominan la rutina y se ven pacientes ante las revisiones rutinarias. Nosotros nos dirigimos a la dirección del penal, ya nos espera la directora. Recorro los pasillos de un penal con casi siete décadas que ha atestiguado dolores, remordimientos y el castigo de ser olvidados por la sociedad. Cuando arribo a la Dirección General, la directora amablemente me recibe y me aclara: “Nosotros no podemos obligar a las internas a dar entrevistas, será usted quien acuerde con ella si acepta entrevistarla”. y continúa diciéndome “Espero venga de buen humor doña Juana porque es una señora muy seria y hábil, y cuando no le parece algo se niega, así paso recientemente con reporteros de Canadá y de cadenas de televisión que la han buscado para entrevistarla”. Se trata de los primeros informes reales que tengo, antes todo era una especulación. Debo reconocer que mis nervios en esos momentos los estaba utilizando como mecanismo de concentración y de escenificación. De repente, aparece una trabajadora social y nos interrumpe: Doña Juanita ya está acá.
Ingresa lentamente, arrastrando su pierna izquierda, visiblemente lesionada, es una mujer muy alta de casi 1.80 de estatura, robusta y de facciones toscas. Me aproximo a ella antes de que la directora nos presente y le digo: “Doña Juana, soy su tocayo, me llamo Juan Carlos y vengo desde Oaxaca a entrevistarla. Estoy convencido que lo que se dice allá afuera de usted es una historia incompleta, permítame dar a conocer lo que pocos saben de Juana Barraza, hasta donde se sienta cómoda, si no le gusta, le paramos”.
Ella tarda en responder, piensa, la boca la tiene reseca, sube sus manos a la mesa, y rompe en llanto. “Acepto, pero ayúdeme con mis medicinas”. Ese planteamiento se convierte inmediatamente en el compromiso de la entrevista entre ella y yo.
El fotógrafo que me acompaña y yo somos su público. Porta una playera color azul marino y un pantalón deportivo del mismo tono, el color de las sentenciadas. Es amable y audaz para llevar la plática por dónde ella se siente cómoda. Nos reímos cuando dice que es enamoradiza y yo la interrumpo para adherirme al comentario y le aseguro que es un mal de los Juanes. Se está rompiendo el hielo. Decido iniciar la entrevista con un tema que supongo le agrada: la lucha libre. Le pregunto para generar empatía, ¿Extraña a la Dama del Silencio?, ella responde: “sí, yo soy ruda porque ahí sacaba todo el estrés que yo tenía, ahí era el momento de sacar todo de cómo me trataba mi mamá, decía yo, pues no faltarle el respeto a mi mama, aunque nunca me quiso, pero faltarle el respeto a mi madre jamás”.
Aquella corpulenta figura de las portadas de los diarios del 26 de enero del 2006 se han transformado a casi 12 años de su aprehensión en una Juana Barraza deteriorada. Solo le preocupa su familia, expresa “aunque esté un poco enferma eso no me impide seguir adelante, por mis hijos y mis nietos. Y aprovecha para jactarse que no ha dado problemas en el penal, “he aprendido que nunca agredir a la gente ni insultarla, lo que yo hago cuando veo que no se puede, traigo mi escrito vengo con la señorita directora y le digo sabe qué, pasa esto en mi estancia y así, yo no quiero pegar eh”.
Percibo que empieza a relajarse y le pido que me cuente que ha pasado en estos años, a qué reflexiones ha llegado “todo sería diferente si yo no hubiera estado ahí, en el lugar equivocado, a lo mejor no estuviera pasando esto, pero él hubiera ya no hay, pero algo si puedo decir y bien claro: yo no lo hice”. Ella se manifiesta inocente, contrario a lo que declaró el día de su detención que explicó por qué mataba ancianas con las que no tenía ninguna relación previa. Ella declaró: “Yo odiaba a las señoras, porque mi mamá me maltrataba, me pegaba, siempre me maldecía y me regaló con un señor grande“. La madre de Barraza era una mujer alcohólica que ofrecía a su hija a cambio de dinero.
Aprovecho el sensible momento por el que atraviesa la entrevista para preguntarle si sentía arrepentimiento de algo: “me arrepiento de muchas cosas, pero no de matar gente, eso si no”. La observo sostenidamente, como esperando más respuesta sin intermediar pregunta alguna, y ella complementa algo que pareciera contradecir lo asentado segundos antes, con un tono suave y casi nostálgico me dice: “sí me arrepiento, porque no estoy con mi familia, ellos me necesitan”.
Recuerdo que antes de llegar a esta entrevista leí el análisis clínico del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiológica de la Facultad de Psicología de la UNAM, quien le practicó una serie de estudios psicológicos determinando que tenía un comportamiento psicópata, característico en los asesinos seriales. La directora del laboratorio explicó: “Juana suele mentir, durante las sesiones mostró una leve sonrisa, la misma que tuvo después de su captura, cuando mostró a policías judiciales la manera en que asesinaba a sus víctimas”. (Tomado del periódico Universal).
Parece cómoda respondiendo y la cuestiono respecto a su fe y sus creencias. Se dice cristiana y asienta “Dios no juzga, nos entiende porque somos sus hijos, lo único que he dicho es que si Dios ya me perdonó, a mí no me interesa lo que la gente piense”. ¿Qué siente usted cuando sabe que le dicen la Mataviejitas? “Siento feo y aquí se los he dicho en su cara eh, ¿Ustedes fueron conmigo verdad? Por eso me dicen así, ay no Juanita no se moleste, me dicen”. Se puede ver a una mujer contundente en sus respuestas y empática con otras internas cuando la interrogo respecto a qué le provocan otras terribles historias de compañeras internas, ella se muestra comprensiva y dice “vengan por lo que vengan no somos nadie para juzgar, yo oigo que les pegan a las mamás, que vienen que porque mataron a sus hijos, y yo me pregunto ¿Qué ganamos con pegarles? ¿Nosotros somos blancas palomitas? Claro que no, por algo estamos aquí”.
El ánimo de Juana parece permitir preguntas rápidas.
¿Qué le provoca miedo?
“Nada, ni a morirme, lo único que me dolería mucho es dejar a mi hija”
¿Qué le aconseja a la juventud?
“Que lo pienses tres veces, que mejor se pongan a trabajar, a estudiar, pero nunca a hacer cosas feas, que se acuerden que todo eso se regresa”
Si usted pudiera votar ¿Por quién votaría?
“Por nadie, todos los partidos dan lo mismo. Por eso hay tanto delincuente, que se les hace fácil la puerta falsa, y por ese lado yo los comprendo”
Actualmente Juana Barraza es maestra de caminata, vende tacos de guisado y lo poco que ahorra es para su hija y sus nietos.
Realizada por Juan Carlos Díaz Carranza