En teoría, están definidos los nombres de los dos candidatos emocionalmente más importantes, que aparecerán en la boleta electoral por la gubernatura de Oaxaca el primer domingo de junio. El problema es que, el hecho de que ya estén políticamente fijados Salomón Jara Cruz y Alejandro Avilés como abanderados de Morena y el PRI, en nada cambia la compleja realidad oaxaqueña en la que se vocifera mucho, pero en la que paradójicamente nadie dice nada sobre un proyecto de gobierno, o sobre una visión concreta de Estado para la entidad.
En efecto, a finales de diciembre Morena definió a Jara Cruz como su candidato para la gubernatura. Lo hizo en medio de un proceso interno en el que las decisiones fueron totalmente verticales, y en el que los mecanismos electivos fueron cupulares, opacos y avasallantes para todos los demás aspirantes, que en algún punto supusieron que sí se realizaría un proceso basado en reglas y procedimientos sostenibles y democráticos.
En la contraparte, en el PRI, la semana pasada se hizo el anuncio político en la Ciudad de México —porque la formalización de la unción según ocurrirá en el transcurso de la presente semana— de que el candidato a Gobernador por ese partido será el diputado local Avilés Álvarez. De nuevo, el Revolucionario Institucional definió su candidatura en medio de un proceso interno en el que, igual que en Morena, las decisiones fueron totalmente verticales, y en el que los mecanismos electivos fueron cupulares, opacos y avasallantes para todos los demás aspirantes, que en algún punto supusieron que sí se realizaría un proceso basado en reglas y procedimientos sostenibles y democráticos.
Luego de sendos anuncios, ocurrió en cada partido aquel viejo fenómeno conocido como “la cargada”. Propios y extraños abandonaron sus posiciones previas —coincidentes o discordantes con la definición cupular— para volcarse en manifestaciones de felicitación y apoyo a los candidatos recién ungidos. En la apariencia, y en ambos partidos, pareció momentáneamente quedar atrás cualquier viso de recelo, de divisionismo y de encono, para ondear la bandera de la unidad en torno al recién elegido abanderado —en ambos casos, definido por quién sabe quién—, y manifestar con euforia que esa será —cualquiera de las dos— la candidatura triunfadora en la jornada electoral.
En ese contexto, resulta alarmante la incapacidad autocrítica en uno y otro partido. ¿Por qué? Porque es claro, y preocupante, que hasta el momento nada se ha dicho sobre la visión de mediano y largo plazo que cualquiera de los dos candidatos tiene para Oaxaca. En ese contexto, el ciudadano razonable —porque sí los hay— que está esperando la definición de su voto, con base en argumentos o planteamientos de gobierno, e incluso en promesas o palabras melodiosas dichas por cualquiera de los aspirantes.
El problema es que pareciera que Oaxaca y los planteamientos serios son lo menos importante. Es verdaderamente abominable que hoy se diga con tanta ligereza que tal o cual partido eligió al más tunante de sus militantes como candidato, justo para poder enfrentar al más marrullero de los integrantes de la fuerza política contraria, ahora ungido como su abanderado. ¿De verdad ese es el nivel de rapacidad al que ha llegado el ejercicio político en Oaxaca, como para aceptar y normalizar —sean válidos o no— esos argumentos y esa visión sobre el futuro que le espera a Oaxaca?
Pareciera que hoy que la honorabilidad, la decencia o la congruencia son factores que le juegan formalmente en contra a cualquiera que desee figurar en política —incluso es hasta objeto de burla—, pero no así lo que en una sociedad sana tendrían que ser defectos indeseables de un político que hoy, aquí, se celebran, se aplauden y hasta se adulan.
¿Y OAXACA?
Uno y otro son personajes ampliamente conocidos en Oaxaca. No uno más que otro porque esos, y todos los demás casos, han sido parte de esa casta que pervive de forma crónica de las actividades relacionadas con el gobierno y la política, y que incluso se siente con el derecho de sangre, o de ralea, para controlar la actividad gubernamental y las decisiones que inciden en la vida de todos los oaxaqueños, como si tuvieran alguna virtud superior a la de cualquier otro oaxaqueño con similares derechos políticos.
Hoy frente a ello, se mantiene con validez la pregunta: ¿Qué pretenden, no para sus intereses o para su visión respecto al control del poder, sino para Oaxaca? El problema es que, sobre eso, nadie dice nada. No sorprende, porque sería exactamente lo mismo frente a la pregunta de por qué militan en sus respectivos partidos: esgrimirían respuestas retóricas, pero vacías de cualquier tipo de contenido ideológico, político o incluso de experiencia en la actividad de gobierno para el bien de la ciudadanía. Es así porque al calor de la disputa electoral por el poder, vociferan su priismo o morenismo hasta la médula —para el caso, da lo mismo—; pero en el fondo desconocen —y tampoco les importa— si su aparente militancia tiene algún sustento, o incluso si están interna y honestamente convencidos con ella.
En todo esto, ¿tendrían que convencernos, o al menos tranquilizarnos, las decisiones tomadas por los dos mencionados partidos? Si tenemos algún interés directo con respecto a alguno de ellos, probablemente sí. Pero de lo contrario, tendríamos que estar sumamente preocupados, porque tanto la definición de Morena como del PRI están basadas en aspirantes que jamás han dicho qué pretenden, o qué pueden y quieren hacer a favor de Oaxaca, más allá del solo hecho de ganar la elección y llegar a la gubernatura.
¿Les importa la lacerante realidad social de pobreza, marginación y discriminación que priva en Oaxaca? ¿Qué plan tienen para combatir esos flagelos? ¿Tienen algún interés en atender —en la Constitución, y en las acciones de gobierno— las ancestrales demandas de los más de 400 municipios oaxaqueños que se rigen por sus propios sistemas normativos internos, y que son pueblos indígenas con una cosmovisión, lenguaje y formas propias de organización? ¿Tienen algún plan alterno a la frivolidad que ha privado en las últimas administraciones, en las que se cree que con oropel, ocurrencias, caprichos y acciones cosméticas se resuelven los perennes problemas que enfrenta la entidad? ¿Qué perspectiva tienen para la entidad, más allá de ver ganar al PRI o a Morena? ¿Qué idea y visión tienen de sus respectivos partidos, ideologías y programas de gobierno? ¿De verdad tienen alguna noción?
Lo grave es que Oaxaca y sus problemas siguen ahí, y sobre ellos —no respecto a la política partidista— prevalece un prolongado ayuno de ideas. Un preocupante silencio, y una cada vez más clara apatía, respecto a lo que debería ser el tema central no de la elección, sino de la discusión política hoy, ayer, mañana, hace cinco años y en los próximos seis, veinte y cien: el profundo atraso en que se encuentra Oaxaca, y la postergación constante de las discusiones de fondo, para siempre privilegiar los intereses, la politiquería y las sumas y restas entre grupos. Todo, siempre, en detrimento de Oaxaca.
EPITAFIO
Todos muy contentos. Todos muy alegres. Viva el nuevo candidato. Viva la unidad. Viva el partido… Pero ni el nuevo ungido, ni sus eufóricos aduladores, ni los hijos pródigos de su partido —que ahora abundarán—, ni nadie, cambia la terca realidad. ¿Sí lo ven?
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