Las mujeres tienen menos de dos hijos en promedio en 83 países, casi la mitad de la población mundial. Y en algunos otros como Alemania, Italia, Japón, Polonia, Singapur, Corea del Sur y España, la fecundidad se acerca a un hijo por mujer, lo que está por debajo del nivel de reemplazo.
En gran parte, debido a las decisiones de las mujeres en materia de reproducción, las proyecciones indican que las poblaciones de 48 países serán más reducidas y tendrán estructuras etarias con más personas mayores para mediados de este siglo.
En un futuro más lejano, las perspectivas en esas naciones se agravarán con poblaciones más reducidas y de mayor edad para fin de este siglo.
Por ejemplo, si la fertilidad en Japón se mantiene en 1.4 nacimientos por mujer, de sus actuales 127 millones de habitantes quedarán 64 millones para 2100, 40 por ciento de los cuales tendrán más de 65 años.
Las mismas perspectivas demográficas se repiten en muchos otros países cuando no cambian las bajas tasas de fecundidad, como Alemania, Italia, Rusia y Corea del Sur.
Según las tendencias demográficas observadas en las últimas cinco décadas, cuando la tasa de natalidad cae por debajo del nivel de reemplazo, en especial cuando es de 1.6 nacimientos por mujer, tienden a permanecer igual.
Y aun si la tasa de natalidad aumentara de alguna forma, el número de mujeres en edad de procrear disminuirá en muchos países con bajas tasas de natalidad, lo que derivará en un menor número de nacimientos.
Si bien hay pocas investigaciones empíricas que lo sustenten, los países tienden a mirar el descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población con grave preocupación.
Se cree que esa tendencia demográfica tendrá graves consecuencias sobre los intereses nacionales al perjudicar el crecimiento económico, la defensa, la integridad cultural, las pensiones y la salud, en especial en lo que respecta a la atención de los adultos mayores.
Algunos gobiernos, como los de Alemania, Italia, Japón, Rusia, Singapur y Corea del Sur, concluyeron que son necesarios los esfuerzos de intervención para elevar la tasa de natalidad, y así frenar la disminución y el envejecimiento de la población.
En los últimos tiempos, ese doble problema demográfico hizo que China anunciara el fin de la política de hijo único para permitir dos hijos por pareja.
Sin embargo, a pesar de las políticas estatales, de varias iniciativas pro natalidad y de considerables gastos económicos, como el día nacional de la concepción, la noche familiar, los “cruceros del amor”, los servicios de emparejamiento, los incentivos para la maternidad y los llamados al patriotismo y al deber cívico, los esfuerzos para elevar la fertilidad cerca del nivel de reemplazo, por lo general, no lograron convencer a las mujeres de tener más hijos.
En muchos países con baja natalidad, la fecundidad permaneció por debajo del nivel de reemplazo.
Hay muchos factores o razones de por qué la fecundidad cayó por debajo del nivel de reemplazo y se mantiene baja. El matrimonio como institución social valorada decayó a medida que el divorcio y la separación se hicieron más comunes y aceptables. Además, ya no se le atribuyen solo fines reproductivos.
Las oportunidades en materia de educación, empleo, movilidad e independencia económica, sumado a la anticoncepción, permiten a la mujer demorar o directamente renunciar a la maternidad.
En muchos países desarrollados, en especial en Europa, 10 por ciento de las mujeres que rondan los 40 años no tienen hijos, e incluso en algunos como Alemania, Italia y Holanda, la proporción se acerca a 20 por ciento.
En vez del matrimonio, muchas mujeres y hombres prefieren la cohabitación, evitando trámites legales, responsabilidades sociales y compromisos de largo plazo. Aun si luego deciden casarse, muchos están satisfechos de seguir con su compañero o compañera solo como pareja.
Cada vez más hombres y mujeres jóvenes buscan la realización personal y el desarrollo de sus carreras en vez de concentrarse en la familia y los hijos. Y tras muchos años en esa situación, muchas personas se acostumbran a un estilo de vida urbana, de elevado estatus económico y social y con libertades ilimitadas.
Las mujeres también dicen que no tienen hijos porque no encuentran un compañero apropiado y dispuesto a compartir por igual la paternidad y las tareas del hogar. Por ejemplo, cuando le preguntaron a una joven japonesa si desearía tener un hijo, respondió: “No, porque para tener un bebé tendría que casarme con un bebé”.
Además, muchas parejas jóvenes concluyen que no pueden vivir con los ingresos de una sola persona y que los dos están obligados a trabajar. Los costos adicionales que suponen los hijos, además de la necesidad de ahorrar para una larga jubilación, elevan las necesidades económicas de los hogares y suponen un poderoso freno a la procreación.
Otro factor de peso que incide en la baja fecundidad en muchos países es la falta de apoyo suficiente y de servicios sociales para quienes tienen hijos, en especial para las familias monoparentales. Este asunto se volvió particularmente importante dado que la mayoría de las mujeres no solo se dedican a la maternidad, sino que son trabajadoras.
Las exigencias laborales, del desarrollo de las carreras y de la paternidad, sumadas a los costos de la crianza de los hijos, constituyen los obstáculos para el segundo hijo.
Frente a esas circunstancias acuciantes, en especial dado que el peso de la crianza de los hijos todavía recae enormemente sobre las mujeres, muchas de ellas son renuentes a tener un segundo hijo. Y cuando algunas de ellas deciden atravesar ese obstáculo, comparativamente menos están dispuestas a considerar la posibilidad de tener tres o más.
Algunas mujeres, y también hombres, limitaron su fecundidad preocupados por la superpoblación mundial y sus consecuencias perjudiciales para el ambiente. Están convencidos de que el mundo sería un lugar mucho mejor y más sostenible para vivir con menores tasas de natalidad, lo que derivaría en una futura población mundial mucho menor.
Los programas y políticas estatales para incentivar a las mujeres a tener más hijos, con el fin de frenar la disminución y el envejecimiento de la población, también se chocaron contra objeciones y resistencias sobre la interferencia y la intromisión innecesarias del Estado en la vida de las mujeres.
En Alemania, por ejemplo, la introducción de una asignación para las mujeres dedicadas a la crianza de sus hijos fue duramente criticada por desalentar a la población femenina a desarrollar una carrera profesional, lo que sí se promueve y se espera de los hombres y los padres.
¿Lograrán los gobiernos convencer a las mujeres de suspender su huelga reproductiva y tener un mayor número de hijos, elevando así la tasa de natalidad cerca del nivel de reemplazo? Parece muy dudoso.
Según su comportamiento actual y su discurso, las mujeres en países con baja natalidad probablemente no aumenten el número de hijos por el bien del país, por los limitados incentivos económicos o por otros programas estatales pro natalidad. La mayoría de las jóvenes decidieron no regresar a los papeles tradicionales y limitados signados por la reproducción, que desempeñaron sus madres y abuelas.
En consecuencia, en el futuro cercano, la fertilidad en los países de baja natalidad permanecerá por debajo del nivel de reemplazo.
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