Quizá venga al caso recordar aquella frase de Juan Rulfo, en uno de los relatos que integran “El llano en llamas”. Se trata de “Luvina”.
En éste, mientras los personajes, él y ella, esposo y esposa, marchan extenuados por caminos terregosos, solitarios y yermos, que huelen a dolor y muerte; lugares en los que la tristeza, la desesperanza, el abandono y la soledad han hecho su imperio, ellos caminan y suponen que avanzan mientras se preguntan lo esencial:
“Entonces yo le pregunté a mi mujer: ¿En qué país estamos, Agripina? Y ella se alzó de hombros. […] ¿Qué país es éste, Agripina? Y ella volvió a alzarse de hombros.”
Eso es ¿Qué país es éste en el que vivimos y luchamos por vivir? ¿Qué país hemos hecho después de todo? Después de tantos años de luchas, de enfrentamientos, de victorias y del sueño por construir una nación sana, justa, equilibrada y democrática, en donde la paz social y la armonía sean el síntoma y no la excepción… En donde todo se hubiera conseguido para todos.
¿En qué punto estamos de nuestra historia? ¿La de la victoria? ¿La del fracaso?
El siglo XIX mexicano fue un periodo de luchas, de guerras internas, de enfrentamientos, de búsqueda de identidad nacional, de búsqueda de conseguir un Estado de derecho en el que el imperio de la ley rebasara las diferencias internas y las amenazas externas. Por consolidar a un país mexicano murieron miles de mexicanos entonces. Pero se avanzó.
El siglo XX comenzó con una Revolución para conseguir la anhelada democracia y la participación de todos en las decisiones supremas. Hubo más de un millón de muertos. Y del país salió por lo menos un millón de mexicanos, migrantes, que buscaban vivir en paz y con trabajo. Desde entonces millones más se han ido al norte del país y no por una revolución, sí por la falta de gobierno para garantizarles una vida digna, honorable y segura.
Un siglo XX en el que se construyeron instituciones, pero en el que también se entronó un solo partido por más de setenta años y, por lo mismo, debió haber cambios por la vía democrática para conseguir la alternancia y distintas formas de gobierno.
Poco a poco, a pesar de los chanchullos, la corrupción, la traición social y política los mexicanos seguíamos confiados en que la experiencia que parecía interminable daría paso a formas de gobierno más justas, más equilibradas, más razonables y con la doctrina de la justicia social, la igualdad y la mejor acción de gobierno para el bienestar colectivo.
Hoy vemos que las cosas están empantanadas en un mar de contradicciones, de engaños, de mentiras, de traiciones, de humillaciones, de burlas, de mentiras. No sólo desde el gobierno federal de la 4-T; también desde los distintos ámbitos de la participación social o política.
Parece que, al final de cuentas, nada ha cambiado desde los días aquellos en los que queríamos construir a una Nación y queríamos ser México.
La situación del país hoy es grave. Muy grave. Sometida a la ley del más fuerte. Sometida a la ley del más poderoso que enfrenta y castiga a quien no le es fiel, en una fidelidad absoluta y totalmente mal entendida: la indignidad.
… Y un panorama desolador en el que la democracia parece estar en peligro inminente. La democracia no consolidada aun, pero en la que ya se avanzó a golpe de esfuerzos y confianza en las instituciones creadas para lo electoral democrático. Instituciones hoy en peligro, por cierto.
Pero independiente de que en el ámbito político las cosas se descomponen cada día más, en un escenario en el que se simulan procesos democráticos y en los que la decisión de quién será elegido es exactamente igual a la de tantos años de priato: el dedazo como solución y fórmula de continuidad en el gobierno.
Estamos perdidos los mexicanos de hoy; caminamos por rutas peligrosas y solitarias en las que la violencia y el peligro son parte del castigo por no haber hecho bien las cosas y por habernos dejado engañar por intereses envenenados.
La desaparición de cinco jóvenes en Lagos de Moreno, y la exhibición patética de su situación extrema es dolorosa. Muy dolorosa. Y es la expresión de lo que, en gran cantidad, pasa y ocurre en el país cada día de nuestros días: muerte, agravio, dolor, llanto, sangre, injusticia, impunidad…
Y al gran poder nada de esto le conmueve. Nada le hace reflexionar en su propia responsabilidad en todo esto. Nada lo hace voltear con un mínimo de conmiseración por las mujeres, por los ancianos, por los niños, por las familias, por las comunidades que sufren el dolor de la pérdida de sus seres queridos: No oye. No oye el clamor nacional por vivir en paz y con justicia.
Engolosinados con el poder, juegan al proceso electoral. Juegan al corcholateo. Juegan a que la democracia es un volado al aire. Juegan a que ellos son la solución aunque en las calles, en las carreteras, en los poblados, en las rancherías, en los municipios, en muchos de los estados de la República impera la ley de la violencia imparable, incontenible…: la muerte.
Hoy, ante el dolor por la pérdida de los jóvenes de Jalisco, y por la pérdida de miles-miles-miles de mexicanos y mexicanas y la tragedia de miles de familias que viven en el dolor, vale la pregunta de Rulfo como pocas veces: “¿En qué país vivimos? ¿Es este el país que se nos tenía prometido? ¿Es esta la solución a un pasado ominoso?
O es que será cierto aquello de que estábamos mejor, cuando estábamos peor.