El resultado elección de julio próximo, en Oaxaca dará luces de cuánto lograron avanzar los partidos frente a la apatía y el desánimo de los electores locales. A pesar de ser una elección presidencial, aquí no se jugará el destino de la entidad, y tampoco habrá contendientes lo suficientemente fuertes como para suponer que el resultado electoral marcará el destino político —de un partido, de un grupo, o de toda la clase política— en el mediano plazo. De ahí que, en el resultado, podremos ver si los partidos lograron ganarle algo de terreno a la apatía que parece inundar a la mayoría de los electores oaxaqueños.
En efecto, siempre resulta importante e interesante para analizar, el empuje que tiene una elección presidencial en los contextos locales. En Oaxaca, sabemos de algunos antecedentes ya conocidos, tales como el poder que han tenido las fuerzas de izquierda en las dos últimas elecciones presidenciales; la poca capacidad que ha existido entre los electores para hacer una diferenciación entre los sufragios que emite para la elección de cada uno de los cargos en juego; o la poca efervescencia que las elecciones presidenciales logran prender entre los electores no manipulables, abriendo con ello la posibilidad de que la ingeniería electoral haga el trabajo a favor de uno u otro partido o aspirante.
Esas circunstancias hoy se nutren de otras, que también vale la pena repasar. En Oaxaca pasamos recientemente por una elección de Gobernador que dio como resultado una segunda alternancia de partidos; seguimos viviendo en un contexto político en el que la pluralidad se ejerce con plenitud, pero en la que no se ha logrado construir ningún tipo de mayoría definida que acelere o modifique la inercia propia de los procesos de gobierno y las decisiones que se toman en el Poder Legislativo; que hoy la ciudadanía votante no tiene definiciones claras respecto hacia dónde se moverán sus preferencias electorales; y que, en ese contexto, resultará muy importante lo que hagan los partidos, candidatos, representantes populares y gobernantes, para captar los votos libres independientemente de las estrategias que pudieran tener con sus votantes asegurados.
Esta debiera ser una medición muy particular, porque de ella se desprenderían tendencias importantes para los comicios de 2018. El electorado oaxaqueño ha vivido en pocos años dos alternancias de partidos en el poder; ha visto cómo desde dos frentes electorales distintos se han prometido cambios y mejoras en las tareas de gobierno, y ha visto cómo en ambos casos hubo tantas fallas e incumplimientos que llevaron a sus respectivos grupos a la derrota.
En 2010 fue derrotado el priismo luego de las fallas, excesos y soberbia del grupo del entonces gobernador Ulises Ruiz; y seis años después fue también derrotado el grupo que antes había sacado del poder al ulisismo. Para ganar, en 2010, el grupo de Gabino Cué le prometió a la ciudadanía oaxaqueña un cambio en la forma de gobernar, pero seis años después le entregó corrupción, impunidad y engaño, obteniendo a cambio una nueva derrota electoral.
Todo esto no debiera ser un antecedente menor frente a lo que ocurrirá en 2018. Hay un gobierno de segunda alternancia, y hay partidos que tienen fresco aún el antecedente de haber sido gobierno, aunque ahora sean oposición. En ese contexto, ni a quienes son gobierno de reciente conformación, ni los que son neo opositores luego de haber apoyado a un gobierno desastroso, les alcanzan los argumentos retóricos sustantivos como para pedirle al ciudadano que convalide su preferencia electoral en un nuevo proceso. De ahí la interrogante sobre cuánto habrán podido avanzar en el fomento a la credibilidad entre ciudadanos que están desencantados, en general, de toda la clase política.
¿CÓMO CAPTAR VOTOS LIBRES?
En los ejercicios matemáticos, hoy todos saben que ni el voto duro del PRI en Oaxaca sería suficiente para ganar algo en cualquier elección, como también saben que ni el voto asegurado de Morena, o del PRD, o del PAN, o del partido que sea, le alcanza como para alzarse con números favorables el día de la jornada electoral. Acaso, todos asumen hoy que sus votos asegurados (eso que antes se llamaba “voto duro”) sólo les permite tener un margen concreto de votación que ya no puede ser visto más que como el punto de partida de su trabajo electoral.
En ese contexto, es evidente que todo lo que deben ir a buscar los partidos es el voto ciudadano conquistado, cooptado, comprado o condicionado, independientemente de cuál sea el orden de esas prácticas o maniobras. Deben hacerlo en una proporción que incluso puede superar en 200 por ciento a los márgenes que calculan de voto duro. Esa circunstancia abre una oportunidad por demás interesante para la evaluación —plebiscitaria, incluso— del trabajo que ha realizado cada partido o candidato en el espacio geográfico y político en el que buscará el voto.
Concretamente, si por cada voto asegurado debe ir a buscar otros dos que no están más que en el ánimo del elector, cada partido tendrá entonces un margen de evaluación importante de su trabajo y antecedentes. Esto se hace particularmente relevante en un contexto como el oaxaqueño actual, porque si hubiera que definir el periodo en el que vivimos, éste tendría que llamarse “desencanto” o algo por el estilo, a partir de que las dos alternancias de partidos en la gubernatura, han dejado claro que ninguno de los grupos ha estado a la altura de lo que los oaxaqueños esperan —esperamos—; y que el gobierno actual es tan reciente, que tendrá que hacer mucho trabajo a ras de tierra para lograr convencer a los electores que hay los resultados suficientes como para pedir la convalidación de la preferencia a través de un segundo voto.
A nivel político lo que está en juego es mucho, ya que ésta es la elección concurrente más grande de la historia contemporánea del país. Aún así, en Oaxaca no se logra ver aún un ánimo concreto en el que la ciudadanía se involucre porque considere que algo está en juego. En la elección presidencial, Oaxaca será sólo una pieza más de las 32 que conformarán el rompecabezas electoral; y en lo que corresponde al Senado, y las diputaciones federales, parece que más bien hay un ejercicio en el que quienes resulten candidatos lo serán por exclusión, y no porque sean quienes representen los proyectos de mediano plazo de los grupos políticos.
DESINTERÉS
La última lucha será la del Congreso local, la cual a pesar de representar gran importancia para la gobernabilidad estatal, siempre ha sido la que menos interés despierta en los ciudadanos. Por todo eso, el ganador de fondo de esta elección será no quien manipule mejor los votos, sino quien demuestre que hizo algo para ganarle terreno a la apatía que domina a la mayoría de los electores frente a todos los partidos, todos los candidatos y, en general, frente a todo el escenario electoral actual.
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