Estoy cierto de que la mayoría de jóvenes estadounidenses no saben a qué se debe el embargo comercial, económico y financiero que su país tiene impuesto a la isla de Cuba desde octubre de 1960. Recientemente tuve a un grupo de alumnos de la más prestigiada universidad neoyorquina, chicos y chicas veinteañeros de la carrera de comunicación que tenían pobrísima información del asunto. Al contrario, los jóvenes cubanos seguramente lo saben porque cotidianamente padecen carencias derivadas de tal embargo, que popularmente se conoce como bloqueo.
La enemistad que se produjo entre Estados Unidos y Cuba raíz de las expropiaciones de bienes y empresas que llevó a cabo la isla cuando triunfó la Revolución se convirtió dentro del escenario internacional en una especie de rivalidad caribeña entre los Capuleto y los Montesco: ya muchos no se recuerdan bien a bien qué le dio origen, pero la sangre les hierve por el antagonismo que se fue construyendo a lo largo de los años.
La última agresión militar directa de Estados Unidos a la isla fue la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961 y resultó un fracaso. Hubo otros intentos que se cancelaron definitivamente en 1962 con el acuerdo Kennedy-Kruschev para evitar más ataques a Cuba. El enfrentamiento persistió, azuzado por la política de Washington y las escaramuzas verbales del discurso rudo que mantuvo Fidel Castro hacia la política internacional de Estados Unidos durante su larga presidencia.
A fines del pasado mes de marzo, el embargo volvió a las noticias porque el ex presidente Jimmy Carter realizó una visita de tres días a Cuba, durante la cual se reunió en dos ocasiones con el presidente Raúl Castro y una con su hermano Fidel. Carter solicitó al gobierno de Estados Unidos poner fin al embargo comercial contra la isla, que ya dura 50 años y es, con ello, el más largo de la historia. Al mismo tiempo reclamó al gobierno cubano la liberación del contratista estadounidense Alan Gross, condenado a 15 años de prisión y acusado de realizar acciones mediáticas subversivas por la instalación de apoyos tecnológicos y de acceso a internet a grupos de oposición.
La presencia de Carter en Cuba se explica por la labor que ha desarrollado a favor de los derechos humanos y su trabajo como mediador en conflictos internacionales que le valió el Premio Nobel de la Paz en 2002. A la luz de los escasísimos avances, e incluso retrocesos, que ha habido en la relación Cuba-Estados Unidos en los treinta años transcurridos desde que Jimmy Carter dejara la presidencia de su país, más que la labor ex presidencial de este personaje se deben revalorar algunas de sus acciones como mandatario del país más poderoso del planeta.
En relación con Cuba, en 1979 Carter tomó la decisión de no renovar las restricciones para viajar a la isla y amplió la cantidad de dinero que los ciudadanos estadounidenses podían gastar en ella, lo cual representó un importante acercamiento al restablecimiento de la relación entre ambos países. Esta distensión en la relación bilateral sólo duró hasta el término de la presidencia de Carter, pues su sucesor, el llorado “American Idol” Ronald Reagan velozmente restituyó las restricciones. Después, durante la presidencia de George Bush, el embargo se recrudeció con la promulgación de la Ley Helms-Burton en 1992, que prohíbe a los ciudadanos estadounidenses realizar transacciones empresariales con Cuba. En 1999, durante la presidencia del demócrata Bill Clinton, la ley extendió la prohibición a filiales estadounidenses ubicadas en otros países.
La acción diplomática de Carter bien podría ser interpretada como una estrategia para salvar a un conciudadano a quien se le aplicó una pena muy dura, que dado el amplio espectro de usos que pueden tener las redes sociales, podría considerarse sumamente injusta, pues en ellas se pueden intercambiar desde recetas para preparar un mojito hasta información sobre formas eficientes de acción política contra un régimen. Es decir, el acceso a la red no determina los objetivos. Sin embargo, la visita de Carter a la isla es una ayuda de memoria no sólo de la buena voluntad para levantar el embargo que tuvo hace más de treinta años, sino su compromiso permanente con los derechos humanos.
Cuando Jimmy Carter asumió la gubernatura de Georgia, en su discurso inaugural señaló el fin de la segregación racial en el estado. En ese entonces, estaban todavía vivas en el recuerdo las luchas por los derechos civiles. Conviene señalar que el tránsito del reconocimiento oficial al reconocimiento social de la igualdad de derechos es un proceso tortuoso y empedrado de inquina por parte de quienes se resisten a perder espacios privilegiados. Carter destacó por su respeto a los derechos de los afroamericanos en un estado sureño que muy poco antes había sido escenario de terribles manifestaciones de segregación. No recuerdo bien, pero me parece que fue en aquel gobierno cuando se reivindicó la canción “Georgia on My Mind” del gran Ray Charles y se la declaró himno oficial del estado.
En otro tema de los derechos civiles, Carter hizo pública su postura personal en contra del aborto, pero apoyó su legalización, cuando así lo determinó la Corte Suprema de Estados Unidos en 1973. Como presidente, también se pronunció a favor de los derechos de los homosexuales. Específicamente se opuso a la Iniciativa Briggs, propuesta por el legislador John Briggs del Condado de Orange, que pretendía impedir el ejercicio magisterial a homosexuales y lesbianas.
Son legendarias también las habilidades diplomáticas conciliatorias de Carter: uno de los actos más significativos de política exterior durante su presidencia fueron los Acuerdos de Camp David, en los que logró fijar puntos comunes entre Egipto e Israel, firmados por el presidente egipcio Anwar Sadat y el primer ministro israelí Menájem Beguin.
Toda una tradición de respaldo a los derechos civiles y de apoyo a una política internacional de respeto y paz acompañaron a Carter en su visita a Cuba. Falta conocer hasta qué punto está comprometida la administración Obama con la estrategia llevada por Carter al país caribeño para rescatar a un ciudadano estadounidense. Hace un año el Presidente estadounidense refrendó el bloqueo hasta septiembre de 2011, aunque flexibilizó los viajes y remesas. Quizá fue sólo una estrategia para no abrir frentes de conflicto adicionales a los que ha alimentado la ferocidad con que han sido criticadas algunas decisiones de política interior como el programa de salud. El caso Gross puede abrir la coyuntura para que Estados Unidos se reivindique ante el mundo y levante el embargo, en un acto de justicia que hoy adquiere tintes de hazaña debido a la polarización de opiniones que existe al respecto.
Profesor – investigador en el Departamento
de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.