A propósito de la formación en la CIA del embajador trumpista designado Robert Douglas Johnson habría que parafrasear aquella frase demoledora del presidente Mao sobre EU y decir que la CIA es un tigre de papel.
Además de la devastadora reconstrucción real de la ineficacia de la CIA que hizo en 2007 el periodista Tim Weiner —Legado de cenizas. La historia de la CIA, premio Pulitzer –, aquí en México la CIA nunca pudo consolidarse como una oficina para recolectar información de interés para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Y no fue solo el periodista Manuel Buendía quien reveló en dos ocasiones la identidad del jefe de la estación de esa agencia en México sino que la locuacidad del embajador reaganiano John Gavin desactivó cualquier posibilidad de utilizar a la estación de la CIA en México –por lo demás, la más importante después de Berlín–. Gavin se encontró en 1984 que la Dirección Federal de Seguridad (la CIA mexicana) de José Antonio Zorrilla Pérez se había pasado al enemigo y públicamente había firmado convenios de capacitación nada menos que con el STASI de Alemania Democrática, la policía política más importante del bloque soviético por su vecindad con el Oeste europeo.
Y lo peor de todo fue que el propio Gavin reveló en el The New York Times lo que fue considerado como una traición del servicio de inteligencia mexicano, porque la Federal de Seguridad fue la primera réplica en el exterior de la CIA en 1947. Durante 35 años, la DFS mexicana fue una subsidiaria de la CIA y el hombre de la inteligencia estadounidense aquí fue nada menos que Fernando Gutiérrez Barrios. Y se pueden agregar los datos de las revelaciones de cómo la CIA había cooptado y puesto en nómina a importantes figuras políticas, incluyendo la denuncia del exagente Philip Agee de que los presidentes Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría estaban en el grupo de la CIA conocido como LITEMPO.
Aunque provenía del área cinematográfica, como actor se localizó Gavin siempre en la derecha ideológica que capitaneaba el senador Joseph McCarthy y a la que pertenecía –ahí sí con definición ideológica– el actor Ronald Reagan, lo que explica que a la llegada de Reagan a la Casa Blanca envió a su colega Gavin a la embajada en México. Gavin tomó su papel muy en serio y se convirtió él mismo en el jefe de la estación de la CIA, con lo cual terminó de liquidar cualquier posibilidad de la agencia de espionaje para servir a los intereses de seguridad nacional de la Casa Blanca.
Los embajadores suelen marcar una distancia de las oficinas de la CIA en sus residencias, pero al final de cuentas tienen que patrocinar y proteger las actividades clandestinas: el embajador Joseph John Jova (de Nixon) fue señalado de realizar labores de inteligencia y no políticas, John Dimitri Negroponte (de Bush Jr.) llegó procedente de la Comunidad de inteligencia y seguridad nacional y con la agenda de estabilizar políticamente México para subordinarlo a la Casa Blanca y le tocó lidiar con el timorato de Vicente Fox y Jeffrey Davidow (de Bill Clinton y Bush Jr.) siempre cargó con la acusación de haber sido uno de los hilos de intervención clandestina de Estados Unidos en el golpe de Estado en Chile contra Salvador Allende.
Los libros de exagentes y exdirectores de la CIA nunca pudieron explicar el funcionamiento de la estación en México, quizá con mayores intenciones de espionaje geopolítico que de interés por México. En 1982 el exjefe de la estación de la CIA en México John Horton renunció a la agencia que dirigía William Casey para Reagan y denunció que la agencia lo estaba obligando a redactar un informe tergiversado que dibujara México como un país en caos similar al Irán del Sha y con ello justificar un mayor intervencionismo. Horton publicó un artículo en el Washington Post para revelar cómo se fabricaban los reportes de la CIA.
El embajador designado del próximo Gobierno de Trump, Ron Douglas Johnson, careció de alguna estrategia de preparación de su nombramiento y ya todos los medios de comunicación de México destacaron su perfil de boina verde, exagente de la CIA y operador de fuerzas especiales intervencionistas estadounidenses, con lo cual habrá perdido la parte biográfica de senador estadounidense que lo hubiera beneficiado más que el de operador militar con uniforme de combate y el simbolismo de la boina verde que hizo famoso John Wayne en una película.
Ni a Trump, ni a la Casa Blanca, ni al Departamento de Estado le servirá un embajador que ya fue caracterizado como cabeza de playa del intervencionismo estadounidense.
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