La crítica es a veces desconcertante: mucho se ha cuestionado que el presidente Peña Nieto no asuma el contexto político y estratégico pero a la hora de un nombramiento clave con sentido sensible salen las oposiciones.
La designación de Miguel Basáñez como nuevo embajador de México en EE.UU. ha sido uno de los nombramientos más importantes del gobierno del presidente Peña Nieto porque mantuvo el papel estratégico, en la geopolítica de crisis, que debe tener esa oficina.
La embajada en Washington no requiere de un experto en socialité ni un burócrata de la diplomacia. Las relaciones de México con Washington no son diplomáticas o de trámites comerciales ni para apoyos al dólar, sino que son parte de una vecindad definida por la seguridad nacional bilateral: ahí radica la distancia en la vecindad.
El anterior embajador mexicano en Washington fue Eduardo Medina Mora, hoy ministro de la Corte pero antes un muy sensible director del Centro de Información y Seguridad Nacional. Miguel Basáñez proviene de la academia pero es un experto en política estratégica, conoce muy bien el escenario geopolítico y sabe que las relaciones diplomáticas entre los dos países se basan en la seguridad nacional de cada país y los espacios intermedios en que se entrelazan.
Los últimos embajadores de EE.UU. en México han respondido a esa lógica: John Dimitri Negroponte se formó en la CIA, Joseph John Jova fortaleció la presencia de la CIA, John Gavin fue en los hechos el jefe de la estación de la CIA y metió a la DEA en actividades geopolíticas, Jeffrey Davidow llegó luego de un papel activo de la CIA en la embajada en Chile durante el golpe contra Allende, Carlos Pascual desestabilizó la relación al querer meterse en las estructuras militares mexicanas. De 1981 a la fecha México es una preocupación de la seguridad nacional estadunidense.
La embajada de México en Washington ha jugado papeles por etapas: hasta los setenta los embajadores utilizaban el cargo como escalafón al cargo de Secretario de Relaciones Exteriores del gabinete mexicano porque era la forma de obtener el plácet o beneplácito de la Casa Blanca. De comienzos de los ochenta esa embajada fue una oficina de la subordinación al dólar y del Tratado de Libre Comercio.
Apenas el gobierno de Peña Nieto le dio en el 2013 a la embajada una noción geoestratégica con la designación de Medina Mora dentro de la geopolítica de la seguridad nacional. Y en este escenario se debe asumir la designación de Basáñez como embajador ante la Casa Blanca. Aunque no proviene de la comunidad de los servicios de inteligencia o seguridad nacional de México, su formación como analista, politólogo y funcionario se ha dado en el estudio de las relaciones políticas y de poder desde una perspectiva estratégica.
Los enfoques de Basáñez son estratégicos. Su libro La lucha por la hegemonía en México 1968-1990 es un clásico de la ciencia política en cuanto a enfoques de interpretación de la crisis y la aportación del concepto de hegemocracia. Asimismo, ha contribuido al estudio de situaciones locales, como por ejemplo La composición del poder: Oaxaca 1968-1984, un estudio indispensable para entender la crisis política en Oaxaca a partir de la estratégica organización/desorganización de las élites.
Como politólogo, Basáñez entiende muy bien las relaciones de poder. Su comprensión de las relaciones con EE.UU. viene justamente de su enfoque sobre la crisis de México y la necesidad de profundizar las reformas democratizadoras en función de los intereses nacionales. No es antiamericano pero tampoco se le conoce una subordinación al imperio. En todo caso, Basáñez comprende el rumbo y el ritmo político mexicano hacia la democratización y lo contextualiza desde el punto de vista de los intereses mexicanos.
El perfil académico y politológico de Basáñez encaja muy bien con el escenario de la recomposición política y geopolítica de EE.UU. en la deteriorada y enclenque era Obama: los nuevos enfoques con Irán, Cuba, Venezuela, el retiro militar de la zona árabe, la geopolítica de seguridad nacional del petróleo, los abusos del gobierno de Obama en materia de violación de derechos con el aumento del espionaje nacional e internacional, el fracaso de la reforma migratoria, el ascenso de Donald Trump y las corrientes racistas, en enfoque dominante republicano hacia México como una pieza de seguridad nacional estadunidense, el colapso de la Unión Europea y la estrategia imperial de Putin, son algunos de los escenarios urgentes a procesar, clarificar y asimilar desde una diplomacia geoestratégica.
De ahí la importancia de un embajador como Basáñez en la tarea de precisar los intereses mexicanos en la geopolítica estadunidense y la necesidad de que México regrese a la diplomacia activa desde la perspectiva de sus propios intereses geopolíticos.
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