Entre los necesarios análisis políticos de 2019 destaca la renovación de los gobiernos de seis países de América Latina, una decisión democrática de cada nación que sin duda cambiará el rostro del subcontinente, siguiendo en algunos casos la línea disruptiva abierta en 2018 con Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro, uno en el flanco de la izquier-da social, el otro en la extre-ma derecha.
Bolsonaro, en línea neofascista, acaba de retirar a Brasil del pacto migratorio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), un instrumento cuyo núcleo es el respeto a los derechos humanos de quienes se ven impelidos a dejar su casa y su familia, y que también ha iniciado una embestida contra los pueblos indígenas brasileños para, según organizaciones no gubernamentales, despojarlos de sus tierras y sus recursos naturales.
En este año se elegirán nuevos gobiernos en El Salvador, Panamá, Guatemala, Uruguay, Argentina y Bolivia. La nota dominante de estas elecciones, con una excepción, es el repudio a la corrupción y la búsqueda de caminos alternativos.
El Salvador, el país territorialmente más pequeño del continente, pero un espacio geopolítico pleno de simbolismo por ser escenario en la década de los 80 y parte de los 90 de una cruenta guerra civil, los últimos estertores de la guerra fría, será el primer país de América Latina en acudir a las urnas para elegir a un nuevo presidente, el 3 de febrero.
Se trata de unos comicios inéditos por las fuerzas políticas que esta vez buscan la hegemonía, ningún partido convencional de la cartografía de su sistema de partidos: por primera vez desde la firma de los acuerdos de paz de 1992 el favorito no pertenece a la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena) ni milita en el izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación (FMLN), en el poder desde 2009, partido erosionado por el estigma de la corrupción que hoy se ubica en un lejano tercer lugar.
Esta vez quien se perfila al triunfo, según los recientes estudios de opinión, es el ex alcalde de la capital, San Salvador, Nayib Bukele, quien se apresta a contender bajo las siglas de una fuerza emergente, Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA).
En Panamá, país emblemático por el Canal que comunica a los dos océanos, las elecciones serán el 5 de mayo, y aun cuando el flagelo de la corrupción está ya presente en la atmósfera política, la lucha se perfila entre dos partidos del esta-blishment, el gobernante Partido Panameñista, y el que hoy marcha a la cabeza, el Partido Revolucionario Democrático, fundado por Omar Torrijos.
En Guatemala, elecciones de agosto, que podrían irse a una segunda vuelta en octubre, igualmente las acusaciones de corrupción contra el partido gobernante pueden inclinar el fiel de la balanza. Aquí, de importancia vital para México por la vecindad y la puerta de entrada hacia Centroamérica, se desgastó la imagen del presidente Jimmy Morales, quien ante las investigaciones sobre su gobierno expulsó ya a varios miembros de la Comisión Internacional contra la Impunidad de la ONU, después de haber llegado como outsider del sistema y haberse legitimado justamente con las actuaciones de este organismo en contra de pasadas administraciones
Ante la descomposición, según analistas locales, la figura disruptiva que podría emerger en contra del orden establecido, sería la ex fiscal general Thelma Aldana –ganadora en 2017 del llamado Premio Nobel Alternativo– quien tendría que vencer los requisitos procedimentales del entramado institucional y convencional de Guatemala, diseñados por y para los partidos tradicionales, no para candida-tos independientes.
En Uruguay, 27 de octubre, a diferencia de las otras cinco elecciones del año aquí lucen ordinarias, pacíficas, y sin el componente discursivo de la corrupción. Aun más, a diferencia también de los demás países, aquí se perfila como triunfadora la fuerza gobernante, el Frente Amplio, y en segundo lugar el Partido Nacional, ambos del histórico sistema de partidos políticos del país. Todo parece indicar, el presidente seguirá siendo por tercera ocasión consecutiva de filiación de izquierda.
En Argentina, las elecciones del 27 de octubre reditan el bipartidismo de las recientes contiendas, la derecha conservadora que representa el presidente Mauricio Macri, y la izquierda peronista, representada por la ex presidenta Cristina Fernández.
Un mal cierre de la economía argentina en 2018, con recesión económica y tasas inflacionarias de dos dígitos, dibuja un escenario de competitividad para la izquierda, a pesar de las acusaciones de corrupción contra sus principales figuras, incluida la expresidenta y probable candidata.
En Bolivia las elecciones presidenciales de octubre de 2019 se pronostican, según los estudios de opinión, como las más disputadas por la oposición al segundo presidente indígena del continente después de Benito Juárez, Evo Morales, desde su primera victoria electoral en 2005. La dificultad de la relección deriva del hecho de que para 44 por ciento de los bolivianos la corrupción y el tráfico de influencias son el principal problema del gobierno en funciones.
En suma, son seis elecciones que definirán el destino del subcontinente latinoamericano en el umbral de la tercera década del siglo XXI.
* Presidente de la Fundación Colosio