Lo que sucede en Oaxaca es reflejo fiel del nivel de imposición de la voluntad de unos cuantos sobre el resto que la acepta por medio de conceptos e instrumentos como la política, la religión, la fuerza, la manipulación, el dinero, la pobreza y el hambre.
Las precampañas electorales a la gubernatura y las movilizaciones del magisterio, por ejemplo, proyectan los liderazgos que mueven el quehacer público y que deprimen hasta el más optimista: corta visión, débiles, ineficientes, ausentes de ideas propias, propensos al exceso de mensajes dirigidos, clasistas y ambiciosos por lograr espacios de poder y presupuestos públicos.
Así, observamos que los discursos para enardecer a las multitudes de tono elevado de los liberales, izquierdistas y opositores al PRI y la coalición opositora-, desaparecieron de las plazas públicas y se transformaron en llamados a gestar lo que comúnmente se conoce como delincuencia pura.
La imagen del político, funcionario y militante partidista respetable – o al menos aparentemente-, superó el concepto histórico y sociopolítico del bien común para dejarlo caer al precipicio de las incompetencias, incapacidades, inmoralidades y lo irrecuperable.
Aún más, el intelectual desapareció y los que existen se enraizaron en las pláticas de café más que en la acción de las ideas; los partidos políticos pasaron del ideario al plan de mercado; el ciudadano inconforme, pero participativo, pasó a ser un espíritu descontento y desinformado.
En estas elecciones locales del próximo año para renovar Poder Ejecutivo, Congreso del Estado y 570 presidencias municipales, hombres y mujeres darán lo que tienen -no más, pero sí menos-, de sus virtudes y sus defectos con lo cual sellarán la suerte de Oaxaca, al menos en un par generaciones.
En su momento, como candidatos al gobierno de Oaxaca, Heladio Ramírez López, Diódoro Carrasco Altamirano, José Murat Casab, Ulises Ruiz Ortíz y Gabino Cué Monteagudo consideraron la política como una tarea para gestar un estado moderno, desarrollado, equitativo e igualitario.
Incluso lo juraron ante Dios y ante el Diablo, ante la ley suprema y las leyes de la religión, ante miles de hombres y mujeres que los acompañaron, peones fieles de las órdenes del candidato, para cambiar visiones y rumbos del Oaxaca pobre y olvidado por la Federación.
Sin embargo, los constructores de esa mística del servicio público y la responsabilidad del ejercicio del poder, sucumbieron frente al disfrute de los bienes ajenos como son los presupuestos públicos.
En estas elecciones, Oaxaca reflejará una vez más el nivel soberbia y avaricia de quienes nacen, crecen, se reproducen, mueren, reviven, bailan otra vez y vuelven a bailar para quedarse con un pedazo de ese usufructo.
Y a la vez, estará a prueba la otra generación que quieren darle a la política la dignidad que ha perdido y la esencia mínima de la máxima para que recupere su credibilidad y respeto. Eso dicen.
Especialista en análisis y estrategia política
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