El estado de ánimo sobrecalentado de partidos y aspirantes a la presidencia de la república por la elección del 2018 quiere ser aprovechado para posicionamientos mediáticos pero a la larga se convertirá en un pasivo porque dos años de distancia sirven más para el desgaste que para la ocupación de espacios políticos.
En este sentido, los cinco principales candidatos de las fuerzas dominantes –PRI, PAN, PRD, Morena e independientes– serán no los mejores ni los más calificados por sus actividades políticas sino los que sobrevivan a lo que se puede calificar ya el 2018 como Los juegos del hambre.
Todos los partidos van a lamentar la carencia de mecanismos y métodos institucionales para la asignación de candidaturas presidenciales. En el pasado todos los partidos han atravesado por crisis internas por la candidatura presidencial: el PRI perdió las elecciones presidenciales en el 2000 y el 2006 por candidaturas mal operadas y el PAN fracasó en las elecciones en el 2012 por la división provocada en la designación del candidato. El PRD perdió votos en el 2012 por la fricción López Obrador-Cárdenas y en el 2012 por el desacuerdo López Obrador-Marcelo Ebrard.
Las primeras encuestas han sido leídas –a pesar de sus fracasos anteriores– casi como oráculos y los diseñadores no han sabido explicar las restricciones en los métodos de sondeos. Por eso es que desde ahora se exige que se le entregue por adelantado las llaves de Los Pinos a López Obrador. Pero va un ejemplo reciente: las encuestas antes del 26 de junio en España colocaban a la izquierda socialista de Unidos Podemos como la segunda fuerza y con la posibilidad de quedar en primer lugar, pero a la hora de la urna el votante decidió ser conservador y mandó a UP a tercer sitio y mantuvo a la derecha del Partido Popular en primer lugar con un aumento de diputados.
Las encuestas en realidad no fallan: son el retrato del instante, no una tendencia inflexible. Lo malo radica en el hecho de que los beneficiarios las creen resultados finales. Y hay otro dato también de la experiencia española reciente: el elector votó por la estabilidad, sin preocuparse por las malas notas o buenas de los demás aspirantes.
La elección presidencial del 2018 requiere no sólo de otros ojos de lectura de la realidad política sino de nuevos métodos analíticos. En un año habrá una realidad nacional más negativamente aguda, pero también más exigente de ofertas. Los optimismos posteriores al pasado 5 de junio no razonan el hecho de que hubo votaciones locales, con racionalidades particulares. El PAN y sus aliados ganaron por el desgaste de los locales.
Los analistas tienen cuando menos un año para encontrar el método de análisis del proceso electoral del 2018. Asimismo, habrá de identificar la nueva psicología del poder del ciudadano. Por lo pronto, es seguro que la elección será diferente a la del 2000, del 2006 y del 2012. Lo incierto estará en los nuevos marcos de referencia.
Por lo pronto se avecinan agudizaciones en las luchas políticas que pueden ir dando cuenta de algunos de los aspirantes en todos los partidos que no pudieron operar asuntos de sus oficinas. Lo que se ve es una guerra interna en cada partido sin reglas, sin cuartel y sin respeto a las posibilidades de la propia formación política.
De ahí que la elección presidencial del 2018 sea de sobrevivientes en Los juegos del hambre, no las mejores figuras.
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