Las cosas siguen acomodándose rumbo al tercer debate presidencial del 12 de junio en Mérida.
Será el encuentro decisivo en que los candidatos tendrán la oportunidad de preparar el terreno de cara a la recta final de sus campañas.
A diferencia del segundo, este tercer debate dará para mucho más. Más propuestas pero también más descalificaciones. La temática así lo sugiere.
La temática es más asequible para que el común de los mexicanos entienda, si las habilidades dialécticas de los polemistas lo permiten, cuál es la diferencia entre votar por uno o por otro y pueda hacer oscilar su opinión entre “mejor” y “peor”.
“Economía y desarrollo” será el tema a contrastar en tres bloques:
1.- “Crecimiento económico, pobreza y desigualdad”,
2.- “Educación, ciencia y tecnología”; y
3.- “Salud, desarrollo sustentable y cambio climático”.
La cultura del debate en México está en ciernes y no lo digo por su implementación dentro de las campañas, sino porque los que hasta ahora se habían venido realizando no podían llamarse debates en toda la extensión de la palabra.
Había, por parte de la autoridad electoral, mucho escrúpulo por cuidar a los candidatos y la esencia del debate era inexistente. No iban a debatir, iban a “monologuear”.
Hoy, la realidad es distinta.
Sin embargo siento la obligación de compartir una numeralia en la que pocos han puesto atención.
Independientemente de lo poco atractivo que hubiese podido lucir el segundo debate por la naturaleza técnica de la temática, en una encuesta de la empresa “Númerus. Estrategia basada en la estadística” levantada el 20 de mayo entre mexicanos mayores de edad que radican en la república mexicana y que cuentan con teléfono en el hogar, independientemente de que Meade haya ganado el debate con el 38 por ciento de las menciones, un 69 por ciento de los encuestados dijo que no había visto ni escuchado el debate.
Por las razones por las que haya sido, hablando de un evento de gran trascendencia para la vida pública del país, televisado en cadena nacional y transmitido en prácticamente todas las estaciones de radio del país, solo 3 de cada 10 mexicanos lo seguimos con atención.
Según cifras del INE, la audiencia del segundo debate alcanzó los 12.6 millones de personas en televisión y 1.3 millones de visitas en youtube.
La lista nominal en México es de 89 millones 123 mil 355 electores. Saque sus cuentas.
Hace unos días en una videocolumna, el periodista Luis Rubio puso el acento sobre un fenómeno que indudablemente se está dando en México a la par que el voto indeciso. Ese fenómeno es el voto oculto.
Un 40 por ciento de los electores no saben aún por quién van a votar o no quieren decirlo.
¿Por qué se niegan a decirlo? Porque ese voto se ve, para ellos, como políticamente “no correcto” de acuerdo a su entorno y circunstancia.
Pareciera que a estas alturas de la campaña el voto políticamente correcto es para López Obrador y es algo natural por dos circunstancias:
1.- Porque encarna, así sea solo de apariencia, un rompimiento con el status quo; y
2.- Porque el activismo militante en aire y en tierra del lopezobradorismo es mayoritariamente reclacitrante, agresivo, hostil, intolerante, belicoso.
Quien esto escribe recibe a diario comentarios de intolerancia y algunos de odio en sus redes sociales.
Son muchos comentarios, pero de las mismas personas.
No pretendo que cambien su decisión de votar por AMLO. Pero ellos nos entienden ni respetan mi voluntad de no votar por él.
Quien quiere evitarse la incomodidad de una ofensa verbal simplemente lee, pero no comenta.
Al fin y al cabo la respuesta final se procesa en la conciencia y se da en las urnas.
Ahí puede estar el secreto. En ese voto oculto que yace dormido en la opinión pública que se nutre de todas las corrientes, pero decide por solo una.
El peso de la violencia verbal es mayor, porque la acompaña un mayor estruendo, pero el elector mexicano es inteligente. Duda, se pregunta y sospecha. Le están diciendo el qué, pero no le están diciendo el cómo.
A guisa de ejemplo de lo que ya es sospecha en el electorado le obsequio –amable lector- dos citas de Margaret Thatcher:
“Mis políticas no se basan solo en teoría económica, sino en cosas que a millones de personas nos enseñaron: una paga honrada por un día de trabajo honrado; vivir dentro de tus posibilidades; ahorrar por si vienen días lluviosos, pagar tus deudas a tiempo y ayudar a la policía”; y
“Si el Estado quiere gastar más solo lo puede hacer pidiendo prestado de tus ahorros o cobrándote más impuestos. No es bueno pensar que algún día vendrá otro a pagar. Ese otro eres tú. No existe tal cosa como el dinero público. Solo existe el dinero de los contribuyentes”.
De ahí la importancia de que autoridad electoral, organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos se den a la tarea de acercar al mayor número posible de electores la posibilidad de verlo.
Resulta mucho más benéfico a nuestra democracia que movilicen votantes para ver masivamente el debate que llevarles a un mitin de campaña en donde muchas veces no saben ni a qué fueron. Están muy a tiempo.
Por otra parte la importancia del pos debate es crucial. Bien dicen los que saben que los debates se ganan en el pos debate, de ahí que los partidos y las coaliciones que cuenten con cuadros preparados deben gestionar por todas las vías posibles para que esos cuadros asistan a espacios públicos de reflexión para destacar los puntos medulares que seguramente tendrá el tercer debate.
Un pos debate no se gana con fakes, ni con descalificaciones a priori; se gana con argumentos y hoy por hoy, en la encrucijada en la que se encuentra nuestro país deben ser los argumentos, la luz de la razón la que mueva a los votantes a las urnas.
El ideal es que los electores asistan a la urna con los ojos abiertos, seguros de entregar su confianza a la opción que le dé certidumbre, confianza; que no le represente riesgo, que no abandere causas que vayan en contra de sus principios.
En esta elección se nos va parte importante del futuro de México y de Oaxaca.
Abramos la discusión. Los ciudadanos, todos, podemos tomar parte activa en el pos debate poniendo el acento en el indivisible binomio: “Qué” y “Cómo”.
Si un candidato nos dice el “qué” pero no nos dice el “como”, está insultando nuestra inteligencia.
Twitter: @MoisesMolina