Al finalizar la Guerra Fría entre los dos grandes bloques, el mundo se perfiló hacia una larga etapa de paz y de progreso; por lo menos esos eran los deseos, el espíritu y el ánimo de la mayor parte de las naciones. ¡Que ingenuos fuimos!
Poco después, ocurrió la caída del Muro de Berlín, y consecuentemente, Alemania se reunificó, Europa se transformó; la del Este tuvo la oportunidad de conocer a la de Occidente y viceversa. Con ello, Europa se unió más y se transformó en la Unión Europea, última etapa de un proceso iniciado con una simple y modesta Unión aduanera. Ahora, Europa se ha convertido en una pieza del ajedrez mundial de importancia capital y que, como bloque de poder que es, decide con sus aliados las rutas de avance hacia los propósitos y metas para maniobrar con más facilidad el sistema internacional acordado.
Fragmentada posteriormente la Unión Soviética para convertirse en Rusia, país que ha dejado atrás el socialismo dictatorial soviético, occidentalizó su economía, aunque manteniendo el sistema político dentro del marco de una incipiente democracia; pero conservando un poder e influencia geopolítica indiscutible.
La invasión y posterior anexión de Crimea lo explica y concreta con objetividad. En el presente, continúa siendo, junto con los Estados Unidos, una de las dos potencias nucleares más poderosas del orbe.
Bueno, ¿y que con todo eso? Pues, que tal parece que el mundo y los países que lo conforman están ingresando a una diferente etapa de confrontación entre religiones, creencias, formas diferentes de disuasión del poder y estrategias contra los adversarios.
Antes, no hace mucho, las formas de la guerra se ejercían por los estados siguiendo o cumpliendo sistemas, estrategias y programas que contienen los llamados principios de la guerra, inclusive, existen y se supone que están vigentes, un gran número de tratados internacionales al respecto que son sancionados por los organismos internacionales y cuando estos son violados se aplican sanciones acordadas por los mismos países pactantes.
Basta echar un vistazo a la historia de las naciones y veremos que desde sus inicios, hombres, mujeres y niños eran pasados por las armas o vendidos como esclavos por los vencedores sin que se produjese alguna reacción moral en contra de estas acciones.
En aquellos primero tiempos, la guerra era considerada una lucha entre todos los habitantes de los territorios de los estados beligerantes. El enemigo al que había que vencer estaba integrado por la totalidad de los individuos que prestaban fidelidad a un señor, a un credo, a una religión.
Tal primitivismo de las acciones bélicas, de aquellas épocas, parecía estarse superando por medio del derecho, el uso de la razón, el avance de las ciencias y la cultura y de la civilización; a saber, desde los finales de la Guerra de los Treinta Años ha prevalecido la idea de que la guerra no es una lucha entre poblaciones enteras, sino únicamente de los ejércitos. Donde “La guerra es la continuación de la política por otros medios” (Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz).
En consecuencia, la diferencia entre ejércitos y población civil no beligerante, se había convertido en uno de los principios morales y jurídicos mas sólidos que daban forma y regulaban los actos y acciones de la guerra, y no podía haber sido de otra forma, ya que una guerra, hasta hace poco, era concebida y definida como una lucha entre los ejércitos enemigos en la que la población civil no participa en forma activa y por lo tanto no debe ser objeto de ella.
De ahí, que es deber jurídico y moral no atacar, matar o herir deliberadamente a los civiles no combatientes. Sin embargo, los daños, las muertes, los heridos que se causan por los bombardeos a una ciudad o por causas militares de infantería o artillería, son resultados que muchas veces son considerados como actos inevitables de guerra.
No obstante, el evitarlos es un deber moral y jurídico que no debe ser soslayado ni manipulado por los medios de información. Las Convenciones de la Haya de 1899 y de 1907 las cuales se refieren a las reglas y costumbres de la guerra terrestre, y la Convención de Ginebra de 1949, expresan virtualmente las sanciones en forma legal y universal de tal principio.
Del mismo modo, el interés humanitario por la vida y en contra de los sufrimientos de los seres humanos expuestos a la destrucción, emanan de todos los tratados concluidos desde mediados del siglo XIX con el propósito de humanizar la guerra.
He mencionado estos datos debido a que la nueva fase por la que parece estar atravesando nuestro mundo, está derrumbando el precio que la humanidad ha pagado por hacer validos los Principios de la Guerra. En efecto, el terrorismo islámico, el Estado Islámico (EI), ha declarado al mundo, islámico y no islámico, una guerra carente de todo lo que hemos nombrado.
La barbarie es su característica, lo inmoral la conducta que los distingue, el fanatismo que los enloquece, el miedo una de sus principales armas, la libertad su peor enemigo. Por todo ello, el uso que los países aliados, incluyendo a Rusia, de la guerra y sus principios aprobados por todos los organismos internacionales, son válidos, a fin de acabar en definitiva con el EI ya que significa el cáncer que hoy azota a la humanidad y ese mal hay que curarlo hasta que desaparezca.
Hasta en la guerra existen reglas y principios y el EI carece de ellos al ser enemigo de la civilización y de todo lo que la humanidad ha construido a través de los siglos. Por ello, debe desaparecer como las pestes que azotaron a la humanidad en diferentes épocas y el EI es una de ellas.
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