“El 15 de mayo de 1939, Isaac Bábel, un escritor cuya celebridad le había ganado el privilegio de una dacha en el campo, fue arrestado en Peredelkino e internado en la prisión moscovita de Lubyanka, sede de la policía secreta. Sus escritos fueron confiscado y destruidos –entre ellos textos a medio terminar, obras de teatro, guiones cinematográficos y traducciones. Seis meses después, al cabo de tres días y noches de inmisericordes interrogatorios, se declaró culpable de un falso cargo de espionaje. Al año siguiente fue sometido a un breve juicio clandestino en las últimas horas del 26 de junio. Bábel se retractó de su confesión inicial y clamó su inocencia y, a las 01:40 de la madrugada siguiente, fue ejecutado sumariamente por un pelotón de fusilamiento. Su última súplica no fue en su beneficio, sino por el poder y la verdad de la literatura: ‘¡Permítaseme terminar mi trabajo!’”
Este es el estremecedor párrafo inicial de la Introducción de Cynthia Ozick a las Obras Completas de Isaac Bábel aparecidas a mediados del 2002 gracias a la amorosa dedicación y energía de Nathalie Bábel, la hija del escritor que muy pequeña fue enviada al exilio para salvarle la vida, pues su permanencia en la URSS en los aciagos días de la construcción del socialismo y como hija de un contrarrevolucionario la hubiera condenado al mismo fin que su padre. Es curioso y revelador del carácter de Bábel, el que al igual que Gorki, nunca pudo vivir mucho tiempo fuera de su país: gracias a los contactos y a la presión ejercida por André Malraux sobre las autoridades soviéticas, Isaac obtuvo un visado para salir a un congreso de escritores e intelectuales socialistas en París cuando ya la KGB lo tenía en la lista de “enemigos del Estado”. Sin embargo, en vez de permanecer fuera de la URSS a salvo y continuar su obra literaria, decidió regresar a su amada tierra en donde encontró la suerte que ya conocemos.
La versión oficial soviética mantenida hasta antes del colapso de la cortina de hierro sostenía que Isaac Bábel había fallecido en un campo de concentración en Siberia el 17 de marzo de 1941. Hoy conocemos la verdad: fue ejecutado en la oscuridad. Se confirma que los represores de la inteligencia son los mayores cobardes, incapaces de asumir la responsabilidad de sus brutalidades. (¿Recuerda el lector el caso del militar argentino Alfredo Astiz, apodado “El ángel de la muerte”, quien en las mazmorras era inmisericorde con mujeres, niños y monjas… siempre que estuvieran debidamente maniatados? Pues este sujeto fue el primero en rendirse en las Malvinas sin soltar un solo disparo cuando se vio frente a un soldado inglés, y cuando la justicia lo alcanzó anduvo gimiendo en los rincones que sus “derechos humanos” ¡estaban siendo violentados!) El sadismo y la cobardía son componentes sine qua non del espíritu represor.
Obras Completas de Isaac Bábel reúne todos los textos publicados del escritor e incluye algunos que fueron recuperados del olvido, retraducidos todos nuevamente del ruso por Peter Constantine, lo cual da al volumen una extraordinaria coherencia estilística que sin duda es el homenaje debido a uno de los mayores autores rusos de todos los tiempos a setenta años de su asesinato.
Bábel fue una entre millones de víctimas del padrecito Stalin, el zafio y brutal georgiano quien con su alma gemela Lavrenti Beria se propuso edificar el edificio del socialismo mundial sobre cimientos de sangre, lágrimas, dolor y carne de cañón. Como todos los dictadores, vivió inficionado por un enfermizo terror a la inteligencia. El tiempo colocó al padre de los pueblos soviéticos al lado del cabo austriaco, quien también alcanzara el poder montado en la desesperanza de sus pueblos. Por ello se entendieron tan bien en un pacto secreto. Por ello no vacilaron en sacrificar a millones de compatriotas cuando ese pacto se vino abajo. Por ello hoy no distinguimos quién fue más sanguinario y no diferenciamos cuál persiguió con mayor ferocidad a los creadores y a los artistas, seres por definición aborrecibles para las dictaduras de cualquier signo. ¿Hay acaso alguna diferencia entre las quemas de libros en Berlín y las ejecuciones de escritores en la Liubyanka?
Es sorprendente y a fin de cuentas debemos agradecer en términos históricos –si se me permite el uso de esta expresión tan poco apropiada-, la patológica meticulosidad con que los represores del KGB guardaron el registro de sus brutalidades –igual que en su momento la Gestapo o los servicios de inteligencia chilenos, argentinos o mexicanos… como vemos con las revelaciones que afloraron de los recién abiertos archivos de nuestra propia guerra sucia.
En aras de la “seguridad del Estado” estos cuerpos comisionados para aplastar toda disidencia, real o imaginaria, la documentaron con fervor religioso… gracias a lo cual hoy podemos reconstruir parte de la historia de la represión.
La última fotografía de Bábel fue tomada por un comisario en la prisión de Lubyanka poco antes de que fuera fusilado. En el pequeño recuadro en blanco y negro que se recuperó de los archivos de los interrogatorios vemos un rostro mofletudo y sereno, podría decirse que desencantado. Ni el temor ni la derrota se insinúan en la mirada de ojos saltones. Al contrario, pudiese pensarse que la expresión es una de compasión por sus verdugos.
La paciente labor del poeta Vitali Chentalinsky nos permite hoy reconstruir las jornadas de interrogación entre los muros de la Lubyanka que padeció Bábel. El escritor se declara culpable de los más absurdos crímenes: alejamiento de las masas populares, conspiración contra el socialismo, banalidad artística y ¡espionaje por cuenta de Francia!
Bábel además “delata” a sus supuestos co-conspiradores –y es obligado a incluir entre ellos a una mujer con la que sostenía una relación amorosa- en una extraordinaria redacción de su propia mano que hoy podemos leer en su verdadera intención como un documento destinado no a los fiscales, sino como denuncia para las generaciones posteriores:
“En lo que respecta a mis Cuentos de Odesa, éstos reflejaban sin duda el mismo deseo de alejarme de la realidad soviética, de contraponer a la cotidiana labor de edificación el pintoresco mundo, casi mítico, de los bandidos de Odesa, cuya descripción romántica incitaba involuntariamente a la juventud soviética a imitarlos […] Nuestro amor por el pueblo era retórico y nuestro interés por su destino una categoría estética. No teníamos raíces en el seno del pueblo, y de ahí provenía la desesperación y el nihilismo que propagábamos.”
En las últimas horas antes de su ejecución Bábel intentó sin éxito cambiar sus declaraciones y desmentir las “denuncias” que había formulado bajo la inimaginable presión y tortura a la que fue sometido, pero no antes de haber escrito escalofriantes “delaciones”:
“[…] Abrí el frente de la literatura soviética a los estados de ánimo decadentes y derrotistas, turbando y desorientando así al lector, convirtiéndome en testimonio vivo de la teoría de la conspiración de saboteadores y provocadores en el declive de la literatura soviética. Unas cuantas frases no sirven para medir mi trabajo de destrucción, pero ahora percibo sus verdaderas dimensiones con una claridad insoportable, con dolor y arrepentimiento […] La Revolución me abrió el camino de la creación, el del trabajo feliz y útil. Mi individualismo, las opiniones literarias erróneas, la influencia de los trotskistas bajo la cual caí desde el comienzo de mi trabajo, me desviaron de ese camino.”
Durante aquellos días y noches en las mazmorras de la Lubyanka los fiscales e interrogadores transmutaron los viajes de Bábel al extranjero en expediciones subversivas; las fiestas y eventos literarios a las que asistía en reuniones de conspiradores contra el paraíso de los trabajadores y la relación con artistas en conjuras contra el Estado. Así, Malraux pasó de ser escritor a promotor de la sedición.
La monstruosidad se acrecienta, si ello fuera posible, porque Bábel, igual que Gorki, fue un decidido partidario de los bolcheviques. Se unió a ellos desde 1917 y durante la guerra civil lo nombraron comisario político en el ejército rojo. De hecho su célebre Caballería Roja, publicado en 1926, recoge sus vivencias de guerra de aquella época. Los Cuentos de Odesa aparecieron al año siguiente, y en 1928 y 1935, las obras de teatro Zakat y Mariya respectivamente.
En una biografía de su padre publicada en 1964, Nathalie Bábel recuerda: “Fue en 1923, durante su estancia en las montañas, que mi padre comenzó a escribir los cuentos que eventualmente se incluyeron en Caballería Roja. El darles la forma deseada era para él una tortura permanente. A mi madre le leía versión tras versión, y ella las recordaba de memoria treinta años después. En 1924 mis padres se mudaron a Moscú. Los primeros cuentos de mi padre se publicaron por esa época y se hizo famoso de un día para otro.”
Isaac Bábel nació hace 116 años, el 13 de julio de 1894 en el puerto ucraniano de Odesa. Su padre fue un modesto tendero judío. Siendo muy niño la experiencia de vivir un pogromo lo marcó profundamente. Ya mayor se mudó a Kiev en donde eventualmente conoció y fue protegido por Máximo Gorki, quien publicó dos de sus cuentos en la revista Letopis, mas la censura consideró que contenían una carga erótica (¡el erotismo, otra bête noire de los represores y censores!) y Bábel fue procesado bajo el artículo 1001 del código criminal. Quizá por ello y por un creciente desencanto ante el giro que tomaban los ideales de la Revolución, Isaac se fue alejando del régimen y se convirtió en un crítico de Stalin. En represalia, el régimen se encargó de que no pudiera publicar, y en la primera asamblea de la Unión de Escritores Soviéticos en 1934, Bábel exclamó ante sus colegas: “He inventado un nuevo género: ¡el género del silencio!
Más de seis décadas después, el amor de una hija redime al padre. Obras completas de Isaac Bábel es un ejemplo más de que la luz de la palabra es lo único que puede vencer a las tinieblas de la represión.
Profesor – investigador en el Departamento de
Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.