No sé dónde estás ahorita, a estas horas de la noche, pero me consuela saber que estás por aquí. Naturalmente durmiendo, después de tomar tus pequeños libros, que a la fecha no se con precisión, de qué trataban.
Sé que religiosamente las leías por algunos minutos todas las noches, incluso, a costa de perderte alguno de esos programas televisivos que tanto te gustaban… que tanto te gustan.
Quizás yaces dormida en mi cama, guardando un espacio para mí que sabes, también tengo mis libros y también los leo o los releo cada noche para recordé algo que se me había olvidado o para aprender cosas nuevas de este mundo, cada vez más complejo, materialista, depredador, invasor, destructivo, hipócrita; donde el hacer daño causa placer y donde todo ensimismados, dejan de pensar en los demás, sobre todo “los hombres de poder político o económico”.
Dónde el corte de caja, que tan bien conociste en tu juventud, cierra con más pérdidas que ganancias; donde cada día son más las noticias malas en los noticieros o periócoros, como me contabas que mi difunto hermano, balbuceaba en sus primeros años, hasta lograr pronunciar la palabra precisa.
Es extraño no sentirme solo. Yo tan positivista, tú tan espiritual. Creo que de no haberme peleado con Dios a destiempo, me estarías acompañando al cementerio a diario.
Hoy te pediré que me acompañes a poner flores sobre tu lápida, esperando no encontrar a nadie. “Será que la risa es la envoltura de un dolor callado?”, escribió López Méndez, en la primera recitación patriótica que me hiciste meter en mi memoria.
Nunca supe, nunca pregunté; si querías que fuera orador, por qué lo primero que me diste, en tu imprecisa idea acerca de los dos géneros literarios, fue una recitación y no un discurso.
Discúlpame (una vez más). Hoy ya no es ayer y no pudimos ir al panteón. Mi garganta invadida por algún estreptococo, estafilococo áureo o dorado, qué en las primeras horas del día encarcelaban mis palabras y algunos imprevistos relacionados con el oficio más antiguo del mundo, que no es la prostitución, hicieron que nos quedáramos encerrados en casa cumpliendo con el deber, como tú me lo enseñaste de una manera innegablemente ortodoxa.
Pero se, siento que no estás molesta conmigo. Sigues a mi lado. ¿Recuerdas aquel fragmento del discurso que tanto te gustaba (más hablado que leído) en un aniversario luctuoso de Andres Henestrosa, en Tlacochahuaya, a propósito de su obra “EL RETRATO DE MI MADRE”?
“… cuentan que Don Andrés nunca quiso separarse de su madre hasta el año de 1922; “… ahí en la estación se quedaba mi madre, para volver sola a caballo al pueblo. Aquel año del 22 salí para la capital de México. Mientras llegaba el tren, aconsejaba y acariciaba mis cabellos rebeldes que por primera ve peinaba e intentaba domesticar con un pequeño peine. Silbó el tren, me monté en él y seguro estoy de que aquella noche derramó todas las lágrimas que ante mí contuvo. Estoy seguro, porque yo mismo me siento anclado, como una pequeña embarcación, a un río se lágrimas…””.
Hace unos días que lo vi y pude platicar con él, Villoro , el hijo, filosofó: “Dicen que la vida es lo que sucede mientras hacemos otras cosas, ahora con las redes sociales, y con la comunidad digital, esas otras cosas son cada vez más definitivas”.
Nos alcanzó el futuro, mamá. Un futuro en el que todavía hay bondades que llenan eso, ese algo dentro de nosotros, que solo lo inmaterial puede llenar. Ese discurso que tanto disfrutabas y veías orgullosa, una y otra vez, este futuro lo hizo posible. Del total de visitas, al menos la mitad, debieron haber sido tuyas y ahí sigue para que lo siga viendo el tiempo, y las veces que quieras desde el teléfono o la computadora.
Me entristecí, cuando Juan volvió sobre sus palabras y dijo: “En México no estamos seguros de que el futuro exista: cada alegría puede ser la última; la realidad mejora por escrito”. Y tiene razón. No solo en México; con Trump y su nueva guerra fría, “cada alegría puede ser la última”.
Quizás por eso escribo, para que la realidad mejore, aunque a algunos moleste que yo escriba o se enojen algún domingo matinal.
Mira, ya es 13 de mayo y seguimos sin ir al panteón a dejarte flores y orar o meditar frente a tu lápida. En cuanto haya posibilidad, les voy a mandar a hacer una más bonita, como mi hermano y tú se merecen.
Sabines -el poeta-, no el ex gobernador, no estaba de acuerdo con que a los muertos se les enterrara. Sobre la cremación no decía nada. A pesar de mi admiración hacia su biografía y algunos de sus textos, como “Me encanta Dios”, fue mayormente poeta y mi alter ego, Nietzsche me enseñó que los poetas mienten demasiado.
Además, con o sin Sabines de por medio, tu deseo era que te enterrara con mi hermano. Querías que una parte de ti, muy tuya, estuviese también con él todo el tiempo.
¿De qué platicarán? No sé. Diálogos en el mausoleo.
Buda enseñaba que “hay más tiempo que vida”. Ya habrá ocasión para ir, pero de que vamos a ir, vamos a ir.
Me apena llevar ya tres días sin poder terminar esto, que no sé en qué género literario quepa; tal vez en ninguno, porque no soy literato. Tan solo un hijo que te extraña aunque estés siempre aquí conmigo. Y me apena, porque tuvo que ser precisamente el 10 de mayo, un día de mucho trabajo y de mucha infección. Pero contigo aquí en algún lado de tu casa o entre tus plantas que tanto amabas, no siento remordimiento. Todos los días, son día de las madres.
Justo cuando comencé este escrito, una de las noticias en agenda era relativa al “Papa”: “Una madre da la vida y esta da la muerte, y llamamos madre a este aparato. ¿Qué está pasando?”
¿Qué está pasando? Que nos desvalorizamos, casi completamente y si Estados Unidos tiene a la “madre de todas las bombas”, a Rusia se le ocurrió llamar putinianamente sexista, a la suya ,”el padre de todas las bombas”.
Bueno, Ma. Me encantaría seguir con Gorki y Kafka, pero no te quiero despertar con el escandaloso golpetear de las teclas de este incómodo teléfono.
Duerme, que, a lo mejor, al rato sí vamos al panteón con un ramo de gladiolas en la mano y con tu nieto en brazos, a quien le gusta tanto esa foto con “Latín Lover”, colgada en el frontispicio de tu casa.
Bueno, al rato te sigo enseñando. Acuérdate , @MoisesMolina
Descansa… Besos.