Es común escuchar en los discursos del gobierno federal las virtudes de la política económica del régimen, los miles de millones de dólares de inversión extranjera que llega, la estabilidad macroeconómica de la nación, la “confianza” de los mercados en el país, la recuperación de la crisis y el futuro luminoso de México.
Variables macroeconómicas, mercados, capitales, confianza y conceptos por el estilo se repiten día con día en los boletines de las instituciones financieras y bancarias, así como del Banco de México o la Secretaría de Hacienda. Sin embargo, el aspecto del empleo parece ser un factor no primordial, incluso se dice que se requiere una “reforma laboral” que “flexibilice” las contrataciones de trabajadores; parecería que los trabajadores –y en consecuencia los sindicatos- son los responsables de que el crecimiento económico no sea mayor.
Decenas de “analistas” económicos –la mayoría egresados de escuelas como el ITAM o el Tec de Monterrey- elevan loas a la política económica del régimen y condenan –a veces veladamente y en otras, de forma abierta- los movimientos sindicales de resistencia a dichas políticas o la defensa de la legislación actual en materia laboral.
Hay algunos datos que no son explicables bajo estos esquemas, francamente, ideologizados; por ejemplo, cómo se explica que 12.8 millones de mexicanos -28.8 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA)- laboren en la economía informal, a la vez que en el país se tiene al hombre más rico del mundo y la lista de millonarios mexicanos en Forbes sea la más grande de Latinoamérica.
Lo peor del asunto es que el número y porcentaje de trabajadores en la economía informal crece año con año sin que se perciba ningún signo de reversión. Más aún, existen 2.5 millones de mexicanos que están desempleados, que buscan trabajo y no lo encuentran, lo cual representa el 5.3 por ciento de la PEA. Se dice, con razón, que el indicador de desempleo utilizado por Inegi esconde al máximo esta condición y maquilla la realidad; es verdad, pero a pesar de ello, el índice no deja de aumentar.
Pero las cifras son todavía peores, además de los desempleados y subempleados, existen 13.7 millones de trabajadores que no tienen seguridad social, 10 millones trabajan “por su cuenta” y 3 millones no perciben ingresos. Adicionalmente, cada año más de un millón de mexicanos demandan ocupación ¿en dónde encontrarán trabajo? El gobierno federal se ufana de que en este año logrará crear 600 mil empleos nuevos, cifra muy dudosa, pero aun concediendo su veracidad queda muy por debajo de los requerimientos de los jóvenes que irrumpen al mercado laboral. La situación se agrava si consideramos que hay 2.5 millones de desempleados que buscan una ocupación.
Hay algunas otras condiciones de la política económica general que –de hecho- han condenado a los sectores de los trabajadores, una es la relacionada con el salario; la idea que maneja el gobierno federal, los empresarios y los “asesores económicos” es que una de las “ventajas comparativas” más importante en México es el bajo salario.
De manera que para el gobierno federal el que los trabajadores tengan sueldos de hambre es una ventaja para el país y por supuesto que también para los sectores oligopólicos de la economía que han producido decenas de nuevos millonarios, algunas que adornan las páginas de la citada Forbes.
Esta circunstancia explica por qué cerca de 400 mil mexicanos cada año emigran a Estados Unidos, trabajadores que pierde el país, situación que parece no importarle a Calderón ni al PAN. Otro número desconocido ingresa a las filas de la informalidad en su vertiente más negra: el crimen organizado. Así, el país continúa por la peor senda en materia de desarrollo económico, y se pretende una mejoría sobre la base de salarios de hambre y el enganche con el “sector externo”.
Todos los países desarrollados tienen como uno de sus pilares económicos la existencia de un fuerte mercado interno; es decir, que la población local tenga un poder adquisitivo que impulse la economía y no basarse sólo en las exportaciones. Es tan grave la carencia del poder adquisitivo de los mexicanos que incluso los analistas de BBVA Bancomer –a los cuales se les puede acusar de muchas cosas menos de ser prosindicalistas o de izquierda- señalan que “los bajos ingresos salariales, que crecen a un menor ritmo que la inflación, son la principal limitante para la recuperación del consumo interno en México”. Y añaden que: la creación de empleos informales caracterizados por ingresos más bajos y volátiles ha sido otro factor importante para la contracción del consumo”.
Ya que el gobierno federal es tan dado a guiarse por las cifras “macroeconómicas”, podría muy bien incorporar a ese grupo el indicador del salario mínimo en México, el índice de desempleo, el índice de subempleo, la pobreza, la marginación, la violencia. En fin, podría simplemente asumir su responsabilidad de conducir al país hacia un camino de desarrollo económico que necesariamente pasa por la dignificación del salario y del empleo.
*Subsecretario de Políticas Públicas de la Ciudad de México