Lo que se firmó y dio a conocer el 2 de diciembre de 2013 fue un Pacto por México, no un Pacto por Peña. Esta afirmación tan simple, tan elemental, ha sido ignorada tanto por los dirigentes formales del PAN y el PRD como por los que quieren desplazarlos del cargo.
Por ello éstos acusan a los primeros de apoyar el presidente priista y aquéllos de tarde en tarde amenazan con abandonar el paco, como “muestra de independencia”. Al día siguiente de que Jesús Zambrano anunció la decisión, parecía entre sorprendido y arrepentido, como el aprendiz de brujo que contempla atónito como las pociones mágicas empiezan a funcionar al margen de su voluntad.
Al salirse del pacto, el PRD pierde mucho. Lo más importante, quizá, es que no tardó ni un año en pasar como una oposición firme pero inteligente y capaz de ofrecer propuestas a sus partidarios y al país; le ganó su vocación por la lucha callejera, el reclamo resentido, la toma de tribunas.
El retiro del PRD del pacto no fue un arrebato de Zambrano, sino el resultado de una sucesión de tropiezos políticos, entre los que destaca la coincidencia de AMLO y Cárdenas –el músculo y el símbolo– en oponerse a toda reforma constitucional en materia energética, la inexistencia de cuadros dirigentes nuevos y de confianza para los Chuchos, la negativa de Cuauhtémoc a responsabilizarse de la unificación de las tribus perredistas. Ortega, Zambrano y los otros se estaban quedando solos y no vieron mejor opción que envolverse, también ellos, en la bandera del petróleo, con la esperanza de arrancar más concesiones al gobierno. Fallaron.
La reforma energética será votada por legisladores del PRI, el PAN, el Verde y tal vez del Panal, la izquierda está, y continuará, luchando por un referendo para invalidar las leyes y reformas constitucionales que emita el Congreso de la Unión: la masa que corrige a los líderes; una palabrita que se pierde en el carácter que reconoce la Constitución a la república: representativa.
Nadie puede prevenir hasta dónde va a llegar la inestabilidad política que se desprenda de las posiciones de la izquierda, que tiende a unirse en el no, pero su alcance dependerá en gran medida de la intervención de grupos belicosos o armados, como la CNTE, el #yosoy132, los anarquistas, el EPR y otras fuerzas clandestinas. A menos que se forme un movimiento de masas a favor de las reformas educativa y energética, el país puede esperar tiempos agitados y aun violentos.
Con su retiro del pacto, el PRD deja todo el espacio político de negociación formal al PAN, lo que no parece una acción conveniente para la izquierda, pues el panismo podrá vender ahora su apoyo a las iniciativas del gobierno a precios muy altos. Las mayores exigencias provendrán del ala más a la derecha del PAN, representada por Cordero, pero encabezada por Felipe Calderón, cuyo activismo político en las redes sociales no ha sido por descuido o por error.
Si se supone que la economía empieza a crecer desde el principio de 2014 y este crecimiento se refleja en mayor oferta de empleo formal y mejores condiciones salariales y de prestaciones a los trabajadores; si maduran proyectos sociales como el seguro contra el desempleo y la prestación universal de servicios de salud a la población, si una parte significativa del magisterio logra que se muevan los engranes de la SEP y se asume como un hecho la reforma educativa; si las inversiones públicas en vivienda y, en general, en la industria de la construcción se recuperan sustancialmente, si se avanza con eficacia en las políticas de prevención contra la violencia y el crimen, y si en el mundo de los políticos no se presentan conflictos mayores, es posible que las protestas de la izquierda por la reforma energética no tengan mayores repercusiones.
En esta hipótesis, la reforma energética avanzaría y los priistas en las cámaras y el pacto introducirían a la iniciativa medidas claras de contención y regulación de la inversión de los particulares, la energía se convertiría en la columna vertebral del desarrollo nacional. El PRD será un espectador externo, lo que no hace ningún bien a la izquierda.
La reforma conllevará cambios de gran calado, como una transformación profunda de la administración y funciones de PEMEX, el retiro de la carga fiscal confiscatoria que ha sido la principal causa de los problemas del organismo, fuertes inversiones en todos los eslabones de la cadena de producción y distribución, una profunda y permanente actualización tecnológica y un esfuerzo serio por desarrollar fuentes de energía limpias.
En el siglo de la globalización, todo ello entraña inversión nacional y extranjera y una regulación muy estricta por parte de un Estado fuerte, pero sin regresar a los conceptos, métodos y técnicas del siglo XX, simplemente porque no sería posible.
Si en 1938 los petroleros mexicanos pudieron resolver los problemas técnicos, principalmente mecánicos, que dejaron las compañías expropiadas y pronto lograron que PEMEX recuperara sus niveles de actividad, esa hazaña no parece replicable en el siglo XXI, simplemente porque los conocimientos que habría que crear ahora son principalmente informáticos, y desde los años 80, esos conocimientos forman un remolino de innovaciones en todos los órdenes de la producción y de la vida.
En esta inédita globalización económica y tecnológica es cuando más falta le hace al país la política, en especial desde la izquierda, pero los perredistas y los morenos están aferrados a 1938, y los demás están aferrados a la negación como forma de vida.