Todos los que aspiran a la gubernatura por Oaxaca, sin excepción, se sienten los destinados a cambiar la entidad. Es más, ellos mismos así lo dicen. Si no son ellos, nadie más podrá sacar a Oaxaca del fondo de la tristeza.
Gobernadores van y gobernadores vienen y la situación de la entidad no ha cambiado para nada a pesar de haber prometido en sus campañas que ellos sí podían sacar adelante a Oaxaca.
Todos los gobernadores que ha tenido Oaxaca, han llegado por las mismas palabras mágicas. Lo increíble es que el pueblo les cree una y otra vez. Parece como si el oaxaqueño no tuviera memoria. Si los oaxaqueños tuvieran registradas esas palabras de los gobernadores anteriores, estarían la defensiva cada vez que alguien les asegurara que el cambio lo tienen enfrente.
Si hacemos un recuerdo, ¿cuántos de esos gobernadores lo ha logrado? De hecho, ninguno. Todas las promesas, todas las palabras que le echaron encima al pueblo se olvidaron en el camino del merecimiento. Con esto queda demostrado que lo importante para ellos era el poder para sentirse omnipotentes.
Por lo menos, los últimos cinco gobernadores que ha tenido Oaxaca, le han fallado a su pueblo. Ninguno pudo cambiar la entidad como prometieron, sin embargo, ellos mismos aseguran que durante su periodo hicieron verdaderos y notables cambios.
La historia nos demuestra que no es así: cuando lo tuvieron el poder en la mano lo guardaron y lo acumularon para repartirlo entre sus allegados. En realidad, ninguno de ellos lo supo emplear, sólo se les fue en frivolidades. Desgraciadamente creyeron que para eso era el poder.
En todos los gobernadores ha sido lo mismo: cuando el candidato se ha convertido en gobernador, a los pocos meses siente que todo Oaxaca le debe la vida, entonces la ciudadanía tiene que aguantarse y someterse a los caprichos del señor.
Hay algo más que la historia nos ha enseñado, que los sueños son sólo eso: sueños. Lamentablemente, muy pocos gobernadores se han percatado que el poder es para emplearse. Los que se dieron cuenta de eso, fue como unos chispazos de lucidez.
Todos esos hombres poderosos que ha tenido la entidad, han querido dejar su huella para ser recordados, si se puede, eternamente. Pero por mala suerte, o por su poca capacidad, no pudieron trascender más allá de los días de su sexenio. Después de esa fecha fueron olvidados. Dos o tres han regresado pero para manejar el poder tras el trono, pero ni aún así han trascendido.
La ambición y la trascendencia son inherentes al hombre, es por eso que todos los que pasaron o los que ahora ambicionan el poder del gobierno estatal, lo hacen para trascender, algo así como lo hizo Ramsés II, quien reinó por 66 años, y su poder fue tan grande que sólo quedó en unas pirámides enormes. Al final de cuentas, unas piedras es lo que lo representa.
Napoleón Bonaparte no fue la excepción. En 1812 encabezó un ejército de más de un millón de hombres que marchaba hacia las puertas de Moscú. Tres años después estaba en la isla de Elba.
Hitler, en 1940, comandaba el ejército más poderoso del mundo. Cinco años después se quejaba de que sólo Eva Braun y su perro, eran los únicos fieles a él.
Dirán los lectores de estas comparaciones son desproporcionadas, pero no, la historia siempre es la misma en cualquier nivel. La mayoría de estos hombres que saborearon el poder, después de no tenerlo, se convierte en lo mismo: unos seres frustrados que trataban de hacer lo que no pudieron a través de otras personas. Ese es el poder tras el trono.
Cuántos gobernadores oaxaqueños conocen ustedes, que después de su sexenio se hayan ganado el respeto de la población por haberse dedicado en cuerpo y alma a resolver los verdaderos problemas de la entidad. Cuántos de ellos han dejado los sueños de grandeza y trascendencia para salir al campo y conocer de viva voz los problemas de las zonas indígenas y más apartadas de nuestra sociedad. ¿Cuántos?
La grandeza no se encuentra en los símbolos ni en las apariencias, sino en los resultados de su periodo gubernamental. Cuando los gobernadores estaban a punto de dejar el poder, se comenzaron a dar cuenta que el tiempo se les agotaba, pero hasta el séptimo año, comenzaron a reconocer su realidad y les empezó a carcomer su arrepentimiento. Hasta entonces se dieron cuenta que ya era demasiado tarde para regresar. El poder no es lo que tuvieron en la mano, sino lo que hicieron con él.
Seguramente todos los gobernadores tuvieron el mismo grado de poder, y con él, pudieron haber hecho un enorme bien.
Después de sexenios y sexenios, encontramos que Oaxaca permanece igual. El uso del poder nadie lo ha sabido administrar. Oaxaca es, tal vez, la única entidad de país que tiene todo para ser explotado, pero los intereses del bolsillo han pesado más que el interés por el crecimiento y la productividad.
A la fecha, ningún gobernador ha logrado transformar la entidad, si alguien lo hubiera logrado medianamente, su trascendencia estaría marcada.
Seguramente, los que en este momento aspiran llegar a la gubernatura de Oaxaca tienen buenos propósitos, así como los tuvieron los gobernadores que pasaron por ahí. Todos entendieron la necesidad de trabajar verdaderamente por la entidad, pero les pasó como a los niños pequeños que saben que no se debe hacer pero lo hacen de todas maneras, prefirieron el beneficio del poder y acabaron en lo efímero.
Si los que en este momento aspiran a la gubernatura buscan el poder con el fin de servir, entonces, ¿por qué no lo hacen desde donde se encuentran? ¿Por qué forzosamente buscan servir desde el poder?
Ahora, ¿cuántos de los que aspiran a la gubernatura oaxaqueña lo hacen por motivos propios y no por el interés de alguien que está atrás de ellos?
¿Cuántos de ellos tienen la verdadera intención de cuidar su nombre? De lo contrario no realizarán bien su función.
Digan, señores que aspiran a sentarse en el lugar de más dignidad en la entidad, ¿para qué quieren el poder?
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