Hace casi un año, durante un curso de capacitación para nuevas autoridades municipales de un partido político en el Estado de Oaxaca, describí la campaña de marketing de un banco peruano, que desató la ira de políticos y la autocrítica de los ciudadanos de ese país sudamericano.
La campaña de shock, que al principio no tenía ninguna autoría o patrocinio, se sostenía en espectaculares por las principales calles de Lima, con un planteamiento gráfico directo y claro: “El peor enemigo de un peruano es otro peruano”.
Las reacciones no tardaron. El primer síntoma fue la sorpresa, después la indignación y posteriormente la aceptación y expiación de culpas: “no todos somos así, pero sí hubo alguien que se atrevió a decir una verdad y una mentira juntas”, coincidían expertos en asuntos sociales.
Dos días después de ese “shock”, y con las redes sociales prendidas por la osadía creativa, reapareció el mismo mensaje pero ahora contrastante: “El mejor amigo de un peruano es otro peruano” y las aguas violentas de la indignación, la polémica y la diatriba hicieron calma y con ella más preguntas y menos respuestas.
Un par de días después, el Banco de Crédito de Perú ofreció una conferencia de prensa para aceptar la autoría de la campaña, diseñada a propósito de las fiestas patrias en ese país, y explicar la última etapa de éste trabajo publicitario que era motivar a los ciudadanos a firmar un pacto-compromiso de 10 puntos.
Citaré cuatro de ellos:
1.- Aplaudir al peruano exitoso y no rajar de él.
2.- Buscar el orden para que las cosas funciones.
3.- Tener acuerdos sobre la mesa, nunca por abajo.
4.- Poner objetivos como sociedad y cumplirlos.
Después de casi un año, ese partido -como los otros que forman el sistema electoral de Oaxaca- volvieron a su lugar de partida: olvidaron sus promesas de cambio, continuaron con la raja de su par o igual y tomaron acuerdos políticos debajo de la mesa y a oscuras para que los ciudadanos no los conozcan, aunque se vean.
Y lo más grave, insisten en continuar en campaña electoral permanente, sin ejercer sus funciones de autoridad y gobierno para el período para el que fueron elegidos. Sin embargo, no es extraño para el común de los oaxaqueños, incluso es regla básica de la política local.
No obstante los efectos económicos y sociales de los sismos de septiembre, la detención de dos exfuncionarios del gobierno de Gabino Cué Monteagudo o la actos de corrupción de líderes políticos en la etapa de ayuda por los damnificados por sismos en la región del Istmo, sólo por ejemplificar, confirman la regla: el peor enemigo de un oaxaqueño es otro oaxaqueño.
*El autor es especialista en comunicación, marketing y periodismo político.