Las universidades, como centro de conocimiento y como peldaño anterior a la “vida adulta”, parecen estar quedando cada vez más rezagadas en cuanto a funcionalidad para las y los universitarios que deciden apostar por su formación académica, todo esto debido a las pocas oportunidades de crecimiento y también a lo rígida que puede ser la burocracia para completar este ciclo.
A lo anterior, tenemos que sumar que a las universidades cada vez les cuesta fomentar habilidades y competencias básicas en sus alumnas y alumnos, especialmente en el pensamiento crítico y habilidades relacionadas con la comunicación y a la resolución de problemas.
De acuerdo al libro publicado en agosto del año pasado “Does Higher Education Teach Students to Think Critically?” (¿Está enseñando la Educación Superior a pensar críticamente a los universitarios?), publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), tan sólo el 45% de los estudiantes examinados tienen la capacidad de pensar de forma crítica; situación que tendría que estar prendiendo las alarmas del sector educativo.
Las razones pueden ser varias, desde las brechas de desigualdad, las carencias sociales, la calidad en la educación o incluso hasta la deficiente actualización docente, sin embargo, nada es pretexto y la clásica pregunta “¿Y eso para qué me va a servir en la vida profe?” cobra sentido cada vez más.
Aunque existen trabajos que requieren una especialización máxima, lo cierto es que el panorama tan cambiante y tan caótico requiere cada vez más de profesionistas que tiendan a adoptar de una mejor manera los cambios, siendo así que las competencias o el paquete de habilidades que usualmente valoran mejor las empresas o emprendimientos sean las habilidades genéricas.
Aunque han habido impulsos, al menos en los países que pertenecen a la OCDE, lo cierto es que no se le ha dado seguimiento y por tanto el crecimiento regional y la profesionalización, para profesionales, no ha sido tomada de forma seria.
Lamentablemente, hoy la realidad se está tragando a un sector educativo que tiene menos capacidad de respuesta y las aulas solo han terminado como centros en donde se repite el conocimiento, pero que no se gesta el pensamiento crítico, generando así dos escenarios desastrosos: por una parte, que se arrojen al sector laboral a profesionales con habilidades incompletas, o por el otro, que se frustre a alumnos críticos y con habilidades, con tal de seguir lo dictado desde autoridades educativas, que francamente en la región brillan por lo burocratizadas que son.
Aunque los detractores de las humanidades sigan rabiando y gritando a los 4 vientos que el desarrollo e impulso de las humanidades es un desperdicio, lo cierto es que de acuerdo al estudio de la OCDE, los estudiantes de las humanidades registraron niveles más altos de pensamiento crítico.
¿Estudiar humanidades es la fórmula mágica”? En pocas palabras, no, sin embargo, lo cierto es que inyectar un enfoque de humanidades en la formación de miles de estudiantes permitiría que se adquieran competencias necesarias para el trabajo que nos está requiriendo esta nueva era, en donde inteligencias artificiales, digitalización y automatización de procesos son el pan de cada día
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