El papa Francisco tiene miedo de que sus palabras suenen a rollo falso y macabeo. “No quiero ser un funcionario de la Iglesia que viene y os da ánimos con palabras vacías, dichas con una sonrisa”. Por eso, nada más llegar esta mañana a Cagliari, capital de Cerdeña, y escuchar a tres de las víctimas de la crisis –un parado, un pastor y una empresaria— quejarse de que la falta de trabajo les está robando la esperanza, Jorge Mario Bergoglio decidió saltarse el discurso que traía escrito: “Perdonad si estas palabras son un poco fuertes, pero digo la verdad: la falta de trabajo te lleva a sentirte sin dignidad. ¡Donde no hay trabajo no hay dignidad! Y esta tragedia es la consecuencia de un sistema económico que ha puesto en el centro a un ídolo que se llama dinero”.
Ya para entonces, el Papa había arrancado aplausos y lágrimas a las decenas de miles de personas que abarrotaban las inmediaciones de la basílica de la Virgen de Bonaria –advocación que dio nombre a la ciudad de Buenos Aires– hablándoles del sufrimiento de sus padres al llegar a Argentina: “Me siento muy cercano a los que atraviesan una situación de sufrimiento, a tantos jóvenes sin trabajo, a las personas apuntadas al desempleo o con trabajos precarios, a los empresarios y comerciantes que tienen que hacer muchos esfuerzos para salir adelante. Es una realidad que conozco bien porque vengo de Argentina. Yo no la he sufrido, pero mi familia sí. Mi padre, de joven, se fue a Argentina lleno de ilusiones por buscar un futuro en América. Y sufrió la terrible crisis de los años 30. ¡Perdió todo! ¡No había trabajo! Yo no lo he visto, porque no había nacido todavía, pero he escuchado en casa hablar de todo este sufrimiento”.
Fue entonces cuando, ya olvidados los papeles, Francisco confesó su temor a ser tenido por un charlatán piadoso y formuló una promesa: “Debo daros ánimo. Pero soy consciente de que también debo hacer todo lo posible para que esta palabra –¡ánimo!—no sea una bella palabra dicha de pasada. Quiero que este encuentro me empuje a hacer todo lo posible como pastor y como hombre”.
Y como pastor de la Iglesia y como hombre que en estos momentos lleva tras de sí toda la atención mediática mundial, Jorge Mario Bergoglio lanzó una andanada a los líderes políticos y económicos: “El actual sistema económico nos está llevando a una tragedia. Vivimos las consecuencias de una decisión mundial, de un sistema económico que tiene en el centro a un ídolo que se llama dinero. Pero Dios ha querido que en el centro estén el hombre y la mujer y que lleven adelante al mundo con su propio trabajo. ¡Pero aquí manda el dinero! ¿Y qué sucede? Para defender a este ídolo se amontonan todos al centro y caen los últimos, caen los ancianos, porque en este mundo no hay un puesto para ellos. Se trata de una eutanasia escondida: no los cuidamos, no los tenemos en cuenta…”.
Y de pasar de hablar de los ancianos con lástima, el papa argentino pasó a hablar de los jóvenes sin esconder la rabia: “Fijaos, en un mundo donde los jóvenes –¡dos generaciones de jóvenes!– no tienen trabajo, no hay futuro. ¿Por qué? Porque no encuentran su dignidad. Este es vuestro sufrimiento. Y esta es la plegaria que estáis gritando: ¡trabajo, trabajo, trabajo! Es una oración necesaria. Trabajo quiere decir dignidad, trabajo quiere decir llevar el pan a casa, trabajo quiere decir amar”. Francisco volvió a clamar –ya lo hizo durante el viaje a Río de Janeiro– contra “la cultura del descarte” que deja fuera de sus planes a los jóvenes y a los ancianos.
El Papa, que el pasado mes de julio eligió la isla de Lampedusa como su primer viaje en Italia y arremetió contra “la globalización de la indiferencia” ante el drama de la inmigración, ha elegido otra isla, Cerdeña, como su segundo viaje hacia la periferia, esta vez hacia la periferia del desempleo y la desesperanza. Al final de su encuentro con los representantes del mundo del trabajo –o de la falta de él–, Francisco improvisó una oración que era también una queja y una exigencia a un Cristo al que nunca le faltó el jornal: “¡Señor, míranos! Mira esta ciudad, esta isla. Mira nuestras familias. Señor, a ti nunca te faltó el trabajo, eras carpintero, eras feliz. Señor, nos falta el trabajo. Los ídolos quieren robarnos la dignidad. Los sistemas injustos quieren robarnos la esperanza. Señor, no nos dejes solos. Ayúdanos a ayudarnos entre nosotros, a olvidar el egoísmo. Señor Jesús, a ti no te faltó el trabajo, enséñanos a luchar por el trabajo”.
El País.es