De pronto todos desaparecen. Como si fueran producto de nuestra imaginación colectiva, los políticos y empresarios: gente del poder y el dinero, no están. Los que se han beneficiado de Guerrero y en particular de Acapulco han desaparecido.
La tragedia de Acapulco por el huracán Otis del miércoles 25 de octubre no significó gran cosa para ellos: resguardados en sus mansiones que son fortaleza, o fuera del estado de Guerrero o del país.
¿Dónde está Félix Salgado Macedonio, el impertérrito cacique de Guerrero que ha querido ser gobernador de la entidad en más de dos ocasiones, que fue alcalde de Acapulco y que por hangas o por mangas cedió su gubernatura, impedida por el Instituto Nacional Electoral, ni más ni menos que a su hija, Evelyn Salgado, una gobernadora por obra y gracia de Palacio Nacional-4T.
¿Y dónde está la gobernadora de ropa de marca y botas relucientes? ¿En qué momento se esfumó mientras la tragedia azotaba al puerto de Acapulco y municipios adyacentes? y la gente -pueblo bueno- perdía sus pertenencias, perdía su patrimonio, se perdían -por lo menos- 43 vidas, muchos desaparecidos, miles de damnificados y dolor y quebranto e impotencia en cada uno de los habitantes de esta región.
Un estado ya de por sí sacudido por la violencia imparable y que durante este sexenio y durante el gobierno de la señora Salgado ha ocasionado muertes, impunidad, agravios, migración forzada, desapariciones: todo ahí en donde sí, como dijera don Edmundo Valadés: ‘La muerte tiene permiso’ y en donde faltan soluciones ciertas a los problemas ciertos.
Los mexicanos le debemos mucho al estado de Guerrero. Ha sido eje central y reluciente en muchos de los momentos históricos de la construcción mexicana. También ha sido testigo de traiciones y muertes y desapariciones que nos entristecen a todos.
Acapulco es un puerto que ha sido nuestro refugio nacional. Para ser felices. Para conocer la libertad. Para estar frente a la inmensidad de un mar que esta vez se levantó furioso para azotar al puerto que ha vivido de ese mar por años y siglos.
Pero nada: el gobierno estatal desapareció. Como si no existiera. Como si no tuviera una enorme responsabilidad en todo esto, sobre todo con aquellos que viven en casas simples-sencillas, nada de lujos ni apariencias. La pura vida de ellos, que es su lucha cotidiana por la subsistencia.
Hoy todos lamentamos lo que pasa en Acapulco y municipios aledaños. Si. Pero más debiera lamentarlo un gobierno federal que se ostenta como gobierno de los pobres. Hoy los pobres están ahí y su pobreza tardará aun más porque los fondos de rescate para apoyarlos fueron regresados a la Secretaría de Hacienda y de ahí para proyectos caprichosos y absolutamente inciertos: Refinería de Dos Bocas; Tren Maya; Transoceánico…
A Félix salgado Macedonio, quien durante sus aspiraciones para ser gobernador de la entidad prometió el cielo y las estrellas para los guerrerenses: todos; el que juraba paz y concordia. Y que la violencia criminal acabaría, y que todos los guerrerenses juntos serían el pueblo más feliz: según él.
Hoy no se le ve por ningún lado con los pantalones arremangados, con la camisa arremangada y ayudando a levantar lo caído, ayudando a limpiar lo impulcro, ayudando a salvar pertenencias y vidas de gente a la que de pronto le cayó el monstruo de la naturaleza indignada. No se sabe que él vaya a donar parte del gran capital con el que cuenta, para el estado de Guerrero, en donde nació.
¿Dónde está el gobierno federal que desde Palacio Nacional lamenta lo ocurrido pero que prefiere salir a la zona de confort como el Estado de México, por ejemplo? en donde anunció la creación de la super farmacia con la que quieren demostrar que la carencia de medicamentos en México no es cierta y que ahí está el medicamento para que quienes lo requieran acudan a Huehuetoca por ella.
Ese mismo gobierno federal que se indigna cuando se le recuerda que por sus propias decisiones hizo que aquel Fondo Nacional para Desastres desapareciera junto con los recursos con los que se contaban y los que hoy serían la salvación de la gente de Acapulco y sus vidas y sus bienes estuvieran a salvo o, por lo menos, con dolores más leves.
Muchos de los grandes hoteles y las grandes y opulentas construcciones, restaurantes, ‘antros’ y la gran infraestructura, muy probable tienen seguros que garantizan la recuperación de lo que perdieron, si es que las aseguradoras, especialistas en letra chiquita, no se niegan a pagar el seguro.
Pero la gran mayoría de la población no tiene ni seguro ni servicios de seguridad pública ni beneficios sociales -con excepción de las dádivas que le otorga el gobierno federal que confunde caridad pública con la gran responsabilidad de políticas públicas para el crecimiento y la distribución igualitaria del resultado del trabajo.
El saqueo es un fenómeno que subyace a la pobreza. Es la gran oportunidad para los pillos de hacerse de bienes que no pueden conseguir con su salario, con sus recursos, con su trabajo. Y ahí está, en estos seres que se apropia de lo que no es suyo en tiempos de crisis, los que demuestran que parte del pueblo bueno también es capaz de mostrar fauces extraordinarias.
Pero hoy Acapulco y municipios aledaños están en crisis. Y tardará mucho tiempo antes de que Acapulco sea lo que ha sido todos estos años para muchos de quienes un día conocimos el mar en sus playas y conocimos que la felicidad también está dispuesta para todos…
Mientras los gobiernos de todo nivel y género no aciertan a dar soluciones y salvación para quienes votaron por ellos y quienes hoy merecen, más que palabras de consuelo, hechos y recursos suficientes y la recuperación pronta con todo lo que aportamos los mexicanos todos los días de nuestra vida.
Acapulco duele. Pero duelen más las incapacidades, la traición y la mentira.