Durante 73 años el león y el unicornio deambularon por la memoria del imperio con una llave para la que ya no había puerta. Pero he aquí que por la modernidad, o la globalidad o el neoliberalismo o sabrá santa cachucha qué, se abrió una rendija en la coraza patria que guarda nuestras riquezas del subsuelo y, aunque ya desdentados y artríticos, los nahuales de la Pérfida Albión recuperaron un jirón de la tierra de la que fueron expulsados en 1938.
La imagen del senil par de brutos arribando a Tabasco siete décadas después de aquella jornada del 18 de marzo que para bien o para mal llevamos los mexicanos en el ADN, es de una plasticidad maravillosa y enmarca la noticia de que Pemex otorgó contratos para la explotación de campos petroleros “maduros” a una empresa inglesa.
Así lo consignó el diario electrónico Contracorriente en su edición del 19 de agosto: “En lo que se considera una licitación histórica, Pemex anunció ayer que la petrolera inglesa Petrofac Facilities Management resultó ganadora en dos subastas de contratos integrales para la exploración y explotación de los campos petroleros de Magallanes y El Santuario en la región sur del país […] Desde 1938 no se otorgaban contratos a empresas privadas extranjeras o nacionales para que ellas realizaran todo un proyecto integral, donde se realiza la exploración y extracción de crudo.”
“Para este concurso se debieron librar incluso varias controversias constitucionales. Antes, Pemex contrataba a las empresas indicándoles donde quería que le perforaran un pozo y les pagaba por ese servicio, pero ahora las firmas privadas tomarán decisiones de donde perforar y poner pozos.”
Imagine el lector la siguiente escena en el Mictlán: Sir Weetman Pearson, primer vizconde de Cowdray y Sir Owen St. Clair O´Malley, pintas de Shepherd Neame en mano, se carcajean a dúo mientras que Edward L. Doheny, brazos en jarra y alegre semblante, danza el son de San Patricio alrededor de una botella de Budweiser. ¡Carajo!
Pearson era propietario de “El Águila”, la empresa que desarrolló Potrero del Llano (apodado “el parlamentario mexicano” en la Cámara de los Comunes por sus monumentales intereses económicos en nuestro país); O’Malley (altanero y lerdo según todas las referencias y la lectura de sus memorias evidencian) fue expulsado del país cuando como ministro inglés quiso regañar a Cárdenas por la osadía de expropiar una empresa tutelada por la Cruz de San Jorge. Y Doheny, bueno… ¡qué decir de don Eduardo! Suya era la Huasteca Petroleum Company y tuvo una vida fascinante que he reseñado antes. Aquí únicamente recordaré que quiso organizar una invasión y que cabildeó intensamente en Washington para que el gobierno de México fuera derrocado.
Aclaro que no milito en las filas de quienes creen que el petróleo es “nuestro” y que más vale bien podrido que mal vendido. Como he escrito en otro lugar, pienso que el general Cárdenas expropió por motivos políticos más que económicos y que si bien hizo lo correcto a la luz de las circunstancias del país en 1938, nos heredó un modelo que propició los vicios que aquejan a la paraestatal encargada de producir nuestros hidrocarburos.
Ahora bien, no tengo maldita idea de qué sea un “campo maduro” y por lo tanto no puedo opinar si los cuatro presidentes municipales tabasqueños que promovieron una controversia constitucional para frenar los contratos tienen o no razón. Pero el sentido común me hace preguntar si debemos seguir comprando gasolina al extranjero, si debemos callar cuando inefables intereses mantienen congelado el proyecto de una nueva refinería en Hidalgo o si es correcto pasar por alto que las cargas fiscales a Pemex le restan competitividad en el mercado interno y controles del pasado le impiden generar recursos en asociaciones con empresas extranjeras. En esto coincido con Aguilar Camín (Milenio, 21 de septiembre): “El petróleo ha sido muchos años el alcahuete de nuestra improductividad, específicamente en materia fiscal, pues la hacienda pública mexicana sin el exorbitante descuento que hace de la renta petrolera sería un desastre impresentable.”
Me parece que ya es tiempo de revisar nuestra historia, someternos a una gran catarsis nacional y aceptar que tratar con forasteros no nos va a contaminar, que las “ideas exóticas” no nos van a inficionar el cerebro y que allegarnos de capitales, nuevas técnicas y procedimientos, vengan de donde vengan, no significa la pérdida de lo “mexicano” ni configuran una traición a la patria.
Mueve a risa, aunque debiera preocupar, que algunos “defensores” del petróleo, una vez terminadas sus arengas, suban a sus Ford, Chevrolet o Honda, manipulen sus Blackberry para subir a su Tweeter los pormenores del éxito de su campaña, ordenen a sus estrategas posicionarlos en Facebook, inviten a sus cofrades mediante iPhone a reunirse en el Suntory o en The Palm y ahí, entre güisquis, vodkas y ginebras, celebren su patriotismo.
Un conocido me platicó que durante un encuentro en Alemania alguien sacó a colación aquel dicho que dicen dijo don Porfirio: “Pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de los Estados Unidos”, a lo cual uno de los teutones presentes respondió: “¡Pues ya quisiéramos nosotros tener no tres mil sino diez kilómetros de frontera con ese mercado!”
En circunstancias internas y externas de una adversidad hoy inimaginable, Cárdenas pudo construir una idea que fue el punto de reunión de la mayoría de los mexicanos y motor de una cruzada que permitió llevar a buen fin un propósito que parecía descabellado: enfrentarse al poder de las transnacionales del petróleo y ganarles la partida por primera y única vez en la historia. Harían bien los publicistas y mercadólogos modernos en revisar aquel episodio para aprender que no es con jingles como se moviliza a una nación.
Concluyo ofreciendo una disculpa a otro habitante del más allá, pero éste sentado a la diestra del dios druida Esus: perdón George, ¡no resistí expropiar el título de tu gran ensayo para esta frivolidad!
Amén.
Profesor – investigador en el Departamento de
Ciencias Sociales de