Gabino Cué tenía un palmarés que debía acabar de sentarlo en la silla de gobernador de Oaxaca. Formación académica y larga experiencia de campo. Prestigio y reconocimiento público. Generador de altas expectativas, tallado por manos con oficio. Llegó a la puerta de la política de la mano de Jesús Martínez Álvarez, gobernador interino en el estado, y de Ericel Gómez Nucamendi, dueño del diario Noticias, pero la cruzó adoptado por Diódoro Carrasco, que lo hizo secretario técnico de su gobierno en Oaxaca, y subsecretario de Gobernación en el gabinete de Ernesto Zedillo. Lo impulsó para el Senado y más adelante, apoyado por el presidente Felipe Calderón, llegó a su destino.
Una figura públicamente de relumbre, Cué tenía esa característica de la cual pocos podían presumir: vínculos y alianzas hacia todos lados de la geometría política, inclusive con aquellos que entre sí estaban en las antípodas. Llegó al gobierno de Oaxaca en una coalición Convergencia-PAN-PRD, pero la persona quien le dijo qué puertas tocar en el gobierno de Calderón para amarrar la candidatura aliancista fue el entonces senador, Manlio Fabio Beltrones, del PRI. “Busca a Gómez Mont”, le dijo una fría mañana en el jardín del hotel Four Seasons a Cué, que corrió a él para pedirle consejo. Fernando Gómez Mont, en ese entonces secretario de Gobernación, lo apoyó.
Convergencia, el partido que ayudó a construir Martínez Álvarez, tenía que ser su plascenta. Era una de las franquicias que respaldaban a Andrés Manuel López Obrador, quien había encontrado en Cué, un apoyo permanente, tras perder la elección presidencial en 2006. López Obrador se fue a Oaxaca a recorrer sus comunidades para reconstruir su tejido político y para ayudarlo en su precampaña. No le gustó a López Obrador la alianza con el PAN y Calderón, pero agradecido, el tampoco lo saboteó. Cué, alcalde de Oaxaca hasta 2004 y uno de los opositores más fuertes en contra del ex gobernador Ulises Ruiz que estuvo a punto de ser derrocado en 2006 por una revuelta social y política en la que participaron activamente Álvarez Martínez y Gómez Nucamenti, ganó la gubernatura en 2010.
Cué parecía estar destinado a ser parte de la nueva generación de la política mexicana. Bien formado como economista por el Tecnológico de Monterrey y maestro por el Instituto de Directivos de Empresa de Madrid, estaba cortado con tijeras finas. Su carta de presentación lo mostraban como un político de vanguardia que en la lucha contra Ruiz había demostrado coraje. Pero tampoco era un radical ni un bravucón. No tardó mucho, sin embargo, en comenzar a decepcionar. Su luna de miel con la izquierda que lo ayudó a llegar al poder y con la que actuó en contra de Ruiz, rompió con él dos meses después de llegar al poder, al sentirse traicionada.
La Coordinadora del magisterio, con quien caminó de la mano durante un largo trecho de su vida pública en Oaxaca, protestó las posiciones que le había entregado a la maestra Elba Esther Gordillo, en ese entonces dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación que, tres años antes, les había creado una sección en Oaxaca que le quitara poder e influencia a la Sección 22 de la Coordinadora. Gordillo mandó al magisterio oficialista a apoyarlo en la campaña. A cambio, Cué le entregó la secretaría general de Gobierno a Irma Cué, candidata al gobierno por Nueva Alianza que declinó a su favor, y colocó a Bernardo Vázquez Colmenares como director del Instituto de Educación Pública.
Recurrió a su mentor Álvarez Martínez para que le ayudara a rescatar su gobierno, pero la actitud dubitativa y a veces pusilánime, muchas otras contradictorias de Cué, terminó con su paciencia y renunció. Carrasco llegó a tratar también de sacarlo de la espiral negativa en la que se encontraba, pero poco ha podido hacer. A lo largo de su administración se ha visto débil, sometido a los grupos de presión, y sin imaginación política para salir.
La Coordinadora ha estado por encima de él desde que asumió el poder en diciembre de 2010. Los grupos de presión se han desdoblado, como sucedió con el reciente fenómeno de las policías comunitarias a las que les dio la bienvenida sin darse cuenta –hasta que Carrasco se lo hizo ver-, que habían surgido exactamente en los mismos lugares donde nació el EPR. Cué no hizo nada en contra de ellas, pero al menos dejó de felicitarlas. Como avestruz, escondió la cabeza en el suelo. Mientras no representaran un problema de inestabilidad para él, ¿por qué preocuparse? La Coordinadora, en el contexto de su protesta contra la Reforma Educativa, sí era un problema. Pero se lo sacudió. El domingo pasado les pagó salarios a la Coordinadora y les dio un bono de arranque, una de esas figuras extrañas que existen en México: dinero extra para que los maestros den clases al arrancar el periodo escolar.
Lo que hizo Cué fue financiarles el primer tramo de la protesta en la ciudad de México que trastornó la vida cotidiana durante toda esta semana y que el viernes escaló con el sitio al aeropuerto internacional que afectó durante 11 horas a miles de viajeros. Su actitud tuvo reacciones encontradas en el cuerpo político en la ciudad de México. “Se tendría que abrirle un proceso de destitución en el Congreso local por ser uno de los responsables directos de todo lo que ha sucedido”, dijo una alta fuente gubernamental. “No tenía de otra”, señaló uno de los políticos más cercanos al proceso que se vive. “Si no lo hace, acaban con él en Oaxaca”. Cué, sin embargo, parece liquidado hace ya bastante tiempo. Es un gobernador que no gobierna.