El primo de un amigo me contó hace tiempo, que donde él vivía, llegó a vivir un hombre canoso, de barba y bigote y con cara de bonachón. Desde que esa persona llegó a residir ahí, prácticamente se rompieron todas las tradiciones del vecindario. Todos los días, desde temprana hora, los papás de cada casa salían del lugar para llevar a los hijos a la escuela. La mayoría de ellos regresaba hasta mucho después de que se ocultaba el sol.
Las amas de casa no soportaban que ese señor extraño se quedara en el lugar durante todo el día sin hacer nada. Desde temprano se sentaba en una banca del patio y ahí se pasaba toda la mañana leyendo varios kilos de periódicos. Si se cansaba de estar sentado, se acostaba en el pasto y así se la pasaba.
Con su presencia, las señoras ya no podían salir en chanclas a ver a la vecina o simplemente al patio a tomar el sol porque siempre estaba afuera ese señor.
Las vecinas comenzaron a darse cuenta que el señor canoso se ponía como loco después de las 3 de tarde, así que a esa hora todas se encerraban en su casa en lo que le pasaba el ataque de locura. Después de garabatear algo sobre algunos papeles, se metía a su casa y luego de un rato, volvía a salir bien tranquilo, risueño y hasta se ponía a jugar con los niños.
No faltó la señora más atrevida de todas, que un día se le acercó para descubrir qué era lo que hacía con los papeles. Para su sorpresa, se dio cuenta que el señor canoso dibujaba igualito a Naranjo, el caricaturista. A partir de ese día dejo de ser el señor canoso y flojo, y se le comenzó a llamar don Rogelio.
Con el tiempo y la confianza, les platicó a sus vecinos que después de las tres de la tarde se ponía muy angustiado por la misma adrenalina que le producía su trabajo, pues tenía que enviar su caricatura antes de las 5 de la tarde, antes de que le cerraran la edición.
Y es cierto. Todos los que trabajamos para un medio, pasamos por las mismas experiencias. Desde luego que según la chamba que desempeñe cada periodista es la tensión. Naranjo, por ejemplo, desde temprano tenía que chutarse todos los reportes y todas las opiniones y todas las columnas para que de toda esa información, le tradujera al lector, con una caricatura, lo que sucede en la política nacional.
Supongo que para hacer una chamba de esas proporciones, hay que tener bien conectadas todas las extremidades, pues muchas veces, sin una sola palabra, la gente puede leer a carcajadas, la caricatura que tiene enfrente.
Desde luego que no es el mismo estrés que vive un reportero a un caricaturista o a un columnista. Un reportero puede estresarse si no tiene información.
Un columnista puede estresarse cuando no puede alcanzar la riqueza narrativa, y sobre todo, la sencillez y la precisión del estilo periodístico, ya que si no lleva eso, el trabajo no sirve.
Todos, sin excepción, los que trabajamos en algún medio periodístico, vivimos día a día, diferentes grados de tensión. Unos lo utilizan para crecer y otros para “ahí se va”.
El estrés del periodista: Horacio Corro Espinosa
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