Si no queremos publicidad en vez de paz, tenemos que admitir lo obvio: la violencia criminal no puede erradicarse en unos cuantos meses y los efectos de los programas sociales preventivos tardan años en hacerse evidentes. El presidente Peña Nieto pidió un año para que de las nuevas políticas y programas para pacificar al país empiecen a dar resultados, y los ciudadanos no tenemos más remedio que aceptarlo. Claro que usted y yo, y sobre todo quienes viven en las zonas más inseguras, quisiéramos que la tranquilidad retornara mañana, pero de nada sirve fantasear en un asunto tan delicado.
Aunque se han dado a conocer algunas ideas de la nueva política, como la formación de una gendarmería nacional y de policías estatales o la creación de una subsecretaría para la prevención, aún no se conoce un programa completo y consistente sobre esta materia tan delicada. Lo que sí está claro es que Peña Nieto ha trazado nuevas coordenadas para gobernar y lo central, a mi juicio, es que en vez de desechar las propuestas de las oposiciones, hizo un programa de gobierno que incluye las grandes propuestas propias y las de sus adversarios, en parte porque son acciones indispensables y urgentes, en las que casi todos estamos de acuerdo, y en parte, porque supone que una especie de coalición de gobierno llamada Pacto por México asegura un piso de viabilidad, como en efecto ha ocurrido hasta ahora. El grueso de la clase política y de la población parecen apoyar las tres grandes reformas que ha emprendido el gobierno –educación, amparo y telecomunicaciones– y si no se pierde el rumbo o no cambia drásticamente la correlación de fuerzas dentro de los partidos, es probable que se logren los consensos para dos grandes reformas pendientes: energía y hacienda pública.
Al impulsar las reformas constitucionales en materia educativa, el presidente avanza en una demanda que de tiempo atrás propusieran los panistas (no los gobiernos, que no se atrevieron a hacer nada al respecto) y sus aliados, como Mexicanos Primero, que han construido toda una narrativa sobre la calidad de la educación. Con la reforma a la Ley de Amparo, se eliminó la argucia legal de los monopolios que explotan las concesiones del Estado y la reforma a las telecomunicaciones recoge y da coherencia a lo esencial de las demandas de López Obrador y organizaciones de la sociedad que le son afines. Con ello, por cierto, se quedaron sin bandera el movimiento “Yo soy 132”, aferrado al prejuicio de que Peña Nieto era frívolo e ignorante y había sido llevado a la Presidencia de la República para ampliar los privilegios de Televisa en contubernio con el Grupo Atlacomulco.
No quisieron leer la realidad. Aun antes de ser candidato presidencial, Peña Nieto había trazado las líneas generales de lo que sería su gobierno en caso de llegar a la Presidencia de la República, como se puede apreciar en sus discursos al término de cada ronda de las tres docenas de conferencias magistrales con que los tres poderes de esa entidad celebraron el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, y que aparecen reseñadas en un libro al que puse el título Compromiso por México y que prologó el gobernador Peña.
En esos discursos, abordó los temas de las reformas que ha promovido y las que ha prometido. En la ceremonia posterior a su toma de posesión planteó esas ideas integradas en un programa político coherente y que, el 1 de diciembre pasado, parecía muy ambicioso. Pero 24 horas después, cuando sale a la luz el Pacto por México, los mismos temas tienen un desarrollo más puntual, incluyen compromisos y fechas y se perciben más viables.
Las fracciones del PAN y el PRD opuestas a los actuales dirigentes no han podido argumentar más que sus líderes formales están fortaleciendo al presidente y al PRI, y tal vez intenten modificar algunos detalles de la reforma a las telecomunicaciones, pero en ningún caso han hecho un cuestionamiento sólido a ninguna de las reformas contenidas en el Pacto. López Obrador se ha eclipsado porque el “mal gobierno” está lejos de ser como él esperaba y contra el cual se había preparado.
Claro que Peña Nieto no es el hombre providencial que todo lo puede resolver, y sus partidarios en los medios y en la política le harían un gran daño a él y al país si logran cegarlo con el humo de la adulación. Peña simplemente es un político con mucho mayor talento del que sus adversarios admitieron (eso contribuyó a que los derrotara) y, hasta donde hoy parece, su pragmatismo lo lleva a apropiarse de las banderas que considera indispensables y urgentes para el país, quien quiera sea su autor, incluido López Obrador, que se está quedando sin enemigo creíble.
El presidente y su gobierno le han devuelto el sentido a la política y el PRI debería ir aún más lejos, no sólo por congruencia, sino porque para subsistir en el siglo XXI, debe ganar vida y dinámica propias yendo más lejos que las propuestas y acciones del gobierno, y no a la zaga de ellas.