¡El domingo es el 10 de mayo! Al decir esta fecha se agolpan en la cabeza un montón de cosas que se pueden decir en referencia a ese día.
En el aspecto histórico, se puede decir que hace 487 años se reunieron en el Templo Mayor de la Gran Tenochtitlán los nobles mexicas, y Pedro de Alvarado, aprovechó para atacarlos y apoderarse de sus valiosas joyas. Yo creo que desde entonces, los mexicanos celebramos a las madres en memoria del traicionero español que les rompió ese día toditita la maceta.
En el aspecto geográfico se puede hablar de nuestras cordilleras, como son la Sierra Madre de Oaxaca, la Sierra Madre Occidental y la Oriental y la del Sur.
Desde el punto de vista comercial, la madre mexicana es sacudida mercantilmente cada año con más saña y mayor maña.
Una mujer para titularse como madre, se inicia cuando un espermatozoide aventurero y afortunado logra llegar hasta la meta para fecundar un óvulo. Ahí comienza la larga carrera de toda la vida.
Al sentirse embarazada, llegan los mareos, los antojos, la incomodidad y conforme avanza el embarazo, llega la deformidad, el sobrepeso, la obligatoria necesidad de vivir bajo vigilancia médica quien decide por los alimentos sanos y balanceados. Entonces se le tiene que decir adiós a las garnachas, al pozole domiguero y a las golosinas.
Después de los 9 meses nace la criatura. Aquí empieza la maravillosa experiencia de tener al bebé entre los brazos. Este es el comienzo de preocupaciones, trabajos, esfuerzos, egoísmos y oblaciones. La mujer, inmediatamente que nace el bebé, abandona su calidad de esposa para convertirse única y exclusivamente en madre. Durante el primer año casi no duerme, siempre tiene ojeras, huele a leche, es difícil que recupere su figura prontamente, se la pasa cambiando pañales y agitando mamilas. Por ahí del año y medio de vida, la madre se convierte en una especie de guardaespaldas de la criatura al decirle todo el tiempo “no”, “no” “no”: no te metas las cosas a la boca, no toques, no subas las escaleras, no te acerques a la estufa, no saques la comida de la boca.
Después de los 4 años de vida, la madre se convierte en maestra, tutora, institutriz y manual, porque le tiene que resolver todo al hijo: jugar con él, ya sea futbol o a la comidita, etc. En cuanto entra a la escuela, tiene que llevarlo y recogerlo y más tarde ayudarlo a hacer la tarea. También se convierte en enfermera cuando el niño sufre accidentes.
Cuando el chamaco llega a la pubertad, la mamá tiene que ser una experta en las relaciones interpersonales, psicoanalista, confidente, amiga y sobre todo ser muy paciente, porque en esta etapa se ponen medios locos los hijos e intolerantes.
Cuando llega la juventud, la madre ya está cansada o de malas y se da cuenta que tuvo que dejar a un lado sus propias ilusiones y necesidades por el hijo. Pero a esta edad el chavo pone sobre la madre otra carga: la angustia y la preocupación cuando el hijo o la hija sale de paseo con los cuates. La madre no duerme hasta que el hijo llega y otra vez vuelven las ojerotas y el envejecimiento es violento y constante.
Cuando el muchacho se casa, las cosas no mejoran para la madre porque entonces tiene que ayudarlos, financiarlos, aconsejarlos y soportar en silencio los fracasos y errores del hijo.
La mujer, la mayor parte de su vida la dedica a ser madre, pero en medio de todos esos vaivenes hay uno que otro contentamiento, por ejemplo, ¡que el domigo es 10 de mayo! ¡Bah!, dirán más de tres mamás en este momento. Ojalá no sólo el domingo, sino todos los días, los hijos sepan honrar a su madre, en serio.
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