Mañana se cumplen 15 años de la ausencia física de Aquiles López Sosa y su familia hace extensiva la invitación para acompañarles a las 19 horas en Capilla de Nuestra Señora de Belén.
Hoy más que en ningún otro aniversario es menester recordarle, porque traerlo a la memoria es, de alguna manera, rescatar el sepulcro de la política.
Y es que a la política la hemos dejado morir propios y extraños; los propios torciendo sus nobles fines y los extraños asfixiándola con la apatía y la indiferencia.
Siempre he defendido, desde este y otros espacios, la tesis de que todo cambio significativo en la vida de nuestras comunidades ha menester la participación de de quienes en ellas habitan agotando todos los espacios que las leyes tutelan y promueven.
Su sub ocupación, sin embargo, es causa y efecto de nuestro inobjetable y pernicioso “déficit de ciudadanía”.
Y es que quejarse por quejarse no es participar; la diatriba, el insulto, la promesa fácil e irresponsable al igual que las palabras huecas únicamente reproducen el vicio y dejan al ciudadano indefenso ante las perversidades de las élites.
Las palabras huecas cercenan del mensaje político toda su carga ética y toda su teleología.
La mayoría de los políticos hablan por hablar porque no saben dónde están parados, sobre todo en campañas electorales. A la hora de pedir el voto.
Menos mal que aún se tienen que usar las palabras para pedir el voto en lo que se supone, debe ser un ejercicio de convencimiento y que ese convencimiento depende en buena medida de las cualidades personales de cada candidato.
Por ello dejo a su consideración estas líneas recordando a Aquiles López Sosa.
Porque fui testigo de su esfuerzo por ponerle adjetivos a su gran pasión que fue la política como ministerio;
Porque tuve el privilegio de acompañarle a la distancia en su proceso de conversión de un hombre claro en sus ideas a un auténtico verbo motor en tiempo récord.
Como ya lo he rememorado en este espacio hace varios años, son inolvidables y dignas de traer al presente, aquellas maratónicas jornadas en que con atención nos escuchaba en los concursos de oratoria que a feliz iniciativa de Don Rubén Vasconcelos Beltrán institucionalizó el Congreso del Estado del cual Aquiles era el Presidente.
Iba y venía. Entraba y salía del recinto parlamentario ubicado todavía en la Avenida Juárez. Se ausentaba solo a atender asuntos de urgente resolución y regresaba a escuchar los discursos. No sé cuántos habrá escuchado aquella tarde del 20 de marzo del año 2000.
El triunfo me permitió conocerle más de cerca y a él debo, junto con los esfuerzos de mi madre, la posibilidad de poder estudiar mi segunda carrera. De no haber sido por la oportunidad de una beca que amablemente me consiguió, no hubiese podido conocer las maravillas de las ciencias políticas en la Universidad José Vasconcelos de Oaxaca. Nunca será suficiente ni el tiempo ni el espacio para profesarle mi gratitud y a su familia también mi orgullo por la generosidad de su amistad.
Hoy que estamos en el arranque de las campañas, recordarle es más que pertinente como un ejemplo de que la acción política tiene como presupuesto el ejercicio de la comunicación entre seres humanos y de que ese ejercicio no puede ni debe apartarse de un código moral:
Que de los buenos pensamientos y nobles intenciones nazcan las buenas acciones que hagan más agradable el bálsamo de las bellas palabras.
Fiel a este principio caminó “el caballero de la política”.
Desde luego que mañana atenderemos agradecidos y gustosos la invitación. Espero poder abrazar en honor a su memoria a buenos amigos que no le olvidamos.
@MoisesMolina