De ninguna manera me alegra. Pero tengo un cuate que desde que lo conocí, me dijo que él era muy bueno para los trancazos. Me aseguró que en sus mejores tiempos había peleado en los lugares más importantes del Distrito Federal, y que a lo largo de su experiencia no había tenido ninguna derrota.
Esta historia, cada que se echaba dos que tres cervezas, se la contaba todo mundo: que él había sido boxeador y que había sido sparring de varios deportistas importantes del país.
Y llegó el día que se le presentó la oportunidad para demostrar sus habilidades boxísticas. Un chaparrito saca de punta, lo agredió verbalmente, y mi cuate, ni tardo ni perezoso, le soltó un guamazo en la mera barbilla que lo puso patas arriba. El certero golpe, sirvió para que sus bonos se incrementaran y todos lo respetarán como un buen boxeador.
Otro día, al boxeador, se le ocurrió ir a una fiesta, y ahí, en medio de los gritos eufóricos, atropelló a un chavo. El chavo, sólo se lo quedó viendo y se hizo a un lado.
Después de la fiesta y todo lo demás, el boxeador salió del lugar en compañía de otro cuate. En la calle, el chavo agredido lo estaba esperando para reclamarle aquel empujón. Mi cuate, muy gallito, le dijo que si no sabía con quien se estaba metiendo. Ésa frase le cayó muy mal al chavo agredido, y sin más, se le fue encima al boxeador.
Afortunadamente, en ese momento, intervino el amigo del boxeador y puso las cosas en paz. Pero no señor, mi cuate, muy machito, gritaba tras el mediador “déjalo, déjalo; a éste, ahorita me lo hecho para que aprenda, para que se eduque”. “Órale, órale”, le decía al mismo tiempo que saltaba de un lado a otro y se frotaba la punta de la nariz. “Órale, vente, no le saques”. Y el chavo que se le va encima otra vez a puro golpe de box, sin patada alguna. Le dio una corretiza de cuadra y media, sin que el brillante boxeador pudiera esquivar los golpes. En ese momento se le olvidó el quiebre de cintura, el cabeceo, y demás técnicas que se usan en el ring. Su única defensa fue meterse a la fiesta y cerrar las rejas. Y desde adentro le seguía gritando: “órale, vente para acá, no le saques”.
Un rato después, de la fiesta salieron unos cuates quienes lo hicieron fuerte en la calle. El boxeador volvió a asomar las narices y otra vez, el chavo lo puso como camote, es decir, morado.
Los cuates del boxeador, ante la golpiza, tuvieron que intervenir. Aún así, este cuate seguía gritando “déjenlo, déjenlo, no lo defiendan. Órale, éntrale, vas a ver quién soy”.
La cosa es que todos los cuates, volvieron a meter al boxeador para protegerlo de los puños del chavo. Pero necio, ahí va para fuera otra vez. Entonces, alguien le dijo: “si te sales, ninguno de nosotros va a meter las manos por ti”. Ésas palabras bastaron para que se quedara sosiego.
El boxeador se desapareció unos días, tal vez estuvo curándose los moretones, pero ya sano, se dedicó a contar a los que no sabían nada, lo que no pasó, a imaginar pues, lo que hubiera deseado que pasara aquella noche afuera de la fiesta. Hablaba de los tremendos golpes que él había dado y de su defensa habilidosa.
De casualidad, ¿tú no eres así? ¿No verdad?
El boxeador: Horacio Corro Espinosa
Twitter: @horaciocorro
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