El bebé de San Juan Copala: Moisés MOLINA

Print Friendly, PDF & Email

Escribe Josep Vallés que “la política no es una actividad exclusiva de los políticos”. La teoría de la acción colectiva lo explica. Al lado de los hombres de gobierno, son los partidos políticos, los grupos de interés y los movimientos sociales los que determinan la gestión de los conflictos, que es en última instancia, el fin de la política.

En condiciones de normalidad democrática, estos tres actores políticos colectivos son los que garantizan el equilibrio en la fórmula de la gobernabilidad. Enarbolan demandas legítimas que habrán de encontrar respuestas gubernamentales.

Pero en México y particularmente en Oaxaca, reitero, las cosas se cuecen aparte. Vivimos claramente en la anormalidad democrática donde la acción política colectiva se ha convertido en una próspera industria y tras una demagogia social se satisfacen intereses personales, egoístas de sus liderazgos devenidos en mercenarios. La lucha social se ha convertido en un amasijo de luchas individuales o facciosas por el dinero, por el bien vivir.

Tenemos portentos de agitadores profesionales formados en la práctica del día a día, autonombrados luchadores sociales o defensores de derechos. Pululan porque los mismos gobiernos así lo han querido y ha resultado más costoso, pero más cómodo el remedio que la enfermedad.

Sería ocioso buscar respuesta a la pregunta ¿desde cuándo? 

Hoy por hoy los padecemos, conocemos sus nombres y apellidos y a fuerza de apariciones mediáticas conocemos de memoria los membretes que usan. Trascienden los sexenios y los trienios, son una especie de lobbies perniciosos con patente de impunidad y de permanencia. Nacieron y crecen sobre la base de la necesidad, la pobreza y la ignorancia de muchos que son usados; esos que nunca prosperan económicamente, que siguen viviendo prácticamente igual que cuando su primera marcha o su primer plantón. Del dinero que sus líderes ingresan a las cuentas bancarias solo ven una miseria en forma de animales de corral, materiales de construcción, proyectos productivos destinados al fracaso o membresías condicionadas a algún programa social gubernamental.

La permanencia de estas organizaciones la explica un círculo de desprecio. El desprecio que los gobernantes sienten por los gobernados, reduciendo la solución de los conflictos a la autocomposición con sus líderes; y el desprecio de los gobernados hacia los gobernantes traducido en esas peculiares formas de acción que movimientos sociales y grupos de interés han sistematizado y que el resto de la ciudadanía sufre casi cotidianamente. Hay que marchar, hay que bloquear, hay que plantarse para que el gobierno abra la puerta primero y después la llave del dinero público.

Las causas sociales, que existen, ya no son un fin en sí mismo, son una mercancía, una moneda de cambio. No conviene que se acaben, hay que administrarlas a modo de recordatorios periódicos. El último año del gobierno de Ulises, el dispendio ascendía a más de 400 millones de pesos a repartir entre las organizaciones. Hoy seguramente es mucho mayor. Solo son necesarias dos cosas un discurso convincente amparado invariablemente en la retórica de los derechos humanos; y una suma de dinero que asegure la movilización. El grado de miseria de la gran mayoría de nuestra población hace posible la entrega de su disposición a cambio de unos cuantos pesos y una buena dosis de esperanza de que al término de la jornada los beneficios se multipliquen.

Hoy tuvimos un muerto a los pocos días de haber nacido. Con la parafernalia de la que solo es capaz una mente enferma se le velaba en el zócalo de nuestra ciudad. No era un cadáver, un cuerpo al que se le tenía que guardar respeto, parecía un objeto afecto a la causa, a la lucha social aunque en su tragedia, poco tuviera que ver con la naturaleza del grupo de presión. Trascendió que los padres no eran del erróneamente llamado “movimiento” de los desplazados de San Juan Copala, que el menor no murió en el plantón, que fue producto de un embarazo negligentemente llevado a la ligera, que fue colocado ahí bajo quien sabe qué expectativas, con el consentimiento de los padres.

Tal es la voracidad de la lucha social, tal es la magnitud de esa pugna iracunda entre gobernantes y gobernados. El fin justifica los medios, así vaya la muerte de por medio. El niño, nacido el 24 de diciembre, se iba a llamar Jesús Gabino. Bien dicen que la realidad supera a la ficción.

En tanto nuestro gobierno tendrá argumentos de sobra para proclamarse ganador en este duelo de egoísmos que, como se ha hecho costumbre, se librará en los periódicos y los noticieros. En medio del vacío de operación política gubernamental y la rapacidad de organizaciones como esta, la mayor parte la gana el sensacionalismo, el amarillismo, la nota roja, el morbo de una ciudadanía ávida de qué comentar enjuiciando sumariamente culpables. Mañana tristemente no quedará ni el recuerdo. Más organizaciones vendrán con nuevas conflictivas y el gran culpable –acostumbrado a ello y por eso impasible- seguirá siendo el gobierno. Su trabajo parece no ser más resolver, sino aguantar, paliar, justificar.

Así se va este año… así comenzará el siguiente

@MoisesMolina