México en 2012 se parece a un barco a la deriva en medio de una tormenta feroz. Por su desconfianza innata y por no contar con un piloto apto, el capitán tomó el timón desde el principio de la travesía, pero él tampoco parece saber a dónde quiere llegar ni cuál es la ruta.
El marco en que trascurre la vida de México en 2012 es incierto. Los graves desarreglos financieros de Portugal a Irlanda, de Grecia a España, se deben a la complicidad de gobernantes y banqueros que esperaban ganar aunque los países y la Unión Europea se fueran a pique. Y estaban en lo cierto, cuando menos los bancos alemanes, ingleses y franceses que fueron los grandes prestamistas.
La mejor receta que se les ha ocurrido a los genios de las finanzas es la misma que le impuso el FMI a América Latina en los años ochenta: recortes de programas sociales y freno al gasto público, lo cual paraliza la inversión, elimina empleos en masa y, al abatir las compras, vuelve a reducir la inversión hasta parar la economía para que se estabilice.
América Latina, y México en particular, han aguantado muchas veces esta medicina casi sin protestas sociales, pero en Europa y otras partes del mundo, incluso Estados Unidos, hay una rebelión juvenil que, a diferencia de no persigue “lo imposible” como en 1968: se sabe parte del 99% desposeído y sabe que menos del 1% es poseedor. No es una lucha de clases… no sé qué será, pero ¡cuidado!
Los fenómenos globales podrían llegar a México más temprano que tarde porque las comunicaciones son instantáneas y nuestro país inicia un año en que todo parece complicarse: la violencia criminal no cede ante una estrategia que sólo la combate con la violencia legítima; millones de jóvenes están excluidos de la economía y de la escuela y de su propio porvenir. ¿Cómo podemos esperar que compartan los valores que los adultos decimos practicar, las leyes que decimos respetar y hasta la identidad nacional en la que todavía algunos, cada vez menos, nos reconocemos?
El gobierno lo está haciendo mal. El capitán, para seguir el símil, no parece querer llevar la nave a ningún lado que no sea a la primera mitad del siglo XIX, antes de Juárez y las Leyes de Reforma. Como si quisiera borrar todo lo que ocurrió fuera de las sacristías y reconstruir al país como habría sido si los conservadores hubiesen ganado la Guerra de los Tres años y el Segundo Imperio no hubiera sido abandonado por Napoleón el Pequeño ni derrocado por las tropas mal armadas y peor avitualladas de la República.
El PRI es la encarnación de Satanás; es la causa de todos los males de ese país en el que todos seríamos buenos cristianos por la gracia de Dios si no hubiera sido por Juárez, Calles o Cárdenas. Por eso hay que cerrarle toda posibilidad de regreso al poder político, así sea violando leyes que, al final de cuentas, fueron hechas por los hombres y no es inmoral violarlas si con ello se remueve el gran obstáculo que estorba el fin superior de la salvación nacional.
Para esa salvación están la procuración de justicia y la propaganda bien aceitadas, bien coordinadas. Fallaron con Carlos Hank Rohn, pero tuvieron un éxito total con la defenestración de Humberto Moreira. Los objetivos inmediatos son tres ex gobernadores de Tamaulipas y, de refilón, el gobernador de Veracruz, cuya foto aparece ilustrando un titular perverso: “Retienen a Duarte 25 mdp en efectivo”.
La apuesta es que la gente cree que todos los del PRI son ladrones y cómplices del narcotráfico y se les puede perseguir, hayan cometido o no algún ilícito; si prueban su inocencia basta con un “usted dispense” cuando el objetivo electoral se ha alcanzado. Pero si la apuesta y la gente no cree en lo que debería, pues ni modo: en toda guerra hay daños colaterales, y aquí la lucha es contra un enemigo peor que el crimen organizado: aquél que amenaza con regresar al poder y escribir la historia del siglo XXI desde la justicia social, interrumpida en el decenio de 1980.
En las afueras del mundillo de la política y los medios, hay gente muriéndose de hambre. No sólo los rarámuri, sino casi todas las comunidades indígenas, los marginados de las ciudades que podrían volcar su furia sobre todos los demás en las ciudades, como ocurre en la espléndida novela La noche de San Bernabé, de Víctor Alfonso Maldonado. En las afueras están los 12 millones de nuevos pobres, muchos arrancados a la clase media por el desempleo.
Y tal vez las cosas se pongan peores. ¿No se han dado cuenta de que los problemas climatológicos ya diezmaron la producción de alimentos y las cotizaciones de los granos en los mercados internacionales están creciendo a medida que aumenta la demanda de China e India y disminuye la oferta de Argentina y Estados Unidos? ¿Creen que los problemas económicos de millones de familias se resolverán con “toda la fuerza del Estado”, frase que tanto disfruta el capitán del barco?
Si la apuesta es a administrar las inercias mientras alguien nos hace el milagro, el riesgo de que zozobre el barco es muy alto, y sálvese el que pueda.