El asalto al cuartel: “¡Arriba las manos, somos policía federal!”

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policiasLo que sucedió la madrugada del pasado viernes 13 de febrero en el cuartel de la Policía Estatal de Sta. María Coyotepec, Oaxaca, comienza a salir a flote por comentarios de algunos de sus protagonistas, hombres y mujeres de las dos fuerzas que se enfrentaron en una batalla campal durante más de una hora en la cual, por fortuna, no hubo saldo trágico.

 La tarde noche del jueves 12 parecía tranquila; aún no habían iniciado las negociaciones entre el gobierno del estado y los policías estatales que habían declarado un paro de labores exigiendo mejoras salariales y de condiciones de trabajo.

 Tampoco había indicios de que se estuviera preparando algún operativo de desalojo.

 Alrededor de la medianoche del jueves 12 la mayoría de los paristas se retiraron a descansar, los dormitorios del cuartel estaban llenos y cualquier lugar posible, como pasillos o cobertizos, eran habilitados como dormitorio; cartones o cobijas tirados en el suelo hacían las veces de camas; las cabinas y bateas de las patrullas también servían para recostarse, tratando de descansar un rato. Al menos mil doscientos policías inconformes terminaban la jornada.

 Se asignaron las guardias como rutinariamente se hace; le tocaba en turno a unos cincuenta elementos, la mitad se quedó en el acceso principal y la otra mitad se distribuyó apostándose en las azoteas y otros puntos estratégicos de las instalaciones. Habían convenido no hacer relevos esa noche pues preferían vigilar hasta el amanecer para el día siguiente salir francos y  visitar a sus familias.

 Minutos más minutos menos, a unos cinco kilómetros, en el aeropuerto de Xoxocotlán estaban aterrizando dos aviones Boeing 727 de la policía federal con aproximadamente 350 elementos debidamente equipados con sus armas de cargo, listos para entrar en acción.

 Alrededor de la primera hora del viernes trece se había conformado ya una fuerza de unos seiscientos hombres; a los federales se sumaron miembros de la PABIC, elementos de la Agencia Estatal de Investigaciones, agentes de la policía vial y estatales que no se unieron al paro; eran los llamados “leales” por los parista.

 Se dieron las instrucciones finales para poner en marcha el operativo. Una vez ubicados los puntos marcados como objetivo se dio la orden de avanzar, los federales se aproximaron con sigilo al cuartel en vehículos particulares.

 Las instrucciones eran tomar control del acceso para que el grueso de la columna ingresara al interior de las instalaciones facilitando que los “leales”, haciendo el trabajo de guías de los grupos especiales, señalaran a los líderes del movimiento para que fueran aprehendidos y luego la fuerza armada sometiera a los paristas para completar el desalojo del inmueble.

 La monotonía de la noche y la somnolencia de la madrugada que había atrapado a los vigilantes se esfumó entre golpes, gritos y balazos intimidatorios disparados a discreción.

 El elemento sorpresa había funcionado.

 -¡Hijos de la chingada, ya se los cargó su puta madre! ¡Somos federales! ¡Salgan con las manos en alto! ¡Rápido cabrones o se mueren! Fueron los gritos que se escucharon, según relatan los paristas, a eso de las tres y media de la mañana.

 Los choferes que dormitaban en interior de sus vehículos, apenas entendieron lo que estaba pasando, encendieron las torretas de las patrullas y pusieron a funcionar las sirenas, el ruido ensordecedor y los destellos de las luces terminaron despertando aún a los de sueño más pesado.

  Las mujeres policías, acostumbradas a dormir con las botas puestas, se incorporaron sin entender a bien lo que estaba sucediendo. En un instante se armó la pelotera.

 Los “hijos de la chingada” salieron, pero de todos lados; salieron como enjambre de abejas africanas dispuestas a morir en defensa del panal.

  Los más acostumbrados a los zipizapes buscaron lo que fuera: tubos, varillas, herramientas de los vehículos, palos de escoba, charolas del comedor, cualquier cosa que les permitiera enfrentar al atacante.

 Uno, con las manos en alto en cuanto estuvo a distancia, se abalanzó sobre el  federal que lo encañonaba y tirando del fusil de asalto lo jaló derribándolo y quitándole el arma con que estaba siendo amenazado.

 Mas no todo fue valor, decisión y arrojo. Algunos paristas, mujeres y también hombres, asustados, corrieron a esconderse, otros comenzaron a llorar como niños, paralizados por el miedo.

 En el caos del jaloneo los que ya traían la adrenalina arriba no se echaron para atrás. La superioridad numérica les permitió rodear a las primeras líneas retándolos a disparar: “¡Jálale cabrón, si tienes huevos, a ver a cuantos alcanzas a matar antes de que te cargue la chingada!”

 Una mujer de estatura elevada, elemento de la policía federal, sorprendió a una que bajaba por la escalera del dormitorio femenil propinándole un golpe en la cara que la hizo rebotar en la pared al tiempo que le gritaba “¿A dónde vas cabrona? ¡Somos policía federal y ya te chingaste! ¡Pinches oaxacas enanas, se las cargó su puta madre!”.

 La reacción inmediata de la golpeada fue tirarse a los pies de la agresora derribándola, mientras gritaba: “Chinga a tu madre, pinche chilanga”.  Apoyada por dos compañeras y luego de algunas patadas, mordidas y cachetadas la federal fue sometida.

 Encuérenla y denle con su cinto en las nalgas para que aprenda a portarse bien, gritó alguien, mientras la policía federal llorando, suplicaba clemencia: “No me hagan nada, yo nomás estoy cumpliendo órdenes. Por favor no me hagan hada, yo también tengo hijos y familia”.

 En otro momento de la refriega se escuchó un: “¡Órale cabrón, fíjate a quien le das, yo no soy leal”.

 Entonces el elemento sorpresa se revirtió: “¡Estos pinches oaxacos están saliendo de todas partes!, -gritó un federal-, “¡Retrocedan. Retrocedan!”.

 Había transcurrido un poco más de una hora y ante el ruidoso escándalo que provocó la gresca, vecinos de Santa María y San Bartolo Coyotepec se acercaron al cuartel con palos y piedras que comenzaron a  aventar a quienes identificaban como federales.

 En la golpiza generalizada los oaxaqueños se llevaron la peor parte. Ninguno cargaba equipo de protección, a diferencia de los federales que todos usaban casco, chaleco y espinilleras.

 Eso explica el porqué más de 25 estatales resultaron con lesiones que ameritaron valoración médica. Además de los lesionados hubo retenidos por las dos partes. Los estatales detuvieron a cinco federales y decomisaron nueve armas largas y una corta. Los federales detuvieron a nueve estatales sin decomisar arma de fuego alguna.

 Con el orgullo también golpeado, uno que parecía ser mando de grupo de la policía federal comentó: “Nos engañaron, nos dijeron que era un  grupo minoritario de policías municipales que se habían amotinado y tomado las instalaciones del cuartel, pero son un chingo. Nos engañaron.”

 Ya con la claridad del amanecer otro mando federal se acercó al cuartel para exigir la libertad de los detenidos. Amenazó con regresar muertos a los estatales si no regresaban de inmediato a sus compañeros. La respuesta fue una lluvia de piedras que le obligó, nuevamente, a salir corriendo.

 Más tarde, por las frecuencias de radio policiales, se acordó el intercambio de rehenes que se realizó con intermediación de la cruz Roja y sin mayor problema.

 El comisionado estatal, Víctor Alonso Altamirano, con el rostro descompuesto ante el nuevo fracaso de este operativo declaró a la prensa que habían retrocedido porque habían sido agredidos por francotiradores y porque los paristas estaban fuertemente armados.

 Altamirano jamás aceptará que han sido el oscuro manejo de los recursos la Secretaría de Seguridad Pública de Oaxaca, la falta de profesionalismo para el manejo de la crisis y la división que él mismo provocó al interior de la policía estatal las causas y resultado parcial que hasta ahora produce el conflicto.

 Los paristas consideran que fueron traicionados por los “leales” -Que suman unos ciento treinta elementos- no sólo por hacerse del lado del gobierno sino por haberlos señalado y por participar activamente en el intento de desalojo al lado de los federales. Están señalados por ponerles el dedo para ser golpeados y encarcelados. Esta es una herida que no sangra pero que con consecuencias inciertas tardará más tiempo en cicatrizar.

 Por lo pronto entre los paristas está corriendo la idea de que el día 13 de febrero de cada año se festeje el Día de la Policía Estatal.

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En Youtube hay varios videos entre ellos algunos corridos; éste es uno de ellos:

El cuartel en defensa. Corrido de la Policía Estatal