A él le sudaban las manos cada vez que se acercaba la hora de la cita. A ella se le iba la respiración no más al pensar que lo volvería a tener bien cerquita. Esta emoción se les repetía antes de cada encuentro.
Un día ya no aguantaron la desesperación, pues querían tocarse, verse, pues el amor lo transpiraban y todo mundo lo notaba. Así que decidieron planear la fecha de la boda. Decidieron que el 14 de febrero. Así que él y ella iniciaron la aventura de imaginar cómo sería eso de compartir almohada, el mismo rollo de papel, y todo, todo lo demás.
Mmmh, —decían estos enamorados— si lo hubiéramos decidido desde que nos conocimos… nos hubiéramos evitado el trámite tradicional de que “tenemos que conocernos”, decía él. Si, aseguraba ella mientras él la estrujaba entre sus brazos. Espérate, ya falta poco para casarnos, le aseguraba ella entre risas y juegos. Pero para qué esperar, decía él, si lo nuestro ya está bien maduro. Ándale, antes de que se eche a perder.
La cosa es que a ambos se les quemaban las ganas de vivir juntos bajo el mismo techo y en la misma cama. Todo el día se la fantaseando que iban a ser muy felices, que ella dejaría de trabajar y de estudiar y que ya no se preocuparía por nada, pues para eso estaba él, para trabajar duro y mantener la casa.
Pero cuando comenzaron a vivir la realidad, sentían que era mucho mejor separarse por lo complicado de la responsabilidad.
El chavo la celaba un montón, y ella le tronaba los dedos para que barriera y lavara los trastos sino, no había comida.
Cuando salían a la calle él no más se dedicaba a cuidarle los ojos, y a veces, él se echaba adelante para que otras chavas no lo vieran junto a ella.
Mientras en el noviazgo no notaron ningún mal habito, en el matrimonio se criticaban todos sus defectos y todo terminaba en jalada de greñas y uno que otro guamazo.
También se dieron cuenta que las labores cotidianas de la casa no solo eran arrumacos, sino lavar los trastos, la ropa, planchar, remendar, barrer, poner los frijoles, ir por las tortillas, sacudir, acomodar, trapear y un millón de trabajos más.
Un día se pelearon tan gacho, que ella terminó con los ojos morados y el con algunas mordidas.
Después se dijeron arrepentidos y que ya nunca volvería a suceder. A pesar de las disculpas y los pretextos, esto se convirtió en el pan de cada día. El nunca reconocíó que se casó con ella sólo por el deseo de su cuerpecito.
Ella también estaba arrepentidísima, creyó que todo iba a ser como los fines de semana.
La cosa es que el 14 de febrero no es como lo pintan las tarjetas de felicitación, ni como terminan las telenovelas donde todos son muy pero muy felices para siempre.
Pero aunque no lo quieras creer, el amor existe, y el deseo de vivir juntos para toda la vida, también. El amor es decisión y deber desde que comprometiste tu palabra. El amor no siempre es sentimiento, es, como todas las leyes de este planeta: si no cuidas, si no abonas, si no riegas todos los días ese sentimiento, el amor se muere.
¿Quieres tener un verdadero amor? Cumple tu palabra. Eso es todo.
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