La designación de Kamala Harris –senadora reciente y mujer de raíces de Sri Lanka y Jamaica– como candidata a la vicepresidencia del candidato demócrata Joe Biden dio la patada de salida a la competencia presidencial más intensa que haya de enfrentar el sistema democrático estadunidense, teniendo como adversarios al presidente y al vicepresidente en funciones, Donald Trump y Mike Pence. Las encuestas están contra Trump, cuando menos hasta ahora.
El Partido Demócrata arranca, pese a las encuestas, con momios reales a la baja. Una de las características que debe tener un candidato de oposición en una elección en la que el presidente en funciones busca reelegirse es tener una personalidad cuando menos superior al presidente en funciones. Y otra es más condicionante: debe inspirar. Y Biden es anticlimático.
El mejor precandidato demócrata con arraigo social y mejores expectativas de inspiración al electorado fue Bernie Sanders, pero su condición de “socialista” lo alejó de la candidatura que suelen determinar los poderes fácticos estadunidenses, de manera sobresaliente los intereses financieros y bursátiles. La nominación amañada de Biden, operada por el expresidente Barack Obama, causó desencanto en los seguidores de Sanders y dicen las expectativas que no será fácil que sus seguidores voten por Biden.
Como nunca, las elecciones presidenciales estadunidenses se realizan en un ambiente de polarización social, económica y de poderes reales. En sus casi cuatro años de gobierno, Trump no rompió ninguno de los valores reales del poderío económico, político y militar estadunidense y sus reformas internas tampoco movieron las tradiciones de poder. Eso sí, el estilo atrabancado, violento, racista y arrogante de Trump le causó muchas oposiciones y ataques. Sin embargo, a la hora de votar, los estadunidenses prefieren quien dé resultados y no quien ofrezca una imagen de bonhomía.
Los EE UU se encuentran en la orilla de una situación internacional de cambios de bloques de poder y de definiciones de hegemonías. China ha logrado convencer a millones de estadunidenses que quiere desplazar a la Casa Blanca del centro de poder y que cuenta con la alianza de Rusia y de Corea del Norte. Por lo tanto, hay analistas que consideran que el escenario internacional es más importante que los enojos internos contra Trump. La crisis económica y la pandemia están reorganizado los bloques de poder.
Biden fue ocho años vicepresidente de Obama y era el candidato natural en las elecciones del 2016, pero Obama considero que no estaba a la altura de Trump y prefirió imponer a Hillary Clinton porque representaba un más consolidado bloque de poder derivado de la presidencia de Bill Clinton y de los años de secretaria de Estado de la administración de Obama. Sin embargo, y a pesar de contar con todo el apoyo de Obama, Trump llegó a las elecciones abajo en las encuestas y el día de la elección dio la vuelta a los resultados.
Durante los cuatro años de la presidencia de Trump, Biden se retiró de la política y se dedicó a los negocios. Muy a fuerzas aceptó participar en la competencia como precandidatura y salió abajo en todos los debates con los otros aspirantes demócratas. Pero al final de cuentas, Obama movió todas sus influencias para imponerlo como candidato. Si Biden carece de fuerza personal, su candidata a vicepresidenta tampoco inspira algo a la mayoría de los estadunidenses, quizá por su escasa experiencia en la política y su formación como fiscal californiana.
De manera normal los candidatos a la vicepresidencia no ayudan a los candidatos a la presidencia. John McCain compitió contra Obama en 2008 llevando como candidata a la vicepresidencia a la gobernadora de Alaska Sarah Palin, pero sin ningún efecto mediático. Ni la carrera de héroe de guerra de ni una McCain ni la figura atractiva de Palin pudieron remontar la imagen del primer candidato afroamericano con posibilidades de ganar. La candidata Harris tiene datos importantes de su inteligencia política, pero en realidad el candidato a la presidencia es el que marca los ritmos.
Hasta ahora Trump es el que ha fijado los ritmos, los temas y la agenda de la elección y Biden siempre ha estado muy atrás, sin capacidad ni fuerza personal como para parar en seco a Trump desde ahora. Biden ha querido congraciarse con los migrantes ilegales y ha ofrecido la naturalización de alrededor de 10 millones que están en los EE UU, pero Obama ofreció lo mismo en dos ocasiones y no cumplió. El efecto mediático de esa promesa de campaña se diluyó en el aire en menos de 24 horas y no generó tendencias electorales.
Como todo presidente en funciones, Trump ya conoce muy bien los resortes políticos y mediáticos del sistema y los va a operar para evitar que Biden se posicione en medios. Y por lo que se vio en los debates demócratas, la nueva candidata Harris no parece tener impactos de imagen fuertes como para consolidar una tendencia.
Los presidentes que han perdido su reelección han cometido errores de imagen y de fuerza institucional: Nixon por Watergate (ganó la reelección, pero perdió por el espionaje interno) y Carter y Bush padre llegaron muy débiles a las elecciones. Trump ha sabido capitalizar sus espacios negativos cuando menos para posicionamiento de imagen. Ante un escenario internacional de acoso, los estadunidenses suelen preferir figuras fuertes.
Como pocas veces, las elecciones estadunidenses tienen un público internacional animado más por la morbosidad de una derrota de Trump que por la falta de atractivo político de Biden. Aunque Biden va adelanta en las encuestas, la competencia será de alta tensión política y mediática porque Trump puede dar una segunda sorpresa y quedarse en la Casa Blanca otros cuatro años.