El presidente Joseph Biden no se acomodaba bien en el sillón de la Oficina Oval de la Casa Blanca, cuando errores estratégicos alimentados por el odio personal de la líder demócrata Nancy Pelosi polarizaron más a las fuerzas políticas estadunidenses, llevaron a los republicanos a cerrar filas con el expresidente Donald Trump y fortalecieron a los grupos de ultraderecha.
El mapa político, geopolítico, estratégico, ideológico y de equilibrios internos de EE. UU. no fue moldeado en el proceso electoral del 3 de noviembre pasado, sino que se definió el sábado 13 de febrero en el Congreso en la votación final en el Senado para en enjuiciar o exonerar a Trump.
Y si en el lenguaje judicial estadunidense no existe la palabra inocente, al final todos quieren aprovechar el concepto de “no-guilty o no-culpable por falta de votos. En los hechos, sin embargo, el no-culpable se asume como inocente de cargos. Y lo más grave para EE. UU. fue la exoneración correlativa de los grupos radicales que realizaron la turbamulta del 6 de enero en el Capitolio para entrar por la fuerza, avasallar a las policías, asustar a los legisladores y robarse cosas de oficinas y pasillos y salir del lugar con tranquilidad.
Y en otra paradoja del sistema político estadunidense, el juicio y conclusión contra Trump no fue, como dijo, apabullado, el presidente Biden una “fragilidad de la democracia”, sino en los hechos resultó el fortalecimiento de la democracia legal que había sorprendido en el segundo cuarto del siglo XIX nada menos que al vizconde de Tocqueville y que plasmó en La democracia en América.
Lo más importante de las elecciones, sus resultados cuestionados, la ofensiva de Trump contra el sistema electoral, el recuento de votos y la sesión final de legalización de cifras el 6 de enero en el Capitolio no ha sido el funcionamiento, para bien o para mal, del sistema político legalista y hasta legaloide de EE. UU., sino sus efectos en la reorganización y realineamiento de las bases políticas del régimen.
Hasta el 6 de enero había una corriente de grupos radicales, tipo milicia armada y activista contra las reglas de la democracia que siempre pulularon alrededor de las figuras conservadoras radicales de los republicanos. Muchos de esos grupos irrumpieron con violencia en el Capitulo e hicieron temblar, de manera real y simbólica, a la democracia estadunidense que la Casa Blanca quiere imponer como ideal en todo el planeta.
En términos estratégicos, Trump salió fortalecido y sus bases radicales milicianas no podrán ser condenadas. En este sentido, la victoria de Biden duro de manera formal apenas menos de cuatro semanas, de su toma de posesión bajo guardias militares el 20 de enero a la votación final en el Senado el sábado 13 de febrero.
En política funciona muy bien la referencia de que “lo que no te mata te hace más fuerte”. Trump, astuto animal de poder más en sentido de Machiavelli que de Aristóteles, catapultó el sábado mismo la votación como su gran victoria electoral, dejó entrever la creación de un nuevo parido político y reveló su posicionamiento sólido en la vida política estadunidense. Vienen elecciones legislativas en 2022 y las presidenciales en 20254, con u. Biden avejentado, una vicepresidenta Kamala Harris apabullada bajo la figura autoritaria de Nancy Pelosi y una desarticulación de la alianza demócratas-republicanos que había fortalecido el funcionamiento del régimen imperial desde la segunda guerra mundial hasta el final de la presidencia de Barack Obama.
El acoso contra Trump, los dos juicios políticos perdidos por demócratas y el activismo creciente de las organizaciones ultraderechistas radicalizadas en grados crecientes de violencia dibujan el tamaño de la crisis de cohesión interna de EE. UU. como imperio de dominación mundial. Exonerado Trump en el Senado, su agenda se convirtió en la dominante del conservadurismo, disminuyendo la representatividad del conservadurismo blando y colaboracionista de republicanos aliados a los demócratas. El ala conservadora de Bush Jr. y Dick Cheney ya no representa fuerza alguna al lado de Biden; para las elecciones que vienen, ahora los republicanos van a comenzar a buscar la figura de Trump que aporta más votos que Bush Jr. La lucha política Trump-Bush Jr. va a terminar de desarticular al republicanismo molusco de los autodenominados neoconservadores o dialoguistas con los liberales demócratas.
Los riesgos políticos, ideológicos y de realineamiento que estaban implícitos en el impeachment fueron de alguna manera destacados por algunas voces conservadoras de prestigio, pero al final se impuso la agenda anímica de la demócrata Pelosi y su odio visceral contra Trump, si bien se recuerda esa escena antidemocrática de Pelosi, en la tribuna del Capitolio durante el informe del estado de la nación, rasgando su copia oficial del discurso de Trump. Ahí se dio lo que pudiera conocerse como el primer asalto de odio de la clase política contra las instituciones democratitas del régimen estadunidense.
En los hechos, Pelosi nunca tuvo votos seguros a favor del impeachment y aún así decidió ir hasta el final. Su cálculo frágil estaba en el hecho de que los ojos de la nación pasarían la factura a republicanos si se negaban a votar contra el juicio. Sin embargo, Pelosi se olvido de un hecho importante: el 47% de los votantes apoyo a Trump, a pesar de la rabiosa campaña de prensa y de persecución política contra Trump a lo largo de cuatro años. Los demócratas no supieron leer el escenario social.
Los demócratas perdieron, Trump ganó, su fuerza ultraderechista miliciana salió exoneraba y el país entró la noche misma del 13 de febrero en la campaña presidencial de 2024. A Biden no le queda más que desplazar a Pelosi del liderazgo demócrata de la Cámara o administrar su poco margen de maniobra para llegar apenas a 2024.
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