Siempre que uno está lejos de su tierra, es cuando más se añoran las cosas. A mí, por ejemplo se me antoja en este momento comerme un rico mole de longos, o de caderas. Desafortunadamente no siempre se puede estar en Huajuapan, que es el lugar donde se prepara cada año y durante esta temporada. Es un platillo rico y muy sabroso.
Otra cosa que se me antoja y que desde hace más de 20 o 30 años no la he vuelto a probar, es el tambor. Es una carne correosa que sólo, también en Huajuapan la saben hacer.
Por estas fechas también, en Juxtlahuaca, de esta entidad oaxaqueña, se hace un rico “mole de barrio”. Afortunadamente, Juxtlahuaca, es mi segunda tierra, y de vez en cuando mis familiares me hacen el favor de enviarme una buena porción de ese rico y picante mole.
¿Y qué me dicen de las calaveritas de azúcar? Por estos días fabrican miles de esas figuritas en Huajuapan. Me acuerdo que alrededor del mercado, ponía unas mesas grandes y largas de madera, las que llenaban de diversas formas de azúcar.
Hace como 25 años, tuve la suerte de entrevistar a los hermanos Mario y Evelia Rodríguez Gil. Ellos me platicaron que eran la tercera generación de su familia que se dedicaba a hacer los famosos dulces de muertos.
No sé si a la fecha esta familia se siga dedicando a ese oficio. Me dijeron que preparaban el dulce desde un mes antes de los días de muertos, y que los hijos y a veces hasta los nietos, ayudaban a sacar los moldes de gallitos, angelitos, calaveras, cajitas de muerto, entre otras figuras, para tenerlos listos en la plaza de los muertos.
Estos dulces no los hay en ninguna otra parte del país. Huajuapan y Tamazulapan, eran los únicos lugares, tengo entendido, donde se elaboraban. La gente de esta región acostumbra colocar estas figuras de azúcar sobre sus ofrendas. Me acuerdo que hacían unos pavos reales que la gente les llamaba “guajolotitos”. Había otras figuras que colgaban de las cañas de azúcar. Ojalá que esa empresa no se haya perdido. Muchas veces este tipo de creatividad manual se pierde por falta de apoyos.
La casa donde elaboraban esas figuritas artísticas, estaba sobre la cuarta calle de Morelos. Ahí estaba el montón de moldes que iban sacudiendo uno por uno para quitarles el almidón. Después de eso, colocaban cada pieza a lo largo de unas largas mesas para pintar cada una de las figuritas. Allí participaba casi toda la familia: a unos les tocaba vestir la calaverita con diferentes colores y con diferentes pinceles. Mientras uno pintaba ojitos, otro pintaba bracitos y, un tercero, se encargaba de pintar alguna línea verde, amarilla o morada que son regularmente los colores tradicionales de esas figuras.
Al final de las mesas, cuando las figuritas ya estaban bien secas, otra persona se dedicaba a hacer rollitos de 10. Eso era lo que le llamaban “manojear”. Así que cada manojito de figuras, supongo, tenía diferente precio.
Después de que pasa esta temporada, los hermanos Rodríguez Gil, se dedicaban a preparar otro tipo de dulces, que la verdad, no más de acordarme, se me antojan. Hacían dulces de chilacayote, de calabaza, camote, biznaga, jamoncillo, turrón. Y mejor le paro porque no sea que el agua de la boca me obligue a ir a buscar esos productos a la Mixteca.
Dulceros de calaveritas: Horacio Corro Espinosa
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