Tal vez anoche haya sido la primera vez en la historia de este país, que el gremio periodístico se haya solidarizado por una causa, la muerte del periodista veracruzano Gregorio Jiménez de la Cruz.
Desde la desaparición de Goyo, como le decían sus compañeros, periodistas, comunidad en general, organismos locales, nacionales e internacionales, solicitaban a través de diversos medios, una investigación seria respecto a la desaparición de Gregorio Jiménez. A pesar de las exigencias a la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), a la Procuraduría de Justicia de Veracruz y al gobierno de Javier Duarte para que intensificara la búsqueda para dar con su paradero, todo caminó con tranquilidad. Las autoridades municipales, estatales y federales, no quisieron salir de su comodidad y dieron muestras de que “no hay de qué preocuparse”.
Queda bien claro que con el asesinato del periodista Jiménez, el estado de Veracruz, es la entidad más peligrosa del país para ejercer el periodismo.
También queda claro, y de acuerdo a los expertos en estudios de libertad de expresión, México es un país en el que ser periodista es una actividad de alto riesgo. Veracruz es el estado que más agresiones en contra de la libertad que ha presentado durante los últimos años. Con Gregorio, ya suman 10 víctimas.
Jiménez de la Cruz, fue secuestrado el 5 de febrero, y se encontró su cuerpo sin vida el día de ayer 11 de febrero. El comunicador nació en la comunidad de Villa Allende, municipio de Coatzacoalcos, donde cubría la fuente policíaca para el periódico Notisur, medio para el que trabajaba.
Tenía 42 años de edad y era padre de cinco jóvenes y sostén de su nieto. Era un trabajador como cualquier otro que buscaba “día con día la manera de resolver con mayor eficiencia los requerimientos de su hogar”, asegura el periódico Notisur.
Mientras el gobierno siga sin reconocer el peligro que nos está cayendo encima, a los periodistas nos pasa de todo.
Después de esta muerte, a qué periodista no sacude, no cimbra, no estremece.
En su corta biografía conocida del comunicador, puede verse un escenario de aprender, del enseñar, de trabajar en un solo oficio: el periodismo. Esta fue gran parte de su vida, fue su vocación claramente perfilada, fue su tarea cotidiana. La muerte de Jiménez de la Cruz, duele también por lo que deja: sus hijos y su nieto.
Duele porque su muerte siembra más rabia en los periodistas que ya no tenemos miedo pero que exigimos justicia para Goyo, y la renuncia del gobernador de Veracruz Javier Durate, porque no quiso hacer su chamba.
Duele porque con la muerte de Goyo, las promesas para su familia fueron rotas.
También, el dolor nos sacude a nosotros los sobrevivientes del periodismo. A nosotros los mexicanos, pacíficos como él, se vuelve espina en nuestras vidas. Esta muerte puede ser también una trampa, un nudo y sombras sin luz.
Hay muchas preguntas que uno se hace y no hay respuestas. ¿Por qué? ¿Por qué una vida tan fértil, tan comprometida con su trabajo y con su familia? ¿Por qué lo buscó la violencia para cortarle la vida cuando la vida lo esperaba con promesas, sueños, alegrías, esperanzas?
Sólo en la palabra milenaria se encuentra la respuesta confortante. La muerte no es término, es principio. La muerte no aniquila, rescata y redime.
Pero una cosa si es segura, los periodistas no estaremos en paz, hasta que los políticos dejen de vernos como a gatos a su servicio, porque si no cumplimos con este favor o compromiso no escrito, se nos aproxima la muerte como a Goyo.
Duele la muerte de Goyo: Horacio Corro Espinosa
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