Es de sobra conocido por todos ustedes que el mundo vive una crisis económica, no sólo leemos a diario sobre ella, la experimentamos cotidianamente como una reducción de ingresos, oportunidades, empleo y bienestar. Los analistas han dado muchas respuestas a lo que ocurre y la forma en la que se le puede poner fin. Todas ellas pueden ser agrupadas en dos grupos: keynesiano y ortodoxo. El primero se caracteriza por creer que la demanda se ha deprimido como resultado de los altos niveles de deuda acumulada. Las familias y los países más propensos a realizar gastos no pueden seguir pidiendo prestado. Entonces, la solución es que otros comiencen a gastar. La receta sugerida es que los gobiernos que pueden pidan prestado e incurran en grandes déficits, aunado a bajas tasas de interés que desalienten el ahorro. En resumen, la recuperación depende del gasto gubernamental.
Los partidarios del keynesianismo consideran que bajo las actuales circunstancias la imprudencia presupuestaria es una virtud (hacer que el gasto público sea mayor que los ingresos), al menos en el corto plazo. En el mediano plazo, una vez que el crecimiento vuelve a presentarse la deuda puede pagarse, además de regularse mejor el sistema financiero para que no vuelva a ocurrir una crisis en el mundo. Por si existen dudas, nos recuerdan que la Gran Depresión de los treinta, fue solucionada de esta forma, lo que olvidan mencionarnos es que tuvimos que cambiar hacia una paradigma de austeridad en lo setentas, ante lo insostenible de los desbalances fiscales.
En fin… siguiendo la tradición keynesiana modificada para una crisis de deuda, la lógica consiste en reactivar la demanda y para ello es pieza clave el aumento del gasto público. Más gasto público conduce a un mayor crecimiento y esto, en teoría, ayuda al pago de la deuda. Debo aclararle que la mayoría de los burócratas del gobierno y banqueros centrales consideran que esto es totalmente cierto. Y deben sostenerlo así, porque dicha lógica de razonamiento deja a los hacedores de política una tarea en la cual ocuparse, la cual coincide con el ciclo político.
Yo mismo he creído esto en muchas ocasiones, pero un ligero repaso a la historia me ha permitido darme cuenta que el crecimiento sostenido y elevado, originado por el gasto público no existe, menos cuando se financia mayoritariamente con deuda. Lo que hemos visto es que a pesar de los estímulos monetarios, del relajamiento cuantitativo, el crecimiento económico sigue siendo mediocre. Aunque en el corto plazo se genere crecimiento y las generaciones del presente perciban una mejora, en el largo plazo no lo estarán, ya que sus hijos, los que se incluyen en su función de bienestar, tendrán que pagar las consecuencias.
Ahora bien, los ortodoxos, como he decidido llamarlos, consideran que el mundo a mediados de los sesentas comenzó a experimentar los estragos de los años dorados de crecimiento de los treinta años previos. Apuntan que el gasto público se tradujo en inflación y alarmantes niveles de endeudamiento. Debido a lo anterior, los banqueros centrales decidieron tener más autonomía de la clase política y concentrarse en mantener una inflación baja y estable. Las explicaciones de este grupo sugieren que, aunque en el discurso se dijo que se controlarían también los déficits públicos, en la mayoría de países industriales esto no fue así, y la deuda como porcentaje del PIB aumentó notablemente, junto a una reducción de la inflación, con lo que no se reducía su valor –piense en los Estados Unidos.
Se experimentó lo que se conoce como modelo neoliberal, que no liberal, ya que en los hechos los viejos mecanismos de operación del pasado seguían vigentes, lo que cambiaba era el discurso, no la acción. Se decía promover un Estado reducido, eficiente y una defensa del mercado. La verdad es que esto era solo parcial. Es cierto que se vendieron las empresas estatales (a ciertos grupos y se desalentó la competencia), que muchos países se abrieron al comercio (en un mundo lleno de diversas barreras), que se inició un proceso de desregulación y fortalecimiento de los derechos de propiedad (enfrentado a los intereses de grupos de búsqueda de rentas), pero la quintaesencia del intervencionismo seguía vigente: la creencia de que es el Estado y no los individuos la fuente de la prosperidad.
Resumiendo, para los ortodoxos, la actual crisis es resultado de una intervención excesiva en los mercados, los cuales contienen mecanismos de estabilización automática y por ende, requieren de muy poca o nula actuación por parte de las autoridades. La crisis del sistema financiero es el resultado de un exceso de regulación y no de su ausencia como muchos miembros del primer grupo quieren hacerle creer al mundo. Las actuales declaraciones de los líderes mundiales, particularmente europeos, en torno a una mayor supervisión de las operaciones financieras les asusta, ya que ello implicaría la creación y puesta en marcha de una enorme maquinaria burocrática que atentaría contra el derecho a la libertad de todos los agentes.
Lo que suceda en los próximos años depende mucho del grupo al cual se adhieran los líderes mundiales. Mi opinión, debo aclarar, ha sido sumamente sintética y pedagógica, las cosas son naturalmente más complicadas y tienen infinidad de conexiones. El debate que define nuestras vidas se encuentra en los límites del Estado y el grado de libertad económica permitido. Todos, diariamente ponemos un peso en la balanza, decidiendo con ello las condiciones de la economía mundial.
¿Cuánto y cómo gasta la Cámara de Diputados?
En mi anterior columna le informé que los diputados mexicanos son de los que más ganan en América Latina y menos trabajan. Representan una pesada loza para el desarrollo del país. Recientemente, una colega investigadora del CIDE, María Amparo Casar, publicó un documento de trabajo donde informa que en términos constantes, el presupuesto del Poder Legislativo se incrementó 50.5% entre 2000 y 2011. Este aumento significa que el Poder Legislativo aunque tiene las mismas funciones y el mismo número de legisladores cada vez cuesta más. ¿Es ésta la clase de gasto público que nos conducirá al desarrollo? Definitivamente no. Para reducir costos y aumentar los beneficios es necesario que el gasto gubernamental se reduzca y en los casos necesarios sea destinado hacia aquellas áreas en donde menos rivalice con las actividades económicas privadas.
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* Profesor en economía de la UACJ, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI)