Son las 8:30 de la noche del domingo 27 de julio. Un cielo resplandeciente y un Auditorio Guelaguetza animado y a la expectativa son testigos. La historia comienza a contarse.
Luces multicolores acompañan la danza de amables doncellas que celebran el nacimiento de Donají, la princesa hija del rey Cosijoeza, señor de Zaachila, aquella cual belleza y gracia le marcaron un destino, el sacrificio por amor a su raza.
Es la época de las batallas entre zapotecas y mixtecas por el poderío de la Antequera. Bravíos guerreros dan muestra en escenario de sus ágiles pasos por la defensa de su territorio.
Desde las gradas, el presidente municipal Javier Villacaña, acompañado de la Diosa Centéotl, Jacqueline Rosario Reyes Sarabia, el director del INFONAVIT, Alejandro Murat Hinojosa, la subprocuradora de la PGR, Mariana Benitez Tiburcio, la directora de la Comisión Nacional de Vivienda, Paloma Villaseñor Vargas, la presidenta de DIF municipal, Verónica Quevedo y legisladores federales y locales, admiraron la magistral representación de aquellas batallas entre zapotecos y mixtecos.
Todo es alegría y misticismo. Las danzas, los sonidos, llevan a los asistentes a aquellos tiempos prehispánicos, en los que surgió la enorme riqueza de la hoy ciudad de Oaxaca de Juárez.
En una de esas incansables batallas, es herido el príncipe Nucano, heredero del poderío mixteco, de cuya cabeza brota un camino de sangre que indica que ha llegado su final. Donají, compasiva, lava sus heridas y le ofrece su cuidado e intercede para que sea liberado, sembrando en él un sentimiento de amor juvenil que los llevará a lograr la paz entre sus pueblos.
Nucano y Donají logran su cometido, mixtecas y zapotecas logran la paz, sin embargo, hubo una condición; Donají sería entregada y llevada a Monte Albán, y si por alguna razón el rey zapoteco no respetaba los tratados, la princesa sería muerta por los guardianes mixtecos.
La tristeza de Donají era inmensa, su corazón le pedía defender el honor de su Pueblo. Una noche en que los mixtecos dormían confiados, la princesa zapoteca reconoce la oportunidad de escapar de su prisión y envía a una de sus damas a dar el recado de que era la ocasión propicia para tomar Monte Albán. Se escucha la presencia de los suyos en el campamento, quienes atacan a los mixtecos, dándoles muerte antes de haber organizado la defensa.
Ante la sorpresa de los asistentes, una estela de luz atraviesa el escenario, se trata de la señal de que Donají sería rescatada. La princesa estaba lista y se disponía a huir, cuando los guardianes mixtecas la apresaron.
El destino estaba escrito. Un ambiente sombrío ronda el Valle de Oaxaca. La núbil princesa es llevada a saciar la ira de los mixtecos. El fuerte latido de su corazón cesa cuando el verdugo corta de un zolo tajo su cabeza, pintando de carmesí las aguas del Río Atoyac.
Paso mucho tiempo. Un día, un pastor descubrió un hermoso lirio a la orilla del Atoyac, cuya frescura y brillo permaneció por muchos días más. Se trataba de una señal del lugar donde yacía la mártir princesa, en cuya cabeza había enraizado un lirio del valle.
Su rostro, con el lirio emergiendo de su oído se convirtió en una imagen icónica que hablo de valor y amor al terruño, misma que hoy da identidad al Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez.
Un lirio que florece más que ninguno, es la señal de que el destino se ha cumplido.
Una lluvia de fuegos pirotécnicos multicolores, acompañan a Donají hacia su última morada en el exconvento de Cuilapam, donde permanecen sus restos junto a los de su amado príncipe, quien en su honor, se dedicó a conseguir la paz entre mixtecas y zapotecas, pueblos que al final, fueron hermanos.
Hombres, mujeres y niños procedentes de la capital y diversas partes del país y del mundo, fueron testigos del desenlace de este espectáculo que se transmite de generación en generación, recordando la grandeza de la princesa “alma grande”, quien dio su amor, lealtad y vida a la defensa de su raza.
El fuego se apaga, pero la historia permanecerá siempre viva en el corazón del Pueblo zapoteca.