Independientemente de la correcta semántica y de si se escribe con mayúscula o minúscula, para mí, el título “Don” es la muestra más elevada de respeto, reconocimiento y admiración que una persona se gana a lo largo de su vida.
Y ahí entra Rubén Vasconcelos Beltrán.
El próximo día 29 se cumple un lustro de su ausencia física, pero los hombres no mueren mientras viven en las mentes de otros hombres.
A Don Rubén lo conocí en mi infancia, cuando él acompañaba a su hijo Juan Pablo a esos tan apasionantes concursos de oratoria de las escuelas primarias de Oaxaca, en los albores de la década de los 90.
En el fragor de los certámenes Juan Pablo y yo nos hicimos amigos. Años después compartimos aula en la Secundaria Técnica 85 y también un equipo de futbol que se hizo célebre por la gran cantidad de goles que recibía.
En la persona de Juan Pablo seguí conociendo a Don Rubén. Era, si no me equivoco, su hijo menor y cuando Juan hablaba, hablaba Don Rubén.
No sé si mi amigo aprendió más en la casa o en la escuela. En casa tenía al mejor maestro, a quien sabía lo que un hijo debe saber para ser feliz, para triunfar en la vida.
Hoy Juan y Rubén (a quien conocí años más tarde) son hombres exitosos y de bien. En ellos, Don Rubén Vasconcelos pervive.
Don Rubén me siguió acompañando en los concursos de oratoria. Fue mi jurado en incontables ocasiones. Si alguien tenía la autoridad intelectual y moral para juzgar el contenido de los discursos y las cualidades de los oradores, ese era Don Rubén.
Era un apasionado de toda la cultura, pero en especial de la oratoria. Pocos promotores del arte de la palabra como él.
Como Sabines y Henestrosa, Don Rubén fue legislador.
Cuando fue diputado presidente de la Comisión de Educación del Congreso de Oaxaca, formuló y consiguió la aprobación unánime de un decreto que instituyó el Certamen Nacional de Oratoria “Benito Juárez”, con sede en nuestro estado.
En estos tiempos en que la buena oratoria parece languidecer, este certamen permanece como uno de los pocos que aún se organizan a nivel nacional.
Ese fue uno de sus más grandes legados.
Por ese y muchos otros gestos fue un caudillo cultural. Su espada y su escudo fue siempre la cultura. Y su ministerio, un amor enciclopédico e inconmensurable a Oaxaca.
Nadie conocía a Oaxaca como él y no había nadie en Oaxaca que no lo conociera.
Se que el próximo miércoles se le hará un homenaje. Más que merecido. Será más que un homenaje familiar. Y es que Juan Pablo y Rubén tienen que aceptar que tienen familia ampliada y que muchas y muchos fuimos, somos y seremos -en alguna medida- hijas e hijos de Don Rubén.
Será un homenaje colectivo, público que seguiremos con gusto. Pero no quería perder la ocasión para rendirle mi homenaje personal, íntimo; para agradecerle la huella que dejó en mí y el ejemplo de que el servicio público debe ponerse siempre al servicio de las mejores causas.
Que viva el Señor Cultura.
Que viva Don Rubén Vasconcelos Beltrán.
*Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca.