Hay —dicen— señales concretas que apuntan a que el ganador anticipado de la contienda presidencial será Andrés Manuel López Obrador. Esa es la razón por la que —también, dicen— hay todo un proceso adelantado de discusión sobre los proyectos a los que el tabasqueño pretende intervenir o para frenarlos o para modificarlos —tales como el nuevo Aeropuerto o las inversiones relacionadas con la reforma energética, entre otros—. También debería comenzar a verse quiénes serán los aliados, y quiénes los adversarios —hoy visibles e invisibles— del eventual “Andrés Manuel Presidente”.
En efecto, quienes desde hace doce años han abrevado los temores propios de quienes tienen ante sí lo desconocido, hoy parece que deben comenzar a procesar lo que algunos ven como irremediable: que Andrés Manuel López Obrador se convertirá en Presidente de México. Junto a ellos, están los que ven no con preocupación la llegada de un nuevo partido al poder, sino la posibilidad de que se cancelen algunos de los proyectos económicos más relevantes del país, a partir de planteamientos de campaña de quien podría convertirse en Presidente. Unos y otros deben asumir que ellos no serán ni los primeros adversarios del eventual nuevo Presidente, y que tampoco podrían ser los más importantes. ¿De qué hablamos?
De que para llegar a la Presidencia, Andrés Manuel ha explotado algunos de los argumentos y de los temas más sensibles del pasado reciente y el presente gubernamental: ha señalado que todos en el pasado han sido corruptos y que él no lo será; ha prometido terminar con estructuras jurídicas como la reforma educativa para congraciarse con el gremio magisterial —oficialista y disidente— y para apartarse de los proyectos de mejora educativa planteados al menos por sus dos antecesores inmediatos.
También ha cuestionado la viabilidad del nuevo Aeropuerto Internacional de México; y también ha puesto en entredicho la continuidad de los procesos de asignación de proyectos de exploración de pozos petroleros entre el Estado mexicano y particulares. Incluso, se ha mostrado a favor de someter a consulta algunos de los derechos más progresistas que la sociedad mexicana ha ganado en los últimos años. Y así. Pues básicamente, a Andrés Manuel le ha salido perfecta la estrategia de ir en contra de todo para ganar el consenso social a favor de un cambio, aunque hasta el momento parece no haber reparado en el enorme costo que tendrán, en el mediano plazo, las decisiones y los aliados con los que ahora quizá logre llegar a la Presidencia.
En esa lógica, quién sabe si Andrés Manuel López Obrador entienda que llegar a la Presidencia es un medio y no un fin. Es un medio para lograr mejores condiciones de democracia y gobierno para el país, y no un fin que más bien está relacionado con las ambiciones de poder. Cuando su lucha por la Presidencia se intenta entender desde la lógica de los fines y no de los medios, puede entenderse que todas y cada una de las decisiones y ofrecimientos que hoy está haciendo para congraciarse con el electorado, en otro momento tendrá costos que no necesariamente pagará él, sino que los terminaremos pagando todos los mexicanos independientemente de si a él le va o no le va bien en su periodo de gobierno.
LOS COSTOS
Es bien sabido, por ejemplo, que a Andrés Manuel pronto le rebotará el bumerang relacionado con la reforma educativa. Él ha prometido derogar todo el contenido de la evaluación docente actual, aunque no ha considerado la posibilidad de que no tenga mayoría en el Congreso, o que aún teniéndola, no logre generar el consenso legislativo necesario para volver a reformar el artículo tercero constitucional para poder cumplir con su planteamiento de “matar” la actual reforma educativa.
En cualquiera de los supuestos —incluso en una tercera posibilidad, que podría radicar en acciones legales que intentaran evitar la derogación de la reforma educativa, ya que en buena medida ésta engloba derechos fundamentales que pueden ser oponibles a través de distintos mecanismos de control constitucional—, el propio Andrés Manuel se convertiría en rehén de quienes hoy cree que son sus aliados.
Pues independientemente del desenlace que tenga esa historia, lo que sí es claro que es que no mucho tiempo después de iniciado su eventual gobierno, comenzaría a sentir no sólo la presión de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación —de quien ya es esperable la oposición, pues asumen esa postura casi por sistema—, sino también del SNTE, que en un momento dado podría también movilizarse para tratar de conseguir que el tabasqueño cumpliera sus promesas. ¿Quién perdería? Evidentemente, todos los mexicanos. Pero además de eso, en ese tema, él sería el principal rehén de sus aliados.
Otro ejemplo puede ser el aeropuerto. Andrés Manuel puede decir muchas cosas, pero lo cierto es que no será fácil detener una obra de tal envergadura, y tampoco será sencillo evadir las consecuencias que esto tenga. Si logra detener la obra, ello tendrá muchas consecuencias que irremediablemente tendremos que pagar todos por la inestabilidad que eso le acarreará al país. Pero si no logra detener la obra, quizá sea aún peor (para él). ¿Por qué? Porque entonces tendría nuevamente encima los cuestionamientos de todos aquellos a los que ahora ha convencido de votar por él, y a los que evidentemente no podría cumplirles tal promesa que hoy parece tan simple, pero que implica consecuencias de gran calado.
Algo similar ocurre con su doble moral relacionada con los derechos fundamentales. Hoy Andrés Manuel, a pesar de ser un personaje que ha militado en la izquierda, se congracia con los sectores más conservadores al asegurar que pondrá a consulta la permanencia de ciertos derechos ganados por las minorías, como los relacionados con el reconocimiento constitucional de algunas minorías, y más aún con temas como el matrimonio entre personas del mismo sexo, y otros que guardan relación con eso.
¿Qué ocurrirá? Que simplemente no podrá ni ponerlos a consulta; y que, en el caso que lo haga —fuera de la ley, porque según la Constitución los derechos fundamentales no pueden ser sometidos al juicio de la mayoría—, de todos modos no logrará ni derogarlos ni hacerlos retroceder, ni nada. Eso ocurrirá, y entonces de nuevo Andrés Manuel terminará siendo rehén de quienes hoy lo defienden por el incumplimiento de una promesa que —valga la redundancia— es imposible de cumplir.
DEMAGOGIA
Puede ser que él represente un cambio, y de ser así debería ser bienvenido. El problema es que ese cambio está lleno de demagogia, que aflora casi ante el más sencillo de los análisis. Aquí han sido planteados sólo algunos botones de muestra.
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