En medio de tanta inseguridad y desgracias, ¿diez personas podrán pasar desapercibidas?
Se trata de un grupo de campesinos y/o pescadores, gente morena, oaxaqueños, de ropas tan humildes como ellos, que el martes 13 por la noche transbordaron en la central de autobuses “Tapo” de la Ciudad de México con destino a Matamoros, a donde llegaron al día siguiente, cuando telefónicamente se reportaron con sus familias, a su lugar de origen, Zapotengo, Pochutla, una pequeña población bañada por las olas del mar y atravesada por un caudaloso río, entre Bahías de Huatulco y Puerto Escondido.
Para la mayor parte de ellos, ese era su primer viaje tan lejos de su terruño, en donde normalmente la gente se arraiga y vive allí hasta sus últimos días, después de que han formado una familia a la que albergan en una pequeña palapa construida con paredes de adobe y vara y techos de palma, apoyados en troncos que sacan de las palmeras, de las que también aprovechan desde niños los cocos para nutrirse con el agua, que no pocas veces utilizan en lugar de leche.
El grupo es integrado por hombres de 45 a 60 años, de piel morena, pelo lacio y negro, que a algunos ya les puntea con cabellos blancos.
Nemorio, Andrés, Mauricio y Carlos, de apellido Vizarretea.
Isauro Rojas, Gregorio Hernández Rodríguez, Benito Salinas Robles, Antonio Rodríguez y los hermanos Fidel y Adelaido Espino.
El viaje lo estuvieron preparando desde hace más de dos años, cuando decidieron prosperar un poco. Reunirían dinero, lo necesario para comprar una o dos camionetas usadas, en la frontera, donde les habían dicho que “eran casi regaladas”.
Trabajaron y trabajaron duro para reunir unos 20,000 pesos y otros centavitos para la comida y la gasolina, aunque durmieran a la intemperie, lo que para ellos no era nada raro, porque normalmente un petate y una sábana les habían sido suficientes para pasar muchas noches arrullados por el rugir de las olas.
Los sueños fueron muchos. Con las camionetas llevarían el progreso a su ranchería, Zapotengo, de donde así podrían sacar un mayor volumen y más rápido de verduras para llevarlas al mercado, en donde desde las 4 de la mañana a las mujeres se les ve ir al molino con su nixtamal en tinajas o tenetes,
De 6 a 7 hacen sus compras y después de esa hora se les mira a los niños desplazarse por las calles que se dirigen a las diferentes escuelas, y se observa a los vendedores ambulantes ofreciendo las semillas de calabaza, tamales de iguana o de pescado, bolas de tamarindo, camarón, pescado fresco y asado.
Pero de 15 ó 16 ó más días a la fecha, aquellos sueños se están convirtiendo en una pesadilla. Ellos no aparecen y las risas y cánticos se están cambiando por rezos y lágrimas de las familias y de la gente del pueblo que presagia la tragedia.
¿Les habrá pasado algo? Ya se piensa en lo peor. ¿Estarán en aquellas listas donde los nombres se cambian por números, por estadísticas de víctimas? ¿La inseguridad o las pésimas condiciones climáticas?
La duda es terrible y mientras de las bancas de la vetusta iglesia del Siglo XVII sale el rumor de las plegarias acompasadas por la cera ardiente de las veladoras.
¿Alguien sabe algo de ellos?. Es imposible que a un grupo de 10 hombres sencillos, humildes, se los haya “tragado la tierra”.
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