Las elecciones de 2012 serán decisivas para el destino del país porque se han juntado varias crisis, cualquiera de las cuales sería suficiente para preocupar a las élites y a la sociedad entera: el estancamiento económico resultante de la caída de las importaciones, el turismo y las remesas de Estados Unidos, la desigualdad y el desempleo cuyas cifras demoledoras conocimos hace dos o tres semanas, la violencia que se mide por decenas de miles de muertos, desaparecidos y desplazados y la crisis de gobernabilidad derivada tanto de la ausencia del Estado de Derecho en amplios espacios del país como de la proclividad del gobierno y su partido al conflicto y su incapacidad para construir acuerdos políticos.
Pocas elecciones han sido tan definitorias como la del próximo año. Lo fue la de 1988, cuando se evidenció quelas preferencias políticas de la ciudadanía se habían diversificado más de lo que se suponía, lo que se reflejó en la votación: Carlos Salinas de Gortari probablemente triunfó, pero con menos del 50 por ciento de los votos, pese a que el número oficial apenas rebasó ese límite con el costosísimo aval del PAN, en especial de don Luis H. Álvarez, Carlos Castillo Peraza y Diego Fernández de Cevallos.
Fueron decisivas las elecciones de 2000 porque removieron al partido que había detentado el poder durante siete decenios y todo hacía suponer que el gobierno panista transformaría el régimen político con la creación de nuevas instituciones y no con el socavamiento de las que existen a través de las maniobras legaloides, el engaño, la corrupción y la mediocridad.
Cualquiera que sea el partido y candidato que triunfen en 2012, el gobierno tendrá que definir rumbos nuevos cuando menos en las áreas que están a punto de romper la frágil estabilidad social y política en que vivimos y viviremos dentro de un año, cuando los partidos y sus candidatos hayan vertido todo el fango que tienen reservado para el mutuo descrédito.
Serán elecciones definitorias, pero el grueso de los ciudadanos no podrá votar en función de las propuestas de los políticos y de la confianza en sus aptitudes, dedicación y honestidad, sino en función de la capacidad de los respectivos grupos de especialistas en mercadotecnia política para difamar a los demás candidatos y convertir a los propios en “productos” que el público quiera “comprar”.
Y es que la transición democrática se limitó a asegurar la limpieza en el conteo de los votos y el acceso equitativo a los recursos públicos y a los medios de difusión, pero no avanzó en la formación de una cultura política que debería ser obligación legal del IFE, de los partidos y de las instituciones educativas. Sin esa cultura política, la calidad de las decisiones que pueden tomar los ciudadanos en las urnas es precaria, lo que a mi juicio convierte a la democracia en un asunto de mercadeo y no de conciencia política.
Una parte de los ciudadanos votará por el PAN a pesar de sus repetidas muestras de incompetencia, y lo hará al impulso de la guerra sucia contra el PRI, que es el enemigo que se ha inventado el panismo. Esa guerra empezó ya contra Humberto Moreira por el endeudamiento de su administración, como si la deuda de los gobiernos estatales no fuera avalada por Hacienda y respaldada por las participaciones que no son dádivas de la federación, sino recursos que ésta devuelve a los Estados porque le han transferido sus facultades para cobrar impuestos a través de convenios de Coordinación Fiscal.
Lo más probable es que el PRD y los sedicentes partidos de izquierda presenten como candidato a López Obrador y que éste funde su campaña en el combate al PAN y el PRI, “la mafia que se apoderó de México”, manejada por Carlos Salinas de Gortari, cuyo gobierno concluyó con niveles muy altos de aceptación en las encuestas, y que se convirtió en villano con la crisis de 1995 y 1996 y el encarcelamiento de su hermano Raúl.
El PRI, a través de la Fundación Colosio, está realizando reuniones en todo el país para formar la plataforma electoral a partir de un documento llamado “Programa para México” que recoge las propuestas de Beltrones, incluyendo la de generalizar el IVA a los alimentos y medicinas y devolver dos o tres puntos porcentuales a quienes cumplan con un conjunto de requisitos que parecen impracticables.
Por su parte, Enrique Peña Nieto organizó el año pasado los llamados Foros de Reflexión Compromiso por México, que consistieron en 25 conferencias magistrales dictadas por personajes internacionalmente reconocidos, cinco de los cuales han recibido el Premio Nobel. A partir de las conferencias magistrales se desarrollaron foros con la participación de más de un centenar de prestigiados intelectuales y académicos mexicanos y extranjeros. Es probable –y deseable– que las ideas y propuestas que surgieron de esos foros sean aprovechadas por el propio Peña Nieto para proponer soluciones viables a los complejos problemas del país.
Si el “Nuevo proyecto de nación” de López Obrador, la plataforma política del PAN, lo que resulte de la consulta de la Fundación Colosio y de los foros de Peña Nieto estuvieran en el centro de los debates en la campaña del 2012, la gente se acercaría a la comprensión de los problemas nacionales y el voto sería consciente e informado.
Pero la guerra sucia ya empezó y lo más probable es que las ideas queden sumidas en el lodo que lloverá por todas partes, principalmente desde el gobierno y su partido. Esto muestra que la democracia mexicana es más bien una simulación pues el grueso de los ciudadanos tendrá que votar con la esperanza de atinarle, como quien compra un billete de lotería, y no con la conciencia de llevar al gobierno al más apto para las dificilísimas tareas que le esperan al próximo presidente de la República.