JOSÉ MURAT. SERENIDAD FRENTE AL AGRAVIO POLÍTICO Y PERSONAL
Paradojas de la vida. El personaje a quien sus detractores y adversarios políticos señalan como impulsivo, agresivo, duro y violento, en los pasados días conservó la serenidad y guardó prudente silencio hasta que contempló (estando ya en los días santos) la procesión pasar, cargando a las santas ánimas rumbo al purgatorio.
Es posible que la semana pasada haya sido una de las más controvertidas para José Murat; de aquellas en que se ponen a prueba lealtades, se contrastan proyectos, se enfrentan visiones políticas y se confirma la fortaleza del carácter. Irónicamente, por razones no imputables a su voluntad, sino producto de la intensa lucha que ya se libra al interior del PRI por hacerse de la candidatura presidencial de 2018.
Siendo la política un juego de espejos, los espacios de poder se disputan a navaja libre. A un reconocido politólogo le escuche decir “la política no es un día soleado en un bosque de unicornios azules”; sin embargo, en un partido donde las decisiones se toman de forma vertical, más aun cuando detenta la presidencia de la Republica, el titular del ejecutivo decide, dispone y reparte el juego; ésa ha sido la mayor fortaleza y debilidad del PRI.
Haciendo un breve recuento desde la fundación del Partido de la Revolución Mexicana, luego institucional, alguna vez casi único y al día de hoy enfrentando un amplio rechazo electoral y social, todas las definiciones de su candidato presidencial han sido controvertidas (por decir lo menos); hasta los años cuarenta la lucha incluyó intentos de rebelión y ajustes por la vía de las armas. Ahí está “La Sombra del Caudillo”.
Luego vino la época del juego interno, no exenta de intensos forcejeos palaciegos, patadas y golpes bajos por debajo de la mesa. En algunos casos no llegaron los que se percibían más fuertes: la candidatura de López Mateos fue una sorpresa, la de Díaz Ordaz tubo un amplio consenso (quién iba a pensar el represor en que se convirtió); eran los tiempos en que dentro del partido se dirimían las pugnas y había compensación para los perdedores.
A partir de los setentas las reglas comenzaron a alterarse. Luis Echeverría ganó la candidatura a Corona del Rosal y Martínez Manatou en medio de la crispación provocada por el movimiento estudiantil del 68; López Portillo, muy al estilo tenebroso de Don Luis, mientras Reyes Heroles como presidente del partido celebraba en el Cine Roble una reunión de los sectores del partido para definir “primero el programa y después el hombre”, fue “destapado” dejando en el camino a Porfirio Muñoz Ledo y Pedro Ojeda Paullada.
Miguel de la Madrid se impuso a García Paniagua, el candidato de Margarita la “hermana preferida”; Carlos Salinas de Gortari, contando con el apoyo de Emilio Gamboa, se impuso a Del Mazo y Bartlett. Su candidatura provocó la mayor fractura del PRI, dando origen a la formación de la Corriente Democrática, luego convertida en Frente Democrático Nacional que postuló al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
Así llego el fatídico 94. En la recta final estuvieron Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho; de lo ocurrido hay varias versiones, desde la oficial hasta la de Carlos Bolado. Zedillo impuso su “sana distancia” y entregó la banda presidencial a Vicente Fox, dando origen a la “Docena Trágica” de gobiernos de la mafia Azul; Francisco Labastida perdió por sus propios errores y por el abandono de Zedillo. En el 2006, Roberto Madrazo fracturó al PRI por su obsesión de ser candidato al costo que fuera y se fue al tercer lugar.
En 2012, con un candidato carismático, alineados los “astros”, los poderes fácticos y los grupos de poder, el PRI retornó a Los Pinos. El futuro lucía promisorio; se firmó el “Pacto por México” que abordó reformas controvertidas pero necesarias; en esas andaban cuando ocurrieron los hechos de Iguala, el gobierno federal reaccionó tarde y erráticamente, la inseguridad, violencia y violaciones a derechos humanos aumentaron; se fugó El Chapo y en las elecciones intermedias de 2015, el PRI se derrumbó electoralmente.
Por si algo faltara, por un error de cálculo, el gobierno federal colocó a Trump en la ruta del triunfo con su visita a Los Pinos. El desaseo fue de tal magnitud que en el “control de daños” se fue Luis Videgaray y todo parecía alinearse en torno a Osorio Chong, pero la llegada de Trump a la Casa Blanca devolvió al primer nivel y con más fuerza al ahora poderoso Canciller.
Cargados los dados dentro del PRI y ante la consolidación para gusto de los encuestadores de la opción Andrés Manuel, el activismo reeleccionista de Felipe Calderón que ya dijo “fuera mascaras”, el desgaste y caída en popularidad del presidente y la renuencia a aceptar la fatalidad de que Videgaray sea el candidato priista; se comenzó a gestar una recomposición de los grupos de poder encabezados por el ex presidente Carlos Salinas y llevando como operador y punta de lanza al líder del PRI en el senado Emilio Gamboa, con quien me comentan recompuso su relación.
En este contexto (donde se supone que es el habitante de Los Pinos quien toma las decisiones), se acuerda impulsar la figura de José Murat al liderazgo de la CNOP. Murat recorre el país, amarra acuerdos y hasta el sábado 25 de febrero todo parece estar en ruta; pero me cuenta un analista político de los que dicen saber, el domingo 26 el Presidente Peña juega golf con Emilio Gamboa y a partir del lunes 27 todo cambió.
El desenlace es conocido. Claudia Ruiz Massieu, sobrina de Carlos Salinas, toma posesión de la Secretaría General del PRI; Arturo Zamora, Senador y personaje funcional a su “líder” va a la CNOP (las imágenes dan cuenta de un satisfecho y sonriente Gamboa levantando los brazos en señal de triunfo); Hilda Flores accede a la dirigencia del ONM PRI; Gamboa tuitea sus felicitaciones a su amiga Senadora. El analista me dice, “Emilio es la opción B del Presidente Peña para 2018”.
En el inter de estos juegos de poder, varias plumas, algunas muy respetables, otras con interés de parte, argumentaron en diversos tonos. La culminación llegó el sábado con una disculpa pública.
De todo lo ocurrido, basado en mi transitar de cinco años, seis meses, dos días, dieciséis horas, y veinticuatro minutos por mi Gulag, concluyo que en la vida como en la política los juicios sumarios no son válidos. Queda claro que la violencia verbal, pretender poseer la verdad absoluta y ser juez y parte, más temprano que tarde se revierte.
También estoy cierto que aún nos quedan muchas batallas por librar con serenidad frente al agravio personal y político.
¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?
RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh