Son casi las seis de la tarde del viernes 20 de marzo. Estamos al sur de la ciudad. La cita es en el domicilio particular de don Ignacio López Tarso, un hombre que a sus 95 años de edad genera consenso entre una inmensa mayoría de mexicanos: un patrimonio cultural vivo de todos nosotros.
La fachada es sobria y armoniza con el resto de casas de la cuadra. Un hombre amable, que ya nos espera, nos conduce al despacho de nuestro anfitrión. Es un cuarto pequeño repleto de libros, fotografías y muchos reconocimientos. Ahí reposan parte de los recuerdos de una carrera artística de más de 70 años.
A lo lejos, escucho su voz fuerte y sus pasos que anuncian su llegada. Lo saludo con la distancia que las autoridades sanitarias han recomendado. Porta una guayabera blanca de lino modelo presidencial. Camina pausado y dominador de la escena. A su paso involuntariamente esparce un aroma de maderas que resalta la robustez de su personalidad y la vanidad de un primer actor de la época de oro del cine mexicano.
Le pregunto cómo está viviendo la cuarentena. Me responde: “¡Terrible! Ya lo hemos pasado otras veces, pero en México no nos ha ido tan mal en comparación con China, España o con Italia, pero de todos modos es incomodísimo”.
Inicio la entrevista convocándolo a recordar su más reciente aparición en los escenarios, con una obra que aparente lo resume: “Una vida en el teatro”.
“Es una obra muy interesante para dos personajes, yo la andaba buscando desde hace mucho tiempo, parece que es sobre mi vida personal, porque habla de eso. Y además sucede en los camerinos que es muy difícil, yo no conozco ninguna otra obra que suceda en un camerino de un teatro”.
Aprovecha la conversación para compartir algo que visiblemente le emociona. “Quisiera volver también un día a la semana con Aeroplanos, con el ‘Loco’ Valdés. Me divertí mucho con él, quisiera regresar, dejé de hacerla porque Manuel se puso mal, tuvo que ir a una operación, pero ya salió de ese problema y queremos hacer dos funciones a la semana y el resto de los días con mi hijo Juan Ignacio”.
La entrevista no será coloquial. Demanda conocer más allá de su trayectoria: a los clásicos y la aportación de los maestros que marcaron su carrera. De manera frecuente López Tarso lanza nombres de autores y de obras.
“Hablemos del teatro clásico. Empecé haciendo obras de los griegos. Hice Sófocles, hice Eurípides, hice Esquilo. Los tres grandes dramaturgos griegos y empecé haciendo un Hipólito dirigido por Salvador Novo, en mi escuela de teatro, que fue el Palacio de Bellas Artes. Luego ya empecé a hacer teatro por todos lados. Luego hice Shakespeare, hice Macbeth en Bellas Artes, el director fue Celestino Gorostiza. Luego hice una obra dirigida por aquel famoso maestro japonés que vino directamente de Rusia, había sido discípulo del maestro más grande del teatro moderno, que es Stanislavski. Hablo de Seki Sano, venía directamente de las clases con su maestro Stasnilavski. Era formidable y lo conocí. Estuve mucho tiempo con Seki Sano hice ‘El crisol’. De modo que mi inicio fue magnifico por eso”.
El actor sabe que no es un entrevistado sino que está dando cátedra. Habla con soltura y autoridad.
“Estudié a todos los teóricos del teatro, que eso es lo que debe hacer cualquier estudiante de teatro, iniciar en la academia porque la academia te ahorra mucho tiempo de trabajo y así vas conociendo a los grandes teóricos del teatro: Stanislavski a Bertolt Brecht, Grotowski, en fin. Y luego que has leído todo eso, tienes que practicarlo con un maestro que te ayude en el conocimiento de esa técnica.
“En un festival de teatro, al que me invitaron en Moscú, pude ver a un gran actor ruso que se llama Nicolay Cherkásovque había hecho obras maravillosas, interpretado a zares rusos, pero me impresionó ver su magnífica interpretación del ‘Quijote’. Lo vi de lejos y la intérprete que me acompañaba me dijo que era el actor ruso más grande”.
Toma aire, se le nublan los ojos, y emocionado comparte sus recuerdos.
Me llevó con él, me presentó y aproveché para preguntarle: ¿Cuál es su sistema de trabajo, su sistema de interpretar personajes? ¿Con qué maestro aprendió usted? ¿Con Stanislavski? A lo que me respondió: “Sí aprendí con Stanislavski, aprendí con los mejores directores y maestros de teatro que hay en Rusia, pero mi sistema de trabajo se llama Cherkásov, porque todos los actores tenemos que conocer a todos los técnicos y a todos los teóricos, pero el actor se hace en el escenario. Tú tienes que hacer tu teoría de trabajo según lo que tú eres, lo que has leído y has aprendido adaptarlo a ti y expresarlo a través de tus personajes, de modo que tu sistema de trabajo tiene que llamarse López Tarso”.
Suelta la carcajada hasta provocarle lágrimas. Su rostro se transforma en sintonía con la pasión de su relato, especialmente cuando habla de sus papeles en telenovelas históricas.
“Los mejores personajes que me han ofrecido en la televisión han sido personajes de novelas históricas. Primero fue una que se llamó ‘La Tormenta’, en el que José Carlos Ruiz interpreta de forma extraordinaria a Benito Juárez y yo a un admirador de Juárez. Tiempo después, participé en ‘El Carruaje’, la historia de la República Itinerante, en el que yo interpreto a varios personajes, pero en uno de los capítulos hago de un sacerdote que es acérrimo enemigo de Juárez y dice horrores de éste, el capítulo fue muy bueno porque se da una fuerte discusión. Incluso este capítulo ganó un concurso mundial en Japón. Luego hice ‘Senda de Gloria’ y ‘El Vuelo del Águila’, donde me gustó mucho interpretar a Porfirio Díaz”.
Su experiencia en la actividad política
“He estado con varios presidentes. Estuve con López Mateos, Ruiz Cortines, Díaz Ordaz, con Salinas de Gortari, porque fui diputado al mismo tiempo que era Secretario General de la ANDA. El PRI me ofreció una diputación federal y yo la acepté. Es muy interesante la política. Tuve grandes compañeros en la LIV legislatura (1988-1991), como el escritor oaxaqueño Andrés Henestrosa y el poeta chiapaneco Jaime Sabines. Luego me ofrecieron seguir en la política, ser senador, pero preferí mi carrera de actor”.
Acota y me confía entre risas: “Probablemente les pudo parecer una tontería. Ya era un camino muy bien plantado ya luego una gubernatura. Era un buen camino político marcado, pero no quise aceptarlo”.
Su pasión por el teatro es lo único que lo orienta: “El teatro lo primero que debe hacer es divertir. El espectáculo en general si no divierte pues no está cumpliendo con su parte esencial, y luego, si además de divertir el teatro puede ayudar a que el pensamiento vaya hacia lo más bello de la vida”.
Don Ignacio López Tarso se queda sentado en la misma silla con la serenidad del Rey Lear. Su asistente, Lourdes, entró al despacho a mi relevo. A diferencia del monarca López Tarso irradia optimismo por la vida en medio de la tragedia pandémica.
POR JUAN CARLOS DÍAZ CARRANZA /EL FINANCIERO