Se critica el debate; se dice que no permitió la confrontación de propuestas porque tuvo un formato acartonado y rígido por acuerdo de los representantes de los candidatos. De ello se sigue que un formato flexible –en especial el de Carmen Aristegui– habría permitido confrontar los proyectos políticos de los candidatos y mejorar la información de que disponen los ciudadanos para decidir su voto.
Este razonamiento es falso y voy a tratar de demostrar por qué. El debate no se dio en el vacío, sino en una circunstancia poco frecuente: uno de los candidatos, Enrique Peña Nieto, llegó con una ventaja de unos 20 puntos en las encuestas; otros dos, Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador llegaron prácticamente empatados en el segundo lugar y el último, Gabriel Quadri, llegó con poco o nada.
En este contexto, es comprensible que JVM y AMLO buscaran poner en ridículo o hundir en el escándalo a EPN y que éste fuera preparado para repeler las agresiones. Estos objetivos contrapuestos definieron el debate y en muchos momentos lo convirtieron en un intercambio de fango. Estaban de tal manera centrados esos tres candidatos en el combate, que apenas pudieron mencionar algunas propuestas sobre los temas sustantivos y, peor aún, ninguno dijo lo obvio de Quadri: que es la “maestra” disfrazada de “ciudadano anti-político” ni lo criticaron por la barbaridad de sus propuestas (cuerpos represivos como los de Franco y Pinochet para la seguridad pública, por ejemplo).
No fue el formato –o no principalmente– el responsable de que el debate haya sido poco informativo; fue la necesidad de JVM y AMLO de noquear a EPN como Fernández de Cevallos lo hizo con Zedillo y Fox con Labastida, y el tiempo que Peña debió dedicar a defenderse por la vía más eficaz que se conoce: atacando. Un formato más “flexible” habría hecho más intenso el embate de la panista y el perredista contra el priista, pero no habría elevado la comunicación de las propuestas.
El debate sí nos dio información sobre los candidatos. De AMLO, mostró su decisión de transmitir las ideas-fuerza que ya le conocíamos –los abusos de la oligarquía, la corrupción y su decisión de erradicarla–; de JVM, su perfil endeble, la pobreza de sus propuestas y –esto sí fue notable– su abstención de defender al gobierno del presidente Calderón. Vimos a un EPN muy distinto a la imagen que le habían creado sus oponentes y los medios (“no es capaz de articular más de dos ideas sin telepronter”); mostró una aptitud polémica que no sospecharon sus adversarios, engañados por su propia desmesura. De los tres vimos sus capacidades para zaherir y reaccionar ante los ataques.
En este tsunami de golpes y contragolpes se colaron algunas ideas, como la coincidencia de AMLO y EPN en que el combate al crimen organizado se debe fundar en mejores condiciones de vida, lo que entraña que la economía crezca y se corrija el esquema degradante de distribución del ingreso; la propuesta del tabasqueño de disminuir los precios de los energéticos, en su inmensa mayoría derivados del petróleo, la propuesta de Quadri de privatizar PEMEX y la de Peña de abrir espacios en el organismo a la inversión privada sin perder la propiedad nacional y reforzando la rectoría del Estado. No retuve ninguna propuesta de fondo de JVM –que las hizo– por mi aversión a la monotonía de su verbo y a su proclividad a posar ante la cámara para hablar “de mujer a mujer”. De EPN destacó la idea del seguro social universal para todos y no sólo a los trabajadores de la economía formal, que cubriría salud, pensiones y desempleo.
Contra lo que creía Ricardo Salinas Pliego, el “rating” del debate superó al del partido de futbol transmitido por el canal 13, a pesar de que la cobertura de este canal-red es notablemente mayor a las de los canales 5 y 40: dos pequeños canales captaron más audiencia que una de las cadenas más extensas del país. Las redes sociales, por su parte, se ocuparon en gran parte de Julia Orayen.
El alto “rating” del debate tiene dos lecturas. Una es que la gente común tiene mayor interés en los asuntos políticos de lo que suponen los politólogos y los locutores convertidos en analistas. La otra es que una buena porción de la audiencia esperaba atestiguar la destrucción de un personaje público, su desconcierto ante preguntas difíciles y su incapacidad para razonar.
Me pregunto si las funciones de lucha superlibre llamadas debates políticos contribuyen al voto informado de la sociedad y por lo mismo, al desarrollo de la democracia. Mi respuesta es que esa contribución, si la hay, es marginal, pero como apuntaba un buen amigo, son eventos inevitables (o un adjetivo parecido) y tendremos que convivir con ellos.